Opinión

Problemas en casa

Algo de eso percibo en el evangelio del domingo, donde se dice que Jesús entró en una aldea, y aceptó la invitación de Marta de ir a su casa; ésta tenía una hermana, María.
jueves, 14 julio 2022

Entre los muchos elementos que determinan estos tiempos que vivimos está, por una parte, la simultaneidad y el inmediatismo: la espera, la pausa y el receso, dan la impresión de que no existen o son mal vistos; hay que estar siempre activos, ocupados, en movimiento.

Por otro lado, cada vez gana más espacio el movimiento contrario. Es decir, ralentizar para poder valorar cuanto acontece, respirar con cierta tranquilidad: es la filosofía del reposo “como actividad”. Se pretende que el sosiego y la paciencia formen parte de nuestras existencias, de modo que sepamos combinar las realidades de la actividad y del descanso, como parte inherente de dicha actividad.

Algo de eso percibo en el evangelio del domingo, donde se dice que Jesús entró en una aldea, y aceptó la invitación de Marta de ir a su casa; ésta tenía una hermana, María.

Una vez entrado en la vida de ambas mujeres, el pasaje continúa la narración: María decidió sentarse a los pies del Maestro para escucharlo; por su parte, Marta iba de un lado a otro, ocupadísima en las tareas domésticas. Hasta que explotó.

“Señor—dijo Marta—, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano”. Jesús le responde: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

La escucha como actividad
Las hermanas representan dos tipos de personas; son modelos de personas. Pero son igualmente paradigmas de “cristianos”, que en momentos históricos determinados se adversaron: el primer tipo de persona–cristiana cree se es “activo” si la agenda está copada, si los tantos compromisos nos tienen ocupados, porque “el ocio es la madre de todos los vicios”. Mientras que en el extremo opuesto se halla el tipo que considera que lo más importante es “contemplarlo” a Él, estarse tranquilo, sin distracciones, sencillamente a los pies del Maestro, oyéndolo.

El activo achaca al pasivo la falta de colaboración, el hecho de que no haga nada. Y el pasivo da la impresión de que no le interesa cuanto acontece a su alrededor. La cosa no es con él.

Obviamente, estamos claros que acá no nos referimos a los opuestos radicales, que no ayudan al crecimiento de la persona y fomentan la entrega en el seguimiento. El “activismo” desenfrenado no ayuda; tampoco el estarse todo el día en la propia zona de confort, “echándose aire”, pensando en la inmortalidad del cangrejo o deshojando la margarita.

El evangelio atiende esta falsa diatriba. La solución está en la persona de María. Para quienes nos encontramos en situaciones de tener que escuchar a otros, sabemos perfectamente cuánto es “grave” la escucha como actividad humana: es por demás difícil mantenerse atentos cuando oímos a otros, porque nuestra imaginación no se detiene nunca (pensemos, por ejemplo, en nuestros tiempos de escuela, lo titánico que era mantenernos “despiertos” a las enseñanzas de nuestros maestros, sobre todo si no manejaban buenas técnicas pedagógicas o por la naturaleza misma de las materias).

Oír es una actividad; y de las más intensas y difíciles que existen. María, pues, es una persona–cristiana activa: su trabajo es oír a Jesús. Mientras que Marta, que se tomó la molestia de invitar a Jesucristo a su casa, no le dedica tiempo, sino que afanosamente se dedica a otras cosas.

Problemas en casa… y en la comunidad
Del evangelio se puede deducir que la relación entre hermanas no es del todo fluida. Y esto es plausible. Pero no olvidemos que son “modelos”; es decir, es igualmente razonable pensar que estamos ante un problema de la comunidad cristiana primitiva, donde sus miembros se critican recíprocamente, porque unos se consideran que la actividad está determinada por el movimiento, mientras que otros acentúan la quietud cercana a la pereza.

Mi entrañable amiga, Ivonne Quintero lo expresa con claridad: “nos dejamos llevar por ese frenesí de hacer cosas, quizá con la ilusión de encontrar salidas a los problemas, o que nos sentiremos bien, pero dejamos de lado la búsqueda de la paz interior”. Las palabras de Ivonne, me parece, resumen bien el “paradigma María”.

Contemplativos en la acción
Lo apenas descrito estuvo presente —y lo está todavía— en la Iglesia y la Vida Religiosa.

La espiritualidad ignaciana, por ejemplo, supo arrostrar la cuestión, resumida en una entrañable y hermosa frase: “contemplativos en la acción”. O sea, la realidad “espiritual” se da en la realidad “material”. Es posible hacer experiencia de Dios mientras estamos inmersos en nuestro azaroso cotidiano, de igual manera que es posible descansar diariamente mientras trabajamos.

No se trata del “ora y trabaja” benedictino, sino de hacer experiencia de que podemos orar mientras trabajamos, y de que nuestro trabajo es en alguna medida oración.

Para que esto sea una realidad concreta, y no solo bellas palabras, hay que dedicar mucho tiempo a contemplar a Jesús, oírlo mucho, con la “buena conciencia” de que no lo hacemos por ser flojos, sino todo lo contrario, porque somos personas de acción.

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