Pretender curar con arrobas las exclusiones hechas a las mujeres

Las mujeres han venido asumiendo elogiosas responsabilidades, tal vez “lentamente”, pero con fundamentación y sostenibilidad.
Este es el siglo de las mujeres, no caben dudas.
En bastantes partes del mundo se ha venido adelantando una especie de “excavación en la historia”; un asunto casi de “arqueología social” con el fin de hacer los hallazgos del legado inmarcesible de las mujeres, de extraer sus palabras y sus obras. Para que ellas digan, en la contemporaneidad, lo que intentaron decir y no pudieron; para que sus voces sean escuchadas.
Sin embargo, aprovecho de invitarlos para que prestemos atención a lo siguiente: cuando estudiamos el Género Gramatical nos conseguimos que atiende a estructuras complejas morfo-sintácticas concordantes; es decir, propiedad de los sustantivos y de ciertos pronombres, por cuya especificidad se hace posible clasificarlos en masculinos, femeninos y en neutros; este último, en caso muy concreto en algunas lenguas.
El Género Gramatical no tiene nada que ver con sexismo, ni con genitalidades o ubicaciones conforme a la “diversidad de gustos” de cada quien. Eso es otra cosa.
Si admitimos que a través del Género Gramatical nos guiamos para el orden sintagmático que deben seguir las palabras, evitemos caer en la trampa de las dobles consideraciones al momento de mencionar lo masculino y lo femenino. Eso es innecesario y redundante.
Nuestra Real Academia Española ha fijado posición determinante al respecto.
Tenga en cuenta que por muy buenas intenciones que usted abrigue o quiera dársela de “moderno, fino o actual” no hace inclusión de lo femenino en la sociedad, ni reivindica a la mujer con decir: muchachos y muchachas, ellas y ellos, estudiantes y estudiantas, todas y todos, o poniendo arrobas (@) en los escritos para abarcar ambos géneros de una sola vez. Esa doble mención del género resulta un insoportable galimatías.
Muchísimas veces por pretender enarbolar falsos feminismos se cometen tamañas barrabasadas; así también, alguna gente –por querer aparentar ser incluyente, abarcativo o populista con sus palabras– pronuncia la desfachatez siguiente: participantes y participantas, concejales y concejalas, alférez y alfereza, oficinistas y oficinistos, periodista y periodisto, títulos y títulas (como dijo, recientemente, un ministro) camaradas y camarados, asistentes y asistentas; y por esa ruta distorsionada y ridícula se termina por ofender o poner en entredicho el verdadero valor de las mujeres en nuestra sociedad.
Hay que respetar las normas establecidas en la lengua que poseemos para expresarnos.
Nuestro idioma, no obstante, sus muchas imprecisiones y aspectos mejorables, sostiene elementos que han sido sometidos a reglas; que son aceptados por tácitos convencionalismos o por uso rutinario y tradición.
Si cada quien va a hablar como mejor le plazca, imagínese en qué va a parar el asunto; además, eso parece que se contagia como una “rara enfermedad”.
Es su propia determinación expresiva, para bien o para mal, lo que le proporcionará identificación y personalidad.
¿Qué se busca con tal esquema o criterio de ordenación del buen uso del Género Gramatical? Digámoslo directamente, que haya exquisitez, economía y transparencia en el vocablo utilizado, en la frase construida y en el texto o discurso. Elegancia en los actos de habla y en toda la comunicación.
Aunque la sociedad se encuentre masculinizada, las mujeres requieren de nosotros -hoy tanto como ayer- una nueva mirada sociohistórica; por cuanto, reconocemos que se ha vuelto indetenible la presencia de la mujer en las más disímiles disciplinas profesionales y áreas de conocimientos.
La mujer vive en constante y maravillosa superación.
¿Qué nos hemos conseguido, a lo largo de todo ese trayecto? Que, ciertamente, todavía hay odiosos resabios de androcentrismo en las sociedades; que creen y presuponen que en torno a lo masculino deben determinarse todas las cosas. Eso es absurdo.
Digamos también que, al momento de escribir sobre el hermoso e interesante trabajo de las mujeres, muchos intelectuales emplean suficientes estrategias de atenuación discursiva que persiguen minimizar el contenido de sus obras, cuando los temas se refieran al género femenino. Son intelectuales deshonestos, cobardes e hipócritas.
Es verdad que cuando una sociedad se encuentra masculinizada, entonces hace usos excesivos de los diminutivos — como instrumentos lingüísticos– para darle opacidad a las realidades de las mujeres.
Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua
Presidente del Observatorio Regional de Educación Universitaria(OBREU)
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