Normas de vida
Las normas son acuerdos que apuntan al beneficio del grupo que las establece y/o acepta. Uno de sus aspectos positivos es colocar sobre la mesa un “horizonte objetivo” al que miren todos, de manera que en determinadas circunstancias, se termine imponiendo la ley y no las arbitrariedades o intereses de alguno o de un grupo determinado. En su acepción positiva, pues, las normas limitan la violencia desnuda e injusta, y los potenciales daños que recíprocamente los seres humanos se pueden ocasionar, al tiempo que favorecen el crecimiento integral de las personas.
Una vez definidas y aceptadas, las leyes se colocan por encima de los individuos rigiendo el cotidiano, despejando dudas, construyendo un tejido social donde desarrollarse. Estamos claros que toda ley es perfectible, por ser hechura humana. Este perfeccionamiento tiene que ver con los cambios históricos del conglomerado, con el surgimiento de nuevas realidades no contempladas anteriormente, o porque las leyes caducan ante nuevas sensibilidades y nuevos sujetos sociales.
Una de las grandes tentaciones a que se ven sometidos los representantes de la ley es torcerla para el propio provecho. Es así como un “funcionario” puede utilizar indebidamente su cuota de poder, distorsionar la norma y valerse de ella para oprimir a sus semejantes.
Los mandamientos de Dios
Nuestro Dios entrega al pueblo elegido los preceptos para que éste funcione mínimamente, mientras peregrina camino a la tierra prometida.
Se trata de un pueblo que debe ser educado, precisamente para que se consolide como nación. El primitivismo que lo ha caracterizado debe superarse. Y ello se da mediante las normas. El cumplimiento de las leyes hará de Israel un pueblo sabio e inteligente, según las palabras de Moisés, portavoz de Dios.
Todo lo bueno a que podemos aspirar las personas “viene de arriba”, parafraseando al apóstol Santiago. Es decir, nuestro Padre del cielo busca —apoyándose también en sus mandatos— es nuestro crecimiento, nuestra superación, para que seamos más personas.
Normas para someternos o para liberarnos
Así como lo bueno proviene de arriba, para Jesús lo “malo” tiene su origen en el corazón humano, según nos lo dice en el evangelio del domingo.
La norma mal aplicada disminuye al individuo (y al grupo), lo somete impidiendo su crecimiento personal (y social).
De este modo, se amputa la dimensión liberadora que toda norma posee como derrotero. Las normas mal aplicadas por parte de la autoridad conllevan el atropello de los derechos de las personas y la asfixia del desarrollo al que aspiran. Las normas mal aplicadas, en lugar de limitar las arbitrariedades de los funcionarios, las exacerban.
Tenemos ante nosotros un enorme reto. Debemos discernir bien el estado normativo en que nos hallamos. El criterio de evaluación de las normas es el bienestar de todas las personas. Si los preceptos reportan bienestar al grupo entero, bienvenidos sean; si, al contrario, coartan la existencia del grupo, deben ser criticados, revisados y, si fuera el caso, modificados.
Lo de Dios y lo de Jesús, su Hijo, es nuestro bienestar. Esta es una buena norma a seguir.
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