Opinión

Moisés, Santiago y Jesús

Esta acción divina sin embargo no se limita a este conglomerado, sino que alcanza a otros dos que no formaban parte de la comitiva, quienes también empiezan a profetizar.
jueves, 23 septiembre 2021

Dos mil años atrás, la realidad y las relaciones humanas eran más sencillas de definir. Con un devenir histórico bastante irregular, Israel definió sus relaciones sociales a partir de la exclusión religiosa: los “puros” separados de los impuros, los “justos” apartados de los impíos; los “otros” no forman parte del “nosotros”.

Obviamente, los “otros” —con respecto a “nosotros”— estaban equivocados, eran justamente repudiados. El criterio para diferenciar grupos y personas era la pureza religiosa. Y la pureza estaba determinada por el fiel y escrupuloso cumplimiento de una serie de normas.
Quienes obedecen minuciosamente estos preceptos se permiten repeler a quienes no son como ellos. Este modo de ser y actuar se justifica alegando que así lo quiere Dios. Es más, sostienen que quien pretenda encontrarse con Dios, deben seguir a pies juntillas los preceptos religiosos.

En el plan divino, sin embargo, nada de esto está presente. Así nos lo demuestran Moisés, Jesús y Santiago Apóstol.

Apartheid religioso
El libro de los Números manifiesta la especial relación que existe entre Yahvé y Moisés; es especial, pero no exclusiva y menos aún excluyente: Dios toma la mitad del espíritu de su siervo y lo esparce entre setenta ancianos, de manera que éstos empiezan a profetizar al igual que Moisés.

Esta acción divina sin embargo no se limita a este conglomerado, sino que alcanza a otros dos que no formaban parte de la comitiva, quienes también empiezan a profetizar. Josué, ayudante de Moisés, le exige a éste reprenda al par de ancianos, porque no forman parte del grupo de los setenta.

Moisés piensa diversamente: “Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu”. Es decir, lo de Dios no es excluir sino unir. El fundamento del encuentro con Dios no es la exclusión sino la participación de todos por igual.

Apartheid social
Si bien el mensaje del Apóstol Santiago se desenvuelve en el marco de la celebración de la comunidad, éste no es ajeno a cuanto está ocurriendo en el seno de esa comunidad, que supone y engrandece un abismo abierto entre cristianos de distinta procedencia socioeconómica.

Por una parte, hay riqueza mal habida, vestidos de lujo cuyo destino final es la polilla, oro y plata oxidados. Este óxido es testimonio contra quienes han puesto su vida en estas realidades efímeras, y corroerá sus cuerpos. Por otro lado, el salario de quienes trabajan para estas personas ha sido retenido. Lo poco que se gana, grita al cielo pidiendo ayuda. El clamor de los explotados llega hasta los oídos de Dios.

Hay quienes engrosan su abdomen sacrificando a la mayoría inerme, inocente. Es tal la saña con que excluyen a los demás, “que ya no ofrecen resistencia”. Es decir, han envilecido a sus semejantes, ha quebrado su sano orgullo y voluntad. Se trata de una masa a merced de los caprichos y arrebatos de este cogollo.

De esto último, los venezolanos tenemos sobrada experiencia, lamentablemente. Y hemos sabido reaccionar ante tanto atropello: hemos optado por procesos democráticos, rechazamos desenlaces violentos, conscientes de que pagaremos a caro precio tomar caminos antidemocráticos, y nos decidimos por compartir con los pobres nuestra pobreza, incluso material. Estas actitudes dejan entrever en nuestro cotidiano que estamos ética y moralmente muy por encima de quienes nos excluyen.

Moisés y Jesús
La escena de los Números se repite, palabras más, palabras menos, en el evangelio de Marcos.
Juan hace ver a Jesús que hay uno que no pertenece al grupo de los discípulos, que está predicando y expulsa demonios (pone coto al mal) en su nombre. Jesús reacciona del mismo modo que Moisés: “no se lo prohíbas, aunque no sea de los nuestros”.

La exclusión es un miembro gangrenado que debe ser amputado, para hacerse merecedor del Reino que Jesús predica, donde, de cara a Dios, todos tienen cabida. No podemos aceptar las separaciones religiosas ni socioeconómicas; es más, son inaceptables cuando estos preceptos se apoyan en ideologías.

Lo anterior no nos inhabilita para señalar a los opulentos y satisfechos de este mundo, que cambien de actitud, pues su destino final es el fuego eterno que ellos mismos han encendido, donde el gusano roe eternamente. Permita Dios que esto no sea así, sino que se impongan las visiones de Moisés y de Jesús, y de Santiago.

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