Los quiero con amor entrañable
Los días se suceden con sus respectivos sobresaltos sociopolíticos y económicos, y los consiguientes sufrimientos que conllevan. La vida cotidiana se hace más pesada, pensar en lo básico diario podría deprimirnos, acceder a los servicios se asemeja a una contienda pugilística, donde generalmente no llevamos las de ganar; diciembre pondrá especialmente de manifiesto el estado calamitoso en que nos hallamos, y que injustamente padecemos.
Diciembre es un mes de marcados contrastes entre lo que decimos y deseamos, y lo que en realidad experimentamos o provocamos. Diciembre es un mes de recogimiento familiar, para fortalecer sentimientos de paz y parabienes, y es igualmente un tiempo donde se promueve el consumismo sinsentido. Este diciembre un escasísimo grupo de venezolanos lo celebrarán por todo lo alto, mientras la inmensa mayoría continuará su día a día en un país arruinado, atormentado, intentando sobrevivir.
La Navidad bíblica contiene palabras más, palabras menos, los mismos ingredientes apenas descritos. Por citar solo dos ejemplos, no olvidemos que la Sagrada Familia fue violentamente obligada a trasladarse a Belén para cumplir con un antojo imperial; no olvidemos que una vez llegados no encontraron morada, y el Niño Jesús debió nacer en una gruta, ser acurrucado en una pesebrera. Imaginarnos ambas escenas entristece, duele; pero abre también un resquicio a la esperanza: el Señor nace en extrema miseria, pero no carente de amor familiar, siendo reconocido en su divinidad por los pastores y los animalitos del Pesebre.
Un vestido y un camino
La Escritura recoge cuanto he señalado anteriormente. Los autores sagrados dan fe de la aflicción y de la postración del pueblo, así como testimonian que Dios viene e intervendrá, cambiando la realidad que sistemáticamente niega la vida, en una inclusiva, determinada por la paz y la justicia. El Señor nos juntará de todos los rincones. Su oferta de vida está dirigida a la Humanidad entera.
Ello es posible si “sincronizamos nuestras agendas”. Es decir, si dejamos que el Señor Dios cambie nuestro vestido de luto por ropas de galas perpetua, si recorremos el camino que él ha allanado, ha preparado para nosotros, para que no tropecemos, como afirma el profeta Baruc.
Pero hay que darle una mano a Dios. Echados, inactivos, lamiéndonos las heridas, no es una buena actitud. Diciembre es un mes para moverse: lo hace la Sagrada Familia, lo hace Jesús con su encarnación, lo hacen los pastores y los Reyes Magos, etc.; la ropa de estreno para esta Navidad es “el manto de la justicia”. Podemos buenamente adosarlo. Es más, el contexto sociopolítico lo exige.
Nos movemos por un camino al que Dios nos invita, donde se privilegia la prestancia, el estar en pie especialmente en los peores momentos de nuestra vida.
Una voz en el desierto
Un recurso que posee y utiliza la Biblia para evitar que nos quedemos en las ramas o en los bellos discursos, es colocarnos ante ejemplos bien concretos. En este caso, me refiero a Juan El Bautista, que precede a Jesús, que allana su camino y el nuestro.
Un vestido, un camino y ahora una voz potente, coherente y moderada, áspera y veraz. Para cambiar de ropa y sendero hay que convertirse al Dios Niño. Para comenzar una nueva historia, hay que establecer un símbolo permanente, que nos recuerde nuestras decisiones fundamentales. Hay que convertirse, bautizarse y vivir de bautizados, según Juan.
“Los quiero con amor entrañable” son palabras de san Pablo. Son palabras que pudieran conducir nuestros pasos este diciembre.
Las podemos pronunciar sin temor a banalizarlas; estamos necesitados de oírlas, para poder continuar por una vía que aún espera cambiar sus mantos luctuosos, ver la luz en el camino, oír palabras esperanzadoras. Los quiero con amor entrañable. Buena continuación de Adviento.
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