Opinión

Los que enseñaron a mucho la justicia, brillarán como las estrellas

La Biblia valiéndose del género literario apocalíptico pretende, en cambio, transmitirnos una verdad radicalmente diferente a lo que respiramos ambientalmente.
jueves, 11 noviembre 2021

El género apocalíptico
La palabra “apocalipsis” significa literalmente “revelación”. Las artes, especialmente la cinematográfica, han desvirtuado considerablemente la palabra vaciándola de su contenido original, al tiempo que nutren con elementos catastrofistas nuestro imaginario religioso.

En esta línea, se enfatiza entonces el fin del mundo tal y como lo conocemos: una hecatombe cósmica aniquilará todo, no quedando piedra sobre piedra, una intervención divina desatará la inminente destrucción de todo cuanto existe, la segunda venida de Cristo implicará el juicio final, donde los justos pasarán a formar parte de la corte celestial y los malvados irán a parar a una paila (con su respectivo número) del infierno.

La Biblia valiéndose del género literario apocalíptico pretende, en cambio, transmitirnos una verdad radicalmente diferente a lo que respiramos ambientalmente.

Para que esta verdad tenga algún impacto en nuestras vidas es necesario estar claros en que una cosa lo que se dice la letra, y otra muy distinta es el mensaje que la letra encierra. Dicho de entrada: la realidad que el regreso de Jesucristo inaugurará, puede estar ya presente en medio nuestro. Segundo, deberemos rendir cuentas a Dios misericordioso de cómo vivimos nuestra existencia y cuáles fueron nuestras acciones en beneficio de los demás.

Maestros de justicia, estrellas relucientes
El profeta Daniel echa mano abundantemente del recurso apocalíptico. Estamos en el desenlace final de la historia. El arcángel Miguel se ha levantado, de igual modo que se alzaran todos para ser juzgados: unos para la vida eterna, otros para la ignominia perpetua. Ese día, sabios y maestros de la justicia refulgirán a causa de sus buenas y acertadas acciones.

Quien no la debe, no solamente no la teme, sino que espera incluso ansiosamente ir a juicio, ser auditado, examinado. Desde hace un buen tiempo somos testigos de que quienes temen a la justicia se dan a técnicas dilatorias, procurando retrasar sentencias que los perjudiquen.

En cambio, quien humildemente es consciente de que sus actos están cobijados con el sentido común, la intención recta y el corazón ordenado, está permanentemente bien dispuesto a revisión. Promover y enseñar la justicia, trabajar en beneficio de los derechos humanos, etc., parece garantizar un luminoso puesto en el cielo estrellado.

Donde hay perdón, no hay sacrificio por los pecados
Sin salirnos del terreno de los últimos tiempos, Pablo evidencia la participación gloriosa de Cristo, sentado a la derecha del Padre. Esta gloriosa condición repercute positivamente para nosotros: con la entrega de Jesús, todos nuestros pecados son perdonados.

Ahora no se trata únicamente de cuestiones de justicia, sino de perdón. La luz que ilumina el espacio sideral que nos concierne adquiere un nuevo matiz: no solo no la tememos porque no la debemos, sino que, de haber algún “delito” que se nos pudiera imputar, Jesucristo pagó en nombre nuestro. Somos pues maestros de justicia, estrellas resplandecientes, pecadores reconciliados. En estas condiciones nos hallará el Señor a su regreso.

Cuando las ramas se ponen tiernas
Lo anterior no pretende propiciar en nosotros una pasividad estéril; muy al contrario. Reiteramos: primero, hay que desarrollar y aupar a vivir más sabia, justa y reconciliadoramente, como sucede en la gloria. De este modo, la luz que es Cristo nos iluminará siempre.

Segundo, hay que apresurar el “día del juicio”, conscientes de que solo el Padre conoce el día y la hora, como señala el evangelio. Sabernos decentemente en el camino iniciado por Jesús, nos da cierta prestancia para mirar con buenos ojos el hecho de tener que rendir cuentas por nuestros hechos u omisiones, si fuera el caso.

A lo dicho más arriba, hay que agregar ahora el matiz evangélico del discernimiento: saber escrutar e interpretar los signos de los tiempos.

Para entendernos, un ejemplo: hoy día, los derechos humanos son un signo de los tiempos que nos permite vivir coherentemente cuanto afirmamos. Al aproximar la lupa a esta realidad, su promoción o violación es criterio de discernimiento para valorar la sociedad en que vivimos.

Una sociedad que dice respetar los derechos humanos, pero que los conculca sistemáticamente en la práctica, es asimismo una sociedad llamada a capítulo de parte de nuestro Dios misericordioso.

Si somos capaces de pronosticar el tiempo, esperemos ser igualmente capaces de intuir lo que vendrá. En el ínterin, enseñemos y aprendamos de la justicia, de la reconciliación y del discernimiento.

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