Lecturas de papel: Palabras al viento
No, no somos un país que ha mejorado su crisis socioeconómica. Muy por el contrario, Venezuela, hoy, es el país más pobre de América Latina y uno de los países más desiguales del mundo. Lo dice la última investigación del Instituto de Estudios Sociales de la Universidad Católica “Andrés Bello” con su Encuesta Nacional sobre Condiciones de Vida (Encovi-2021).
Una población donde el 96 % de su sociedad se encuentra en situación de pobreza y de ella, el 74 % está en pobreza extrema (realiza una comida caliente una vez a la semana) no puede estar nada bien. Una sociedad donde trabajar no tiene sentido porque el sueldo devengado no permite acceder a los medios de transporte para llegar al sitio de trabajo ni mucho menos, optar a la cesta alimentaria básica, no puede estar superando para nada la pobreza.
En fin, que tanto la población misma (el último censo de 2011 indicaba un estimado de 33 millones de habitantes) se ha reducido en cerca de 6 millones (27 millones viviendo en Venezuela), y la esperanza de vida ha bajado 2-3 años, no es para nada una sociedad feliz.
Los índices presentados por la Encovi-2021, indican de manera dramática lo más espeluznante: Venezuela es una sociedad sin cerebro pensante. El cuerpo social esencial, su clase dirigente intelectual, no existe. Esto se evidencia en absolutamente todas las áreas de la vida nacional.
El vacío que dejó la clase media venezolana está siendo progresivamente ocupado (asaltado) por una dirigencia que es modelo del embrutecimiento generalizado de toda la sociedad.
Un modelo de venezolano depravado, ruin, patán, sin mayor tradición cultural y donde se entre mezcla la banalización y la perversión de los valores, principios, ética y moral para hacer del desprecio al semejante, el modelo a seguir de manera inevitable.
Algunas de estas claves habría que buscarlas en las tristes etapas del pasado remoto venezolano y del abandono y atraso al que fue lanzada la sociedad nacional por los duros períodos de violencia sistemática, tanto de las guerras de mediados del ochocientos como de inicios del siglo XX.
En esos escenarios se encuentran parte de estos lastimosos lastres (resentimientos) que hoy arrastramos. También del período medianamente reciente (entre 1948-1958) época de la llamada dictadura perezjimenista.
Porque el desencadenamiento de la debacle nacional no puede deberse a un desplome de las dos últimas décadas. No creo que 20 años sean suficientes para haber desmontado toda una estructura de Estado y sobre manera, el derrumbe de todo un cuerpo social, ni la destrucción institucional.
Esto ha sido un laborioso y sistemático deterioro que en los últimos 20 años se desencadenó e hizo implosión mostrando una enfermedad que ahora carcome a la totalidad del territorio y sus pobladores.
Sigo pensando en este dramático escenario de total aniquilamiento social y me encuentro, revisando documentos, una carta que el general Bolívar le dirige, desde Perú, a lord Melville, en 1825, ya cuando las disputas por el poder hacen presencia y debilitan las frágiles estructuras de las nacientes ideas republicanas.
Copio partes de esta misiva: “América no verá la paz sino el día que se aparte del giro popular de la igualdad (…) debo confesar que este país no se encuentra en situación para ser gobernado por el pueblo, lo que, debemos convenir, es mucho mejor en teoría que en práctica (…)”.
Para, posteriormente agregar: “De todos los países es tal vez Sudamérica el menos apropósito para los gobiernos republicanos, porque su población la forman indios y negros, (…). Un país que se encuentra representado y gobernado por pueblos semejantes, no puede ir sino a la ruina. (…) yo, bajo el punto de vista de principios generales, no he sido nunca enemigo de las monarquías, sino que, por el contrario, las considero esenciales para la respetabilidad y bienestar de los nuevos Estados; y que, si el gobierno británico llegase a proponer el establecimiento de un gobierno regular, esto es, de una monarquía o monarquías en el Nuevo Mundo, encontrará en mí un promotor firme y constante de esas ideas (…)”.
Estas palabras de Bolívar parecen más una confesión, una clara muestra de sentimiento que claudica ante la espeluznante realidad de una sociedad totalmente huérfana, desvalida y enferma que lo fue aquella que heredó una libertad que desde el mismo momento se palpaba de dudosa credibilidad.
La sociedad que entra a convivir con las ideas republicanas es una masa humana que tenía poco más de 300 años de cotidiano existir con la cultura monárquica. Valores, principios y una práctica de tradición que no fue sustituida sino mucho tiempo después.
Indicaríamos que fue la aparición del petróleo a principios del siglo XX que permite a la sociedad venezolana acceder a un cambio de mentalidad que fue progresivamente ampliándose.
Un siglo de vida republicana no es mucho tiempo, nada, para educar y transformar el pensamiento de una sociedad que se había formado en otro mundo, en otra cultura. Un pasado de cultura monárquica que no siempre fue negativo.
Por el contrario, habían pasado generaciones formándose en una tradición donde se fundaron las bases de una sociedad que construyó pueblos, sistemas de convivencia, instituciones y toda una sociedad que vivía y convivía bajo el manto y al amparo de un sistema jurídico fortalecido en sus instituciones.
Una sociedad que aprendió una lengua, practicó una misma religión e hizo uso de formas culturales propias.
Semejante herencia no pudo ni ha podido ser superada todavía.
Padecemos, hoy, la pobreza generalizada de un presente por no haber podido asimilar la vasta y compleja herencia cultural de un pasado esplendoroso. La confesión de un venezolano, como Simón Bolívar, es muestra de un hecho que indicaríamos como error histórico. Sí, es muy posible que este héroe sintiera en su intimidad la lamentable tragedia de haber querido implantar un sistema de vida que la sociedad en su conjunto, ni antes ni después, ha podido asimilar del todo. Esto se convierte ahora en una hecatombe, una tragedia, un descomunal fracaso que tiene a Venezuela al borde de su fractura territorial y social.
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