Opinión

Lázaro y Epulón

La parábola del evangelio está dirigida a los fariseos, es decir, a dirigentes religiosos, custodios de la ley.
jueves, 22 septiembre 2022

El evangelio de San Lucas es una especie de “cuaderno del estudiante”, o guía para aquellos que deseamos tomarnos en serio nuestro cristianismo. En este libro sagrado se encuentran una serie de pautas, sugerencias y recomendaciones para vivir más auténticamente el seguimiento de Jesucristo.

Es obvio que las narraciones que allí aparecen tienen un ambiente más sencillo del nuestro, por lo que nos resulta más complicado asimilar las enseñanzas, o actualizarlas. El mundo en que nos movemos hoy día es complejo, con un sinfín de matices a considerar antes de adaptar el mensaje. En tiempos de Lucas, pues, era más fácil fijar posición sin caer en los extremos.

El pobre Lázaro y el rico Epulón
Uno de los métodos más recurrentes de este evangelio es situarnos ante dos situaciones contrastantes, de modo que tomemos conciencia de las mismas, y nos decidamos por una de ellas, por ser la más cónsona con el mensaje de Jesús de Nazaret, quien quiere en definitiva que crezcamos como personas, según la altura y el desarrollo con que Él nos mira.

La parábola del evangelio está dirigida a los fariseos, es decir, a dirigentes religiosos, custodios de la ley. Se trata de un “cuento” que encierra una verdad. Esa verdad no es unívoca ni explícita o evidente, sino que los oyentes de la parábola deben extraerla partiendo de su propia situación vital.

Dicho lo anterior, la narración dirigida a este grupo habla de dos hombres, de los cuales sabemos el nombre solo de uno, Lázaro, mientras que el nombre del otro nos ha llegado por vías de la tradición: Epulón. De este último, se dice que es rico, sin señalar si su riqueza es mal habida o menos. Lo cierto es que Epulón se da cotidianamente a la buena vida; por su parte, Lázaro es un indigente enfermo, que mendiga a las puertas de Epulón, buscando saciar su hambre con los restos de las comilonas y banquetes organizados por Epulón.

El relato dice que el mendigo murió y fue a dar al seno de Abraham. Al tiempo, Epulón corrió con la misma suerte, pero fue enterrado, yendo a parar al infierno. Desde ese “lugar” de tormentos, Epulón pide para sí lo que nunca hizo mientras estuvo en vida: pide “caridad”, que sus suplicios sean aplacados por el gesto de un tercero (en este caso, de Lázaro). A semejante exigencia, el mismo Abraham responde que es imposible auxiliarlo pues los separa un abismo.

Estando así las cosas, Epulón implora al Padre de la fe de enviar a Lázaro “de vuelta”, para que advierta a los cinco hermanos de Epulón y así ahorrarles que corran la misma suerte que él. Tomando nuevamente la palabra, Abraham le recuerda a Epulón que es suficiente con seguir las recomendaciones de Moisés y de los profetas; pero Epulón considera que no basta, que sus hermanos necesitan una “terapia de shock”, como sería que un fantasma se les aparezca.

La parábola se cierra con una sentencia lapidaria: “si no hacen caso a la ley y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”.

Nuestra realidad está llena de “Epulón” y “Lázaro”. Sabemos de connacionales que han dado rienda suelta a todo tipo de excesos que ofenden la actual situación nacional, que muestran sin tapujos el consumo y exhiben sus riquezas de dudosa, o por completo desconocida procedencia. La actitud con que desparraman “sus” haberes refleja el desinterés que prueban por la mayoría, no interesándose por su destino. Sabemos de muchísimos de los nuestros que viven un calvario que parece no conocer fin.

Unos cuantos millones se pusieron en camino, buscando mejorar su situación, poder acceder a los servicios básicos y dar una mano a quienes dejaron atrás. Al igual que en la parábola, cientos de éstos mueren antes de llegar siquiera al destino donde creían poder aplacar el hambre o garantizarse una mejor calidad de vida.

La parábola es una admonición para todos. Ella nos dice que los necesitados y excluidos históricos tienen un rostro, un nombre; son personas. La parábola invita a darles una mano para que recobren su dignidad y, mientras esto se da, también los asistimos en sus necesidades, en la medida de nuestras posibilidades.

La parábola está asimismo dirigida a aquellos que viven sin moderación alguna, con excesos y desenfrenos que ofenden a las mayorías empobrecidas, que cierran su corazón a la solidaridad no obstante estén conscientes de las tantas necesidades (en la parábola consta que Epulón conocía el nombre del necesitado estacionado en la puerta de su casa).

La tarea no es sencilla. Eso lo sabe el mismo Jesús, quien, a pesar de haber resucitado de entre los muertos, no logró convencer al grupo de dirigentes a los cuales dirige la parábola, porque, según las palabras del profeta Amós, no quieren perder sus privilegios, sus seguridades, sus banquetes y fiestas, sus perfumes y demás, pero que no se conmueven para nada con la ruina del país.

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