La mochila del emigrante
Nota inicial: Recientemente conversé con una muy joven emigrante paisana de Ciudad Bolívar, quien como tantos otros tuvo que volver a la patria con la mochila en un brazo y su pequeño bebé en el otro. Eso motivó a que con la venia de mis apreciados lectores, y la amabilidad de quienes coordinan esta página, enviara este escrito por segunda vez para su publicación.-
“En la mochila del emigrante solo cabe una fracción de su patrimonio: ropa, documentos de identificación, utensilios personales básicos y algún bastimento para el camino; de hecho cuando el emigrante está haciendo su mochila, siente que el afecto por las cosas que no puede llevar le aprieta la garganta presionándole las sienes, hasta que un chubasco repentino empapa la toalla en sus manos. Ya no hay vuelta atrás, aun cuando no ha llegado el momento de dar el último vistazo a su amado vecindario, la ejecución de su proyecto migratorio es indetenible, se ha vuelto palpable en el volumen de su mochila, que no le pesa en la espalda tanto como en el alma”.
No pasará mucho tiempo para que el tema migratorio venezolano aparezca reflejado en líneas de corte poético como las del intento anterior, esperemos que en su mayoría sean para destacar éxitos y expresar contento. Lamentablemente, salvo contadas excepciones, por más que forcemos el optimismo, poco se puede esperar de casos que se saltan la más elemental planificación que exige semejante decisión, llegando algunos incluso a desdeñar al instinto de conservación, esa fuerza interna llamada en sí misma a preservarlos de peligros a tantos kilómetros del hogar.
No se trata de cobardía ni del frío que nos recorre las vísceras cuando enfrentamos lo desconocido, o quizá sí, que el sedentario paso de los años ha terminado por suplantar la acción irreflexiva por la prudencia en el andar por esta vida, acaso por alguna marca indeleble de la propia experiencia que me recuerda lo amargo de la soledad y el desamparo de la distancia; tal vez haya algo de eso, pero en estos tiempos de abrumadora dinámica mundial, los hechos son como olas en las que todos vamos montados sin apenas notar la dimensión del deslave de acontecimientos que se producen y que nos afectan desde todos los confines.
La mochila del emigrante además de ropa y credenciales académicas, debe contener también bastimento espiritual para sortear con éxito las dificultades de la emigración, sobre todo cuando llegue la hora de verle la cara de frente a la maldad humana en tierra extraña, a la indiferencia cuyos efectos se multiplican por varios dígitos cuando el apoyo familiar se encuentra físicamente tan lejano, en fin, al rechazo y la bofetada de ingratitud manifestada en forma de inmisericorde xenofobia, que sientes cuando compares con amargura el trato que en tu país se le da al extranjero cualquiera sea su condición u origen, y el que tú recibes en aquel, que de suma importancia es decirlo, puede que sea uno de los que fueron liberados del yugo colonial por tu más insigne compatriota.
Que bueno sería que el emigrante también lleve en su mochila un ejemplar de El Arte de la Guerra, en tanto que implica la habilidad del conocimiento propio y del adversario, invalorable guía en la correcta ejecución de estrategias para ganar las inevitables batallas con jefes, capataces y la gran masa nacional sin necesidad de enfrentamiento, pero siempre en cuenta de que como las guerras no pueden extenderse para toda la vida, es valioso reconocer cuándo es el momento de tocar la retirada, una posibilidad latente que requiere que la mochila del emigrante esté siempre lista para emprender el retorno a la patria, quizás con la espalda cimbrada, sí, pero probablemente con el alma muy ligera.
viznel@hotmail.com
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