La fama de Pedrito Roncha Seca (Anecdocuento)
Este asunto de Pedrito Roncha Seca estuvo a punto de convertirse en una paradoja insoluble debido a la cantidad de candidatos al sobrenombre más acorde con el personaje que nos ocupa, sin embargo, luego de darle vueltas a las alternativas para sintetizar la historia decidí dejarlo tal cual lo conocí originalmente, es decir, Roncha Seca, si bien el apodo de Sarcófago pudo haberle calzado perfectamente, porque estos recipientes eran construidos en la antigüedad con un tipo de piedra calcárea que consumía los cadáveres de manera eficiente, y digamos que nuestro personaje cuenta con características devoradoras muy similares que ponía en práctica no precisamente sobre restos de momias egipcias.
Otro de los apodos propuestos fue desechado debido a que guarda estrecha relación con el picor que usualmente arremete contra una parte pudenda que no está debidamente higienizada, y el respeto lo proscribe de este tipo de publicación.
Una vez lo invitaron a una fiesta, y se cuenta que a lo largo de la velada despachó un kilo de carne, medio de chinchurria, tres chuletas de cochino, cuatro bollos, una pechuga grande de pollo, una bandeja de yuca, dos papas rellenas, casi un litro de salsa y media torta de casabe, aparte del cervecero que se bebió.
Dicen que quedó patas arriba como el caimán del tío Simón, pero feliz de haberse lucido nuevamente con otra de las que él se anotaba como grandes hazañas.
No era la primera vez ni sería su último episodio de excesos, pues dicha costumbre se remontaba a sus años de estudiante en la universidad, donde siempre se las arreglaba para no morir de hambre a costa de lo que fuera, incluyendo las reservas que sus compañeros guardaban celosamente en los sitios más inverosímiles debido a la voraz fama que lo precedía, según la cual cada vez que llegaba nuevo a una residencia los comestibles empezaban a desaparecer como por arte del mago Merlín.
A Dios gracias la vida le ha deparado buenas cosas, quizá por eso la figura de mueble fino (Léase bien acabado) de su etapa universitaria hoy resulta irreconocible; actualmente las mejillas de Pedrito Roncha Seca semejan globos que casi le cubren los ojos, la curvatura de su barriga forma una barrera monumental que le impide verse los pies y el interfecto que yace debajo del cinturón.
Pero fue en una de las tantas residencias donde transcurrió parte de su vida de nómada, donde se ganó -y él aceptó sin objeción- el picoso sobrenombre de Roncha Seca, no sólo por su mala costumbre de diezmar subrepticiamente los víveres de los demás, sino también por lo que le pasó con uno de sus co-inquilinos, un señor italiano que andaba por Mérida supervisando una sucursal de la empresa donde trabajaba en la capital, quien lo sorprendió a media noche engulléndose tremendo sándwich con dos gruesas lonjas de jamón y tres de queso, con su respectivo vaso de Coca-cola, que el honorable señor guardaba en la nevera para su consumo personal.
A la mañana siguiente mi estimado tenía un examen a primera hora y estaba saliendo retardado a tomar el autobús de la universidad; se colocó el morral a la carrera, y antes de salir apurado quiso dar un vuelo rasante por la cocina a ver qué rapiñaba pero casi se estrelló de nariz con el italiano que se estaba tomando un café con leche con un trozo de pizza que se había salvado de su propia voracidad la noche anterior.
Tenía hambre y sed pero corrigió el rumbo de manera magistral y siguió de largo hacia la puerta, limitándose a contestar cuando le oyó decir, ¡buenos días Roncha Seca!
Del libro Anecdocuentos y otras especies, del mismo autor.
viznel@hotmail.com
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