Opinión

La culebrilla: Mitos, creencias y realidades

Es probable que el término “culebrilla” tenga su origen en las llanuras y zonas adyacentes de Argentina, Uruguay, Paraguay, sur de Brasil y Chile
sábado, 05 diciembre 2020

Desde hace muchos años existe un abanico de mitos para sanar la culebrilla, al punto que impera en un amplio sector poblacional la costumbre popular de recurrir a métodos no médicos, encabezados por curanderos o intermediarios provistos de prácticas rituales, pócimas y hierbas, que buscan “ensalmar” al afectado en aras de una solución a una enfermedad cuya verdadera causa desconocen, con los riesgos que ello implica debido a sus complicaciones.

Un viejo método era pasar un sapo vivo sobre la parte enferma, frotando la barriga del animal en el sentido contrario al progreso de la erupción, con la creencia que al contacto con la culebrilla el sapo se desespera, enrojece y se hincha, muriendo al poco tiempo a causa del veneno absorbido.

Quizás el mito más famoso sobre la culebrilla sea el que tiene que ver con la tinta china, al suponer que si la línea reptal producto de la erupción que aparece en la superficie dérmica circunda el cuerpo y une sus dos puntas, el portador moría; por ello, se utilizaba tinta china o de cualquier otro tipo, para “cercar” a las ampollas que provoca la enfermedad.

Es probable que el término “culebrilla” tenga su origen en las llanuras y zonas adyacentes de Argentina, Uruguay, Paraguay, sur de Brasil y Chile, al pensar sus pobladores que la infección se producía por el veneno que arrojaba una víbora o culebra al pasar por la ropa extendida que se estaba secando sobre los sembradíos de trigo; entonces cuando el gaucho se ponía la ropa seca, con el veneno de la culebra, contraía con posterioridad la culebrilla.

La realidad es que el herpes zóster, denominado coloquialmente “culebrilla” o fuego de San Antonio, es una enfermedad producida por una reactivación del virus latente de la varicela zóster (VVZ), clasificado como virus del herpes humano 3 (HHV-3), que afecta a los nervios periféricos del ser humano, único reservorio, y produce lesiones dolorosas a nivel de la piel.

La palabra “zóster” deriva del vocablo griego que significa “cinturón”, por la disposición en banda de la erupción que se produce en esta patología.

Es una enfermedad distribuida mundialmente que afecta alrededor del 20 % de la población, observándose la incidencia más común en personas mayores de 50 años y es raro en niños de corta edad.

Visualmente la culebrilla se caracteriza por la aparición de un enrojecimiento de la piel acompañado de vesículas muy dolorosas en un patrón que simula una culebra, que posteriormente se transforman en ampollas y pústulas (contagiosas por contacto directo), hasta formar costras que se desprenden en dos o tres semanas.

Las zonas corporales más comúnmente afectadas son la base del tórax, en general de un costado incluida la espalda y la cara.

La mayor parte de las personas toman contacto con el VVZ durante la infancia con la varicela, aunque no siempre desarrollen la sintomatología.

Generalmente, nuestro sistema inmunitario mantiene el virus inactivo, condición que no causa daño y no se multiplica, aunque puede volver a ser infeccioso con determinadas enfermedades, edad avanzada, estados de estrés y en aquellas personas que tienen alterada su respuesta inmune o están sometidos a tratamientos inmunosupresores.

Cuando el virus de la culebrilla se reactiva, se disemina causando una neuritis con dolor intenso o sensación de quemadura producto de la inflamación y necrosis neuronal, cuadro clínico que normalmente persiste de 3 a 5 semanas.

Entre las complicaciones, se describen las visuales (el virus a nivel del nervio oftálmico) que van desde inflamaciones dolorosas del ojo a la pérdida de la visión. De igual forma la infección en la cara puede producir lesión del nervio auditivo y de los nervios faciales, en consecuencia conducir a una parálisis facial temporal y dolor persistente.

Una vez desaparecida la erupción, el paciente puede desarrollar una neuralgia posherpética (NPH), que consiste en una sensación dolorosa crónica en el dermatoma afectado y que puede durar desde varias semanas hasta años.

Tal como ocurre con los otros virus, el de la varicella zoster no tiene cura, sin embargo, la culebrilla se puede tratar. El tratamiento es paliativo, basado en analgésicos para controlar el dolor y antivirales específicos por vía oral capaces de acortar el tiempo de progresión a la cicatrización de las lesiones, disminuir el dolor agudo e influir sobre la intensidad y duración del dolor crónico.

Las cremas antivirales tienen mínima absorción a través de la piel durante el proceso infeccioso, por lo que solo ejercen un efecto local leve y no reemplazan al tratamiento oral. Es importante mantener desinfectadas las lesiones cutáneas para evitar la infección bacteriana secundaria.

Respecto a la prevención, la Food and Drug Administration (FDA) de los Estados Unidos aprobó en 2006, una vacuna contra el Herpes Zoster, para pacientes mayores de 60 años, con resultados muy alentadores.

Es recomendable la evaluación clínica con su médico de confianza en caso de presentar signos y síntomas compatibles con herpes zóster, quien además puede considerar referirlo con un especialista en Medicina Interna, Infectología o Dermatología.

Dra. Fanny Quevedo
Médico Ocupacional
Especialista en Gerencia en Salud.
qcfanny@hotmail.com

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