Opinión

Inclusión de todos

El pueblo en que vivió Jesús era rigurosa y escrupulosamente excluyente. Los criterios para separar a unos de otros eran variados, e incluso estas medidas divisorias podían reforzarse con una interpretación religiosa.
jueves, 11 febrero 2021

Se espera que las buenas acciones una vez iniciadas, no se detengan. El bien personal y colectivo deberían ocupar uno de los primeros lugares entre las prioridades de toda sociedad, de manera que el bienestar se esparza en todos los lugares y direcciones, alcanzando al mayor número de miembros.

Si bien es cierto que existen separaciones sociales de hecho por distintos factores, también lo es que los grupos se fortalecen, son más sanos, si consiguen integrar lo más posible a los estratos o “tribus”, procurando no dejar a nadie por fuera.

El pueblo en que vivió Jesús era rigurosa y escrupulosamente excluyente. Los criterios para separar a unos de otros eran variados, e incluso estas medidas divisorias podían reforzarse con una interpretación religiosa.

Este es el caso de la lepra. Es decir, una enfermedad cutánea leída desde una moral “conveniente”, pues el resultado inmediato era que al leproso se le separará del resto de la población porque ha sido maldecido por Dios; deberá vivir al margen de las ciudades, manteniendo una distancia considerable del resto de las personas.

Con otras palabras: “si está enfermo es porque hizo algo malo, y Dios lo castigó con ‘esa’ enfermedad; con una persona como ‘esa’ no podemos relacionarnos”. Así se razonaba en tiempos de Jesús.

Los que dividen
Es bien sabido que todo aquello que perciba como distinto de mí, lo abordaré con desconfianza, a cierta distancia. Esta dinámica cede a medida en que conozca más y más el objeto en cuestión, hasta que termine integrándolo en mi mundo de referencias y relaciones.

Igualmente es bien sabido que la reacción más natural y espontánea no es la descrita anteriormente, sino su contrario. Los seres humanos tendemos a distinguir, separar y excluir hasta llegar a la demonización o condena.

No queremos saber de diferentes, de quienes piensan distinto. Llegamos incluso a despreciar a personas que no responden a ciertos patrones físicos, de estética.

Hay gente que levanta barreras sociales y las remacha, de manera que la separación que establece se vea fortalecida y los muros sean infranqueables.

Los que unen
Al lado de dinámicas centrífugas, que tienden a alejar personas, existen otras que pretenden mayor integración, porque se es consciente de que movimientos integradores nos hacen más fuertes y mejores, socialmente hablando.

Jesucristo pertenece a este grupo de personas que eligen sumar voluntades, en lugar de expulsar y excluir. Cuando el Señor se halla frente al leproso, misericordiosamente se da cuenta que además del mal físico, este hombre carga sobre sus hombros la soledad a que lo empujaron sus paisanos y el peso de una condena moral por un supuesto pecado cometido. Hay que liberar a este hombre de su mal, pero también de tanta carga injusta e irracional.

El leproso desea volver a casa y al pueblo al que pertenece. Para ello, debe demostrar que el morbo ha desaparecido de su piel. Él es quien recurre a Jesús, convencido de que el Señor tiene el poder de vencer al mal con bien, y que lo de Jesús es sumar y no dividir. Y ocurre el milagro.

El milagro consiste en curar al leproso de su enfermedad, al tiempo que lo devuelve a su centro, que no es el social, sino el grupo de discípulos. Este hombre, una vez realizado el milagro, se convertirá en un propagador de la Buena Noticia que es Jesús.

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