Opinión

Fe y Misericordia

Acto seguido, Jesús alaba la fe de este hombre y cura al enfermo sin necesidad de poner pie en el hogar del militar.
jueves, 24 junio 2021

El próximo domingo nos hallaremos en presencia de uno de los pasajes más interesantes del Evangelio: la curación del criado del centurión romano.

Mateo nos narra el encuentro entre el militar, del que desconocemos su nombre, y Jesús. El Señor ha hecho su ingreso en Cafarnaúm, e inmediatamente el centurión le cierra el paso para rogarle que cure a su criado, quien se encuentra enfermo. Se establece así un diálogo entre ambos: Jesús accede a la petición y se dispone a acompañar al angustiado hombre, cuando éste, consciente de que si Jesús entra en su casa quedará impuro según las normas religiosas establecidas, le pide pronunciar una palabra para que su sirviente sane. No es necesaria la presencia física de Jesús, para que el siervo se reponga. Él cree en la eficacia de la palabra de Jesucristo, pues él, que es “menos” en comparación con el Señor, da órdenes a sus subalternos y éstos lo obedecen.

Acto seguido, Jesús alaba la fe de este hombre y cura al enfermo sin necesidad de poner pie en el hogar del militar.

Fe y misericordia
A simple vista, la narración pudiera hacer referencia al poder de la palabra de Jesús, capaz de superar la contingencia del espacio. Pero estos versículos encierran igualmente otro mensaje que nos incumbe a los lectores contemporáneos, donde están presentes las realidades de la fe y la misericordia.
El centurión tiene fe en alguien que aún no conoce de persona, pero que ha oído hablar de Él. Por eso se dirige al Señor, intercediendo, no en beneficio propio, sino en favor de ¡su criado!

Este hombre que representa al poder dominante de la época, se interesa por un sirviente judío. Se trata de un hombre sensible que, no obstante el rol que desempeña en el país satélite de Roma, vibra con las vicisitudes de sus dependientes. Recordemos que se trata de un hombre que tiene bajo su autoridad cien soldados romanos; pero está preocupado por su siervo. Es, pues, un hombre que denota misericordia para con el extranjero, el desvalido, el enfermo.

Pero esto no es todo. El centurión demuestra ser también un hombre de fe. Probablemente, se trata de un creyente que rinde culto a sus dioses. Sin embargo, este hecho no es impedimento para reconocer que Dios ha visitado a Israel en la persona de Jesús. Y el Dios de Jesús se interesa por las personas, por sus sufrimientos y desavenencias. Es, pues, un hombre que transparente fe, confianza en el Dios Jesús.

Por su parte, Jesucristo se conmueve de la fe del centurión y actúa desde su misericordioso corazón, aceptando de plano y cumpliendo la rogativa del militar. Él no se niega a operar el milagro por el simple hecho de que el solicitante sea un militar, extranjero y “pagano”. El Señor atiende bondadosamente las necesidades de todas las personas.

Cuando la misericordia nos alcanza, la respuesta es el servicio
Pero la historia no acaba con la curación del siervo del centurión. La narración nos ubica abruptamente —junto con Jesús— en la casa de Simón Pedro, uno de los discípulos más amados por Jesús. Decir “casa” en el Evangelio es sinónimo de relaciones humanas llanas, calurosas, enriquecedoras. La casa de Pedro representa para el Señor una pausa, un descanso en su ajetreada jornada de predicación y de hacer el bien por doquier y a todos.

En ese ambiente acogedor, Jesús se topa una vez más con la enfermedad, con el dolor que no permite que las personas sean en plenitud todo lo que están llamadas a ser.

Una vez más, Jesucristo supera el mal, cura a la suegra de Simón y ésta se levanta y se pone a servirlos inmediatamente. El Señor irradia su poder sanador que tiene origen en su misericordia, en esa capacidad de conectar con el necesitado, ofreciéndole vías superadoras, cambiando la suerte de los necesitados.

Estos personajes nos reflejan
El Evangelio del domingo sirve como una especie de espejo. Es decir, nos ayuda a reflejarnos a nosotros mismos en las figuras del centurión y de la suegra de Pedro. Al igual que el primero, somos “paganos” que hemos escuchado el mensaje de Jesús de Nazaret, y hemos puesto nuestra confianza en Él. Nosotros vivimos con la certeza de que no es menester la presencia física de Jesús para que su palabra actúe eficazmente en nuestra historia. Al igual que el centurión, nuestras preocupaciones no están concentradas primeramente en nosotros mismos, sino en aquellos que nos rodean y que sufren distintos tipos de penurias; e intercedemos por ellos, porque sus cuitas son nuestras dolencias.

Al igual que la suegra de Pedro, una vez que hemos vivido la experiencia de haber sido alcanzados por la gracia misericordiosa de Jesús, que nos sana de todos nuestros males, nos apuntamos al servicio de los demás, a ejemplo del mismo Jesús.

De personas como éstas, estamos muy necesitados hoy día por estas tierras.

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