Opinión

Está en medio nuestro

Este camino trae consigo la paz, que se aloja en el propio corazón y se comunica con los pensamientos, de forma que comulguemos totalmente con Jesús Niño.
jueves, 09 diciembre 2021

Dentro de un poco más de dos semanas estaremos renovando el divino Misterio, que no es otro que Dios nos ama con Amor sin medidas ni comparaciones. Él, que se aproxima a todos a través de la vida de Jesús Niño, pretende provocar sentimientos de esperanza y alegría, a pesar de las actuales circunstancias y no obstante éstas: nada ni nadie nos arrebata lo que Dios genera por la sencilla razón de hacerse presente en medio nuestro.

La alegría que promueve este tercer domingo de Adviento mediante las primeras tres lecturas, viene a sumarse a la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, Emperatriz de América Latina y ejemplo de seguimiento de Aquel a quien todavía no tenemos el privilegio de ver, pero en quien hemos puesto toda nuestra esperanza.

La alegría es señal de su presencia; su presencia provoca alegría
Dependiendo de las traducciones disponibles, la lectura del profeta Sofonías insiste en cuatro ocasiones en que estemos alegres pues Dios se hace presente en medio de su pueblo, precisamente en las condiciones concretas —difíciles, duras e incluso inhumanas— que atraviesa.

Esta actitud vital no se “provoca”, sino que es la manera más connatural de dar entender a los demás de que Él está presente. La presencia divina es tan palpable como el sentimiento de gozo dominante: las amenazas externas se han ido, no hay mal al que temer. Al contrario, lo que Dios provoca es fruto del Amor renovado, exultante, dado en un ambiente celebrativo.

A la alegría, se suma la paz
San Pablo por su parte anima a los Filipenses a propagar a todos los confines de la tierra esta alegría que los invade. La cercanía de Dios disipa las preocupaciones; en un clima de oración, con la alegría dominando el contexto, se pide al Señor lo que se necesita.

Este camino trae consigo la paz, que se aloja en el propio corazón y se comunica con los pensamientos, de forma que comulguemos totalmente con Jesús Niño.

Se trata de una tarea nada sencilla, que exige nuestro empeño. Es decir, inmersos en semejante desastre socioeconómico promovido por las malas políticas, nos mantenemos incólumes, fundando toda la vida en la alegría y en la paz, pidiendo poder percibir decisivamente esta presencia que se posa primeramente en nuestras existencias, antes que en el pesebre humilde donde se encarna.

Una presencia que exige cambios sociales
Navidad es el mes donde afloran los mejores sentimientos que habitan en el corazón humano; en este sentido, se destaca de los meses restantes precisamente por el ambiente que genera en la Humanidad. Pero es también un mes “sarcástico”, pues pone de manifiesto el estado actual de las cosas, la constatación de que aún nos hallamos lejos de vivir a partir de los dones que trae y promociona.

Las lecturas bíblicas que acompañan el Adviento no promueven mínimamente sentimentalismos vacuos, o consumismos fútiles. Adviento es tiempo de preparación personal y social para recibir a quien viene en su condición más frágil, pero también más amorosa y en consecuencia más salvífica.

“¿Qué debemos hacer?”, es la pregunta con que abre el evangelio, y está dirigida a otro de los personajes paradigmáticos del Adviento: Juan Bautista.

Él, con su habitual lenguaje áspero pero honesto, responde: hay que compartir, no hay que extorsionar ni favorecer la corrupción. Hay que concientizar asimismo que quien está por venir provoca alegría, trae la paz así como una palabra clara, pronunciada a esta realidad dolorosa e injusta.

Nos encomendamos a la Guadalupe —ella que cubrió de flores la tilma de San Juan Diego—, para que su maternal amoroso manto nos arrope, nos preserve alegres y pacificados, para que, renovados y descansados gracias a la Presencia del Misterio divino en medio nuestro, encaremos con decisión el devastado y comprometido porvenir que nos espera como país.

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