En el escenario más americano se lucirá la estrella más brillante de Puerto Rico

El anuncio de que Bad Bunny será el encargado del show de medio tiempo del Super Bowl LX en San Francisco no es simplemente una noticia de entretenimiento: es un acontecimiento político y cultural con una carga simbólica difícil de ignorar. No es solo el cantante más escuchado en el mundo en los últimos años, tampoco solo un ídolo generacional, sino un artista que ha sabido convertir su música y su presencia en un altavoz de identidad y de reclamo político.
Conviene recordar que hace apenas un par de años Benito había dejado claro que no haría gira en Estados Unidos. La razón no era logística ni económica, sino profundamente política: en medio de las redadas del ICE, el artista reconoció que no quería poner a sus seguidores, muchos de ellos jóvenes latinos y migrantes, en riesgo de persecución migratoria al asistir a sus conciertos. Era un gesto de solidaridad, pero también una advertencia: la cultura latina no iba a servir de telón de fondo mientras sus comunidades sufrían acoso. Hoy, en contraste, es el protagonista del escenario más americano de todos, con más de 100 millones de espectadores garantizados.
La contradicción aparente se vuelve entonces un mensaje contundente. Bad Bunny no llega a Estados Unidos de puntillas, llega para ocupar el espacio cultural más simbólico. Y lo hace en un momento donde la política se ha colado de lleno en el espectáculo. Tras confirmarse su participación, desde el entorno de Donald Trump se anunció que habría presencia activa del ICE en el Super Bowl, incluso durante el show de medio tiempo. No es un detalle menor: significa que el gobierno busca convertir la fiesta más grande del deporte en un escenario de vigilancia. Una advertencia, casi un recordatorio, de que por mucho que la cultura celebre lo latino, el poder político puede imponerse con su propia narrativa de control.
Pero si algo ha caracterizado la trayectoria reciente de Bad Bunny es su capacidad de responder con música y con símbolos. Su último álbum, Debí tirar más fotos (DTMF), ya incluyó canciones de fuerte contenido político y social. En temas como Lo que le pasó a Hawaii, denuncia el abandono, la devastación y la compleja relación entre poder, territorio e identidad. No se trata de un artista que huye del mensaje, sino de alguien que es consciente de su poder cultural y lo usa para amplificar causas. Su llegada al Super Bowl no es solo un regreso a Estados Unidos: es un acto político en sí mismo.
La pregunta es qué puede suceder en ese escenario. ¿Habrá un guiño explícito a Puerto Rico, a la migración, a la comunidad latina? ¿O será un show cuidadosamente vigilado para evitar mensajes incómodos? La NFL, Apple Music y Roc Nation saben que cada gesto será leído en clave política, y esa tensión puede convertir el espectáculo en uno de los más analizados de la historia. Lo que está claro es que la sola presencia de Bad Bunny en ese escenario ya es un mensaje: la cultura latina no se conforma con ocupar espacios secundarios, exige estar en el centro.
En un país marcado por la polarización, el artista boricua se subirá al escenario más visto del mundo para recordarle a Estados Unidos su contradicción más evidente: necesita la fuerza cultural de lo latino mientras al mismo tiempo intenta contenerla con muros, redadas y discursos de exclusión. Lo que veremos en San Francisco no será únicamente un espectáculo musical, será también un momento en que millones de espectadores podrán preguntarse qué significa ser latino en la nación más poderosa del mundo.
Y en ese escenario, la estrella más brillante de Puerto Rico brillará no solo por su música, sino por lo que representa: el derecho de una cultura a ser vista, escuchada y celebrada en el corazón mismo de Estados Unidos.
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