El retorno de Hilarión (Anecdocuento)
Ocurre que algunos relatos pierden fuerza por alguna debilidad en la composición, dejando al lector sumergido en una especie de flujo piroclástico que en su recorrido abre un cauce que va desde el escozor de la duda hasta la espesura del desconcierto; y es que muchos quedan encapsulados en los intestinos del bolígrafo o neutralizados por el síndrome del cursor detenido debido tal vez a un atasco insalvable en el sector creativo del cerebro, o a que la fuente de inspiración se quedó varada en algún lugar entre las nubes.
Tal es el caso de Hilarión, un llanero crudo de inteligencia y arranques repentinos de ira que demostró la vez que se cayó del caballo y quedó desmayado en algún lugar de la sabana sin que sus compañeros lo notaran sino hasta que regresaron a la casa.
Se dice que cuando apareció y quisieron saber lo que le había pasado, con su proverbial laconismo solo respondió que se había caído, así que cuando le preguntaron dónde, respondió que en el suelo. Por supuesto lo que querían saber era el sitio donde había sufrido la caída, pero al volver a escuchar la pregunta Hilarión hizo ignición, se puso de rodillas y comenzó a darle frenéticas palmadas a la polvorienta superficie del patio para indicarles que allí era donde quedaba el sitio al que él se refería: el suelo.
Si la saga de “Viaje a las Estrellas” tiene su “Retorno del Jedi”, Hilarión tiene derecho al suyo, máxime si este guarda relación con las estrellas que posiblemente hayan sido el origen de las luces que vio Hilarión la vez que uno de los cauchos de su pick-up le apareció desinflado justo cuando se disponía a acudir a la cita de amor que había intentado lograr a lo largo de un lustro.
Sobra decir que cuando uno se encuentra en ese tipo de situaciones no lo para ni aguacero ni noche oscura, e Hilarión no sería la excepción, por eso, sin mayor dilación e ignorando la pertinaz llovizna que estaba cayendo desde temprano, sacó el caucho de repuesto, el gato y la llave de cruz dispuesto a hacer el cambio lo más rápido posible, ajeno por supuesto a un inconveniente que lo acechaba literalmente a la vuelta de la tuerca.
Parecía que el último en apretarlas había sido el clorofílico Hulk, por lo que le resultó muy difícil sacarlas, sobremanera la última, que ante la imposibilidad de tan siquiera moverla un solo milímetro, optó por tomar la histórica decisión de buscar un soplete con el que empezó a mandarle fuego vivo a la fulana tuerca, que bajo semejante candelorio torció el pescuezo y cayó al piso con todo el aspecto de un caramelo de fresa, pero más caliente que la superficie del sol.
Cegado por la ira y odiando profundamente al objeto causante de su retardo, Hilarión agarró la tuerca con la mano con la intención de batirla contra el piso en señal de venganza, pero la energía calórica acumulada en el metal le catapultó el brazo como un resorte soltando la tuerca hacia los cielos, desde donde hasta la fecha de su partida Hilarión no supo si sucumbió a la gravedad del planeta y regresó a la tierra, o si pasó a formar parte de los anillos de Saturno.
Epílogo.
Cuenta la leyenda que logró cambiar el caucho, pero también se dice que se cansó de pasar el suiche sin que el motor respondiera jamás. Pero él sí. Sacó una escopeta que tenía detrás del asiento y con su voz atiplada le gritó a la burra (que era como él le decía al noble vehículo), ¿ah, no vas a prender?, ¡entonces muere mardito animal!, y transformó la pick up en un colador en forma de camioneta, acción que fue llamada por familiares y amigos como “El retorno de Hilarión”.
Del libro “Anecdocuentos y otras especies”, del mismo autor.
viznel@hotmail.com
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