El mejor de los pueblos
Pasan los días y las nefastas consecuencias de cuanto nos ha tocado padecer se muestran sin tapujos: la pobreza se incrementa y llevar el pan a la mesa deviene una empresa prácticamente imposible.
Los magros salarios se desvanecen, alejándose sistemáticamente de las canastas de bienes y servicios, y alimentaria. Allí donde dirijamos la mirada, hallaremos un país desmantelado y a un pueblo crucificado.
Por otro lado, es igualmente evidente la emergencia de valores que sirven de “pegamento”, impidiendo que la realidad reviente al no soportar la presión, y se esparza en pedazos como esquirlas, o se nos escape de los dedos como agua en nuestras manos.
De igual modo que la mayoría sufre irremediablemente los injustos embates de la situación donde la han conducido unos pocos, propicia dinámicas esperanzadoras, permitiendo sobrellevar el peso del cotidiano, muestra señales inequívocas de solidaridad y fraternidad, al tiempo que mantiene vivo el sueño por un futuro mejor para todos.
Tomo prestada la frase de Jeremías, quien se refiere a Israel como “el mejor de los pueblos”, para aplicarla a Venezuela y a su población. Somos “el mejor de los pueblos”.
El Señor ha salvado a su pueblo
Jeremías vio sufrir a Israel. El pueblo fue dispersado: confundidos y maltratados, muchos debieron abandonar sus hogares para marchar a tierra ajena, frecuentemente en condiciones adversas (la mayoría, en calidad de esclavos).
Existe un grupo que se queda, y padece; existe un grupo —minoritario— expulsado, que atesora sin embargo la esperanza de volver de la diáspora. Es el “resto” de Israel.
Es en el resto de Israel donde se juega la salvación de la nación. El resto juega el mismo papel que la levadura en la masa, que la hace fermentar. Pues bien, el Señor Dios traerá a los suyos de todos los confines de la tierra, y este regreso supondrá un beneficio para todo el grupo.
Acá hay un elemento fundamental para comprender nuestra situación, pues tenemos un grupo considerable de connacionales fuera del territorio llamados a jugar un papel esencial en la permanencia y pervivencia de Venezuela como nación, y que no se reduce únicamente al aspecto económico, sino que incumbe también mantener viva la llama de la esperanza en un futuro más promisorio.
Una multitud retorna
Por la primera lectura nos enteramos que “resto” no es sinónimo de “pocos”; muy al contrario, la figura del “resto” de Israel reúne a una “multitud” provenientes de todas partes.
Ahora bien, resulta llamativa la composición de este “resto”: son ciegos y cojos, embarazadas y paridas. Es decir, se trata de un grupo de personas limitadas o con condiciones e impedimentos físicos, pero también suponemos que hay gente joven o por nacer; o sea, hay sitio para todos, incluida la vida que empieza.
No nos eludamos. El evangelio del domingo nos trae el ejemplo del ciego Bartimeo, quien no obstante estar impedido para mirar al Señor, sin embargo lo ve pasar e incluso ha oteado el destino de Jesús, por lo que el milagro solicitado se concretará: en el recorrido hacia Jerusalén —donde los discípulos, a pesar de mirar, no quieren ver que la Ciudad Santa forma parte de la misión de Jesucristo—, hay dos que ven límpidamente el final. Ellos son Jesús y Bartimeo.
Espero que Dios nos conceda la gracia de ver nuestro destino, junto con aquellos que se encuentran fuera de nuestra tierra, pero que forman parte de ella, y que este final tenga que ver con lo que igualmente señala la lectura de Jeremías: las lágrimas son enjugadas, toda sed será saciada, no habrá piedras en el camino y podremos vivir la relación fraterna que anima Dios Padre.
Somos el mejor de los pueblos. Somos un pueblo amante de la democracia y la libertad. Somos un pueblo que nos merecemos un mejor presente y que trabajamos por un mejor futuro.
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