El destino de una hoja (Anecdocuento)
Tal como una niña recién nacida pero con naturaleza vegetal, así vine al mundo, desnuda, pura, limpia, libre de todo pecado, y aunque tal condición me excluye de la mala conducta humana, a menudo se valen de mí para cometer actos de poca honestidad. Aun así, desde el día de mi fabricación estuve conforme y guardé la esperanza de que cuando me llegara el turno, se me utilizará para algo noble: soy una hoja.
Fui a parar en todo el medio de una resma de papel, donde tuve que esperar un tiempo para poner mi granito de arena como hoja activa de la República Bolivariana de Venezuela, de manera que cuando llegó la hora sentí una golpe de regocijo a lo largo de todas mis fibras. Era el momento de colaborar con el progreso de la patria. Observé contenta cómo le sacaban punta al lápiz que al fin pondría sobre mí el sello del estudio y la marca del desarrollo. Vana ilusión.
Poco a poco me fueron rellenando con lo que parecía una perfecta formación de hormigas negras. Lo pequeño de la escritura me hizo intuir que mi usuario era un hombre metódico, ordenado y dueño de una gran concentración. Tras varias sacadas de punta y de una ardua labor sobre mi inerte superficie yo ya no era la marmórea y virginal hoja de comienzos de existencia.
Todos mis lados, de norte a sur, de este a oeste, por delante y por detrás, toda yo era un oscuro y ordenado montón de grafito. Luego vino lo peor, se me practicaron unos cortes dignos de los más celebrados diseñadores europeos. Su mano cerraba la tijera con suavidad por entre mis entrañas al tiempo que sacaba la lengua por las comisuras en una actitud que llegué a pensar era lujuria. Luego colocó mis pedazos uno sobre otro en perfecto orden temático, y culminada la tarea me guardó en el bolsillo de la camisa.
Horas después, desde el fondo de mi reducto telar comencé a sentir violentas pulsaciones que indudablemente provenían de su corazón. Minutos después sus dedos se aferraron a mí como tenazas y casi a la velocidad de la luz me trasladó a su entrepierna, de donde por cierto salía un hedor poco digno de ser descrito aquí; pero como yo ya no era yo sino varios yo misma, entonces ya nada me importaba.
De ser una blanca, virginal, ingenua, pura, ilusionada, idealista y casta hoja, me habían convertido en vulgares “chuletas” y no precisamente de res ni de cochino, porque aunque me pongan otros nombres tales como “recordatorio” o “material de apoyo”, esa era mi nueva realidad.
En un descuido resbalé de sus manos y caí al vacío, pero si bien fui recuperada mediante un fantástico acto de malabarismo, las consecuencias del incidente fueron terribles. En la caída mi mutilado cuerpo se desordenó complemente causando el caos en el sistema nervioso de mi dueño.
El tema cuatro se revolvió con el dos, el uno con el cinco y el siete con el tres; donde debían ir unos conceptos estaban unas clasificaciones que no habían preguntado, en fin, una catástrofe que incrementó la sudoración de sus manos lo cual acabó por difuminar el grafito sobre mi destartalado cuerpo.
Faltando cinco minutos para entregar el examen me colocó directamente sobre el pupitre en un desesperado intento de salvación, sin contar conque una mano salida literalmente de la nada me arrancó con todo y examen de sus temblorosos dedos. Presa del pánico apenas pudo balbucear algo que tampoco voy a mencionar aquí, lo que si puedo decirles es que recogió sus pertenencias y salió del salón de clases con la cara lívida y la moral sumergida en un pozo sin fondo.
Por lo que a mi respecta fui brutalmente engrapada a la hoja del examen donde había un impecable encabezamiento, seguido de una serie de garabatos sin sentido.
Les agradezco haber leído mi triste historia. Queda de ustedes atentamente, la hoja, la chuleta, o como ustedes quieran llamarme, a mí realmente me da igual.
Del libro (Inédito) Anecdocuentos y otras especies, del mismo autor.
viznel@hotmail.com
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