Opinión

El deporte de tu infancia

En las comunidades Doña Bárbara, Los Monos y La Esperanza, la pelota era símbolo de alegría.
domingo, 11 mayo 2025

En muchas comunidades entre las que esta, 1ro de Mayo, El Gallo y UD 145, el fútbol de salón era más que un juego, era una ceremonia diaria. Con un balón gastado y las piedras marcando los arcos, los muchachos salían al frente de sus casas a medirse en duelos épicos. No había uniformes ni árbitros, pero sí reglas que se respetaban a gritos. Las calles se convertían en canchas y el polvo era parte del espectáculo. La emoción estaba en cada pase, en cada caída, en cada gol inventado entre amigos. Se jugaba hasta que el sol se iba, o hasta que una madre gritaba desde lejos, ¡a bañarse ya! Aquel deporte sencillo unía a todos, sin importar la edad o el apellido de sus actores.

En las comunidades Doña Bárbara, Los Monos y La Esperanza, la pelota era símbolo de alegría. Las tardes eran largas y calurosas, pero nadie quería quedarse fuera de cada encuentro. Se hacían torneos informales entre calles y hasta los más pequeños querían entrar, aunque fuera de portero. Las niñas también jugaban, desafiando estereotipos, mientras los vecinos miraban desde los porches con sonrisas cómplices. En el fútbol de salón no se entendía de diferencias, y eso lo hacía poderoso como deporte.

Cada gol era una celebración colectiva, una razón para gritar, reír y sentirse parte de algo. Era un deporte de todos, que formaba carácter, forjaba respeto y enseñaba a levantarse después de cada caída.

En Los Sabanales, El Cerrito y UD 103, el fútbol de salón era la mejor escuela de vida. Los niños y jóvenes aprendían a convivir, a resolver peleas sin violencia, a compartir la victoria y a aceptar la derrota. Cada cancha improvisada era un punto de encuentro, un lugar donde se tejían recuerdos eternos. En esos espacios de tierra, asfalto o cemento, no solo se formaban jugadores, también se formaban ciudadanos.

La comunidad entera se involucraba, quizás el señor que prestaba su casa para guardar el balón, la vecina que curaba raspones con merthiolate, los hermanos mayores que organizaban los equipos. Todo giraba en torno a un solo objetivo: jugar y ser feliz, aunque fuera por un rato.

En el sector campesino, vía El Pao, y en tantas otras comunidades de Ciudad Guayana, el fútbol de salón fue testigo de generaciones enteras creciendo con ilusión. A falta de canchas, se tuvo siempre un corazón grande y una pasión inagotable. No había redes sociales, pero sí gritos de gol que se escuchaban a cuadras de distancia. Era una época donde el valor no estaba en la marca del balón, sino en las ganas de correr tras él. Hoy, muchos recuerdan esos días con nostalgia, sabiendo que allí, entre risas, goles y polvaredas, se vivieron los mejores años de la infancia. Aquel juego sencillo aún vive en la memoria colectiva de nuestras comunidades.

En otras ciudades de Venezuela, seguramente las prácticas no fueron tan distintas en los inicios del fútbol de salón. En barrios de Maracaibo, Caracas, Valencia o Barquisimeto, también se armaban porterías con piedras y se jugaba descalzo sobre espacios irregulares. Cada comunidad tenía su estilo, su forma de narrar el juego y su equipo imbatible del momento.

Era un deporte nacido de la creatividad y la necesidad, donde el talento se pulía en la calle y la disciplina se aprendía entre regaños y celebraciones. Así como en Ciudad Guayana, el fútbol de salón fue una escuela popular de sueños y carácter en muchos rincones del país. No había academias, pero sí pasión y entrega en cada jugada.

Fue un fenómeno nacional que marcó la niñez de generaciones enteras. Amigas, y amigos lectores muchas gracias por la disposición a la lectura del siguiente espacio, será hasta la próxima entrega con el favor de Dios. Para contactos pueden hacerlo por @Joseceden o por Facebook / José E Cedeño Gonzalez (El hijo mayor de Otilia Gonzalez).

 

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