Opinión

Dios padre y madre nuestro

La fiesta se da en una realidad que no termina de arreglarse, entre otras cosas, porque no se toman las medidas necesarias para que así sea; todo lo contrario.
jueves, 05 mayo 2022

I

Mayo es un mes lleno de encantos. Quienes hemos tenido la ocasión de vivir en lugares regidos por las estaciones, participamos de los cuatro ciclos naturales que reflejan y determinan nuestras existencias: en dos de ellos, predomina la luz del día sobre la noche; en los dos restantes, la dinámica es al revés.

En esta parte del planeta nos hallamos en plena primavera. Y es mayo: la vida vuelve a florecer, la belleza de la naturaleza se impone por doquier. Los días con luz solar son más largos y más calurosos. Hemos transitado de jornadas frías, noches borrascosas e interminables, al maravilloso espectáculo de la eclosión variopinta que es la vida desbordante.

Primavera es un canto a la fertilidad, porque la vida brota en cada rincón, llamando nuestra atención, regocijando los sentidos, calentando las entrañas, purificando la mirada. Desconcertantes, disfrutamos la hermosura de cuanto nos rodea.

Al concentrar mayo estas dinámicas y fenómenos, no es de extrañar que sea un mes dedicado a las madres, dadoras de vida. Igualmente, es el mes de la Virgen, nuestra Señora, la madre de Jesús. Por lo que respecta a Venezuela, el Cuarto Domingo de Pascua coincide con la celebración del día de la madre.

La fiesta se da en una realidad que no termina de arreglarse, entre otras cosas, porque no se toman las medidas necesarias para que así sea; todo lo contrario. A la calamitosa realidad histórica que padecemos, se suma ahora el desastre causado por las precipitaciones —naturales— propias de mayo: “agüita de mayo”, decimos y pedimos. En unas condiciones normales, decentes, las lluvias no deberían atemorizarnos. Sin embargo, precisamente por hallarnos arrodillados socioeconómicamente es que vienen a sumarse más calamidades.

II
Por otro lado, nos encontramos nuevamente con el hecho de que el Evangelio se vale del mundo “pastoril” para aproximarnos al Misterio que es Dios: de igual manera que se entabla una relación estrecha entre el pastor y su rebaño, así acontece entre Dios y nosotros. Él es pastor bueno, ejemplar, y nosotros somos sus ovejas.

La relación con Dios ha llegado a ser tan íntima, que somos capaces de reconocer su voz entre el bullicio que impide oír con claridad, o entre las redes sociales que pretenden distraernos. Este fenómeno no nos es extraño: aún antes de aprender a hablar, éramos capaces de reconocer la voz materna (también paterna), en medio de otras que se manifestaban en simultáneo.

El reconocimiento es posible gracias a la relación permanente: es la “familiaridad”, que juega a favor. El reconocimiento, que implica “distinguir” una voz familiar de otras voces, es posible gracias a la cercanía incluso física, hasta que es internalizada y nos acompaña siempre y en todo lugar.

III
La crisis venezolana, la ucraniana o cualquiera otra presente en nuestro mundo, y de la que tenemos poca noticia, ponen en evidencia el papel que ejercen nuestras mujeres. Es decir, no solo nos dan la vida, sino que hacen incluso lo imposible por preservar esa vida. Esta actitud, hoy día, es fundamental socializarla lo más posible a todos y no descargarla únicamente en las mujeres, en nuestras madres.

Este es a mi juicio el punto de unión entre la celebración del día de las madres y el mensaje del Evangelio: Dios nos da la vida, y la preserva a ejemplo de nuestras madres. Él es nuestro Padre Madre.

¡Feliz día, mamá! ¡Feliz día a todas las madres que Dios me dio!

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