De buenos y malos dirigentes
Los dos primeros domingos de pascua nos ilustran sobre la presencia de Cristo resucitado hoy día: lo encontramos en el pan compartido y en la lectura asidua de la Biblia; lo encontramos igualmente en nuestro deseo de llevar una vida que ilumine la propia existencia y el sendero de otros, de modo que todos nos conduzcamos por la vía de la fe y la justicia, “brillando” a ejemplo del resucitado.
Está claro que la presencia del viviente no se reduce a estas realidades, sino que está actuante en muchas otras. A despecho de lo que se nos ha enseñado desde hace tiempo, la resurrección de Jesús no es un hecho aislado que le concierne solo a él. Jesucristo resucitado se comporta de igual manera a como lo hacía en vida. Es decir, él busca a sus amigos, al grupo, a la comunidad; y a ellos se les aparece llevando consigo el don del Espíritu Santo y la invitación de continuar con la tarea que todos ellos iniciaron unos años atrás.
Estando así las cosas, Jesús resucitado está asimismo en cada uno de nosotros, de ahí que nos conduzcamos desde ya como si hubiésemos resucitado: Jesús no resucitó solo, sino que con él resucitamos también nosotros. Los hechos que promovemos, mostrarán a los demás seres humanos a Jesús resucitado. Gracias a nuestras existencias se “ve” la Resurrección (o se oculta, como también ocurre).
Vamos a organizarnos
Puesta a caminar con sus propios pies, la comunidad cristiana asistida por el Espíritu Santo, regalo del Resucitado, se organiza.
La comunidad posee dirigentes, líderes con la misión de servir al grupo de manera que crezca cada día más, siendo, con el pasar del tiempo, mejores personas y cristianos al servicio de los demás, multiplicando la cadena que supone el mensaje que el Maestro trajo consigo y que ahora es responsabilidad de nosotros, sus seguidores.
Es habitual en Jesús de Nazaret valerse de ejemplos y comparaciones para hacernos comprender mejor lo que nos quiere decir. Son las parábolas.
El domingo próximo el señor echa mano de una parábola pastoril, para que los dirigentes de la comunidad cristiana se den cuenta cómo deben entender el ejercicio de su autoridad, que no es otra cosa que la de estar ahí para el beneficio de los demás y no el propio. O sea: existen pastores buenos y pastores “asalariados”; hay buenos y malos dirigentes.
Los buenos pastores —dirigentes— cuidan del rebaño, del grupo. El cayado de pastor represente el poder para conducir a las ovejas, para llevarlas donde puedan pastar, a un lugar seguro donde reposen, y es también en instrumento de defensa ante el acecho de los lobos.
Los malos dirigentes, por su parte, ven en el rebaño un “negocio” rentable; son pagados para ejercer la tarea: no se interesa mínimamente por la sobrevivencia del rebaño. Ante el peligro inminente, huyen. Ellos no ve un grupo, sino la posibilidad de rapiña inmisericorde.
Jesús es el modelo de pastor. él es el buen pastor. Con otras palabras, el Señor se convierte en criterio para distinguir los buenos pastores, de los pastores asalariados.
De parte nuestra, podemos afirmar que los buenos dirigentes brillan por su ausencia, o son contados. Así las cosas, el rebaño ha de ganar en identidad, robustecerse y adquirir mayor consciencia a la hora de escoger a sus pastores, pues también está necesitado de ellos, por la función que juega la organización en medio nuestro.
Como muy bien lo ha afirmado el papa Francisco, estamos menesterosos de “pastores con olor a ovejas”, de dirigentes dados a los suyos y no al revés. Que así sea.
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