Cuento: “Y volvió, volvió, volvió… volvió”
Eran días muy calurosos allá en tierra zuliana, en Cabimas, era precisamente el mes de agosto. Así que imagínense pues. El niño, su nieto, Eduardito, comía golosa y atrevidamente un paquetico de caramelos que tanto le gustaban. Para Antonio, como abuelo era un verdadero placer comprarle a su nietecito golosinas y ver la alegría de su nietecito al comerlas. El niño contaba con dos añitos apenas.
El abuelo mientras tanto leía el periódico del día. El diario “Panorama” como siempre reflejaba los pormenores de la región y del país. Antonio tenía predilección por las noticias deportivas, la cartelera cinematográfica y al final leía las escandalosas páginas “rojas” en donde el amarillismo brilla constantemente.
Realmente estaba entretenido con su lectura. De pronto, el rostro del bebé se transfiguró. Su carita rosada, con sus rojas mejillas, cachetes rojizos de “niño del páramo”, se tornaron rápidamente en mustia máscara de dolor y ahogo. Lloraba quedamente, sin fuerza, abría su boquita, ….
– ¡Se está asfixiando mi nieto, mi adorado nietecito! – Nervioso y sobresaltado, reaccionó Antonio, ante tan seria y aciaga situación de vida o muerte. Encontrarse en esa situación puede ser terrorífico.
La abuelita, Rosita, gritaba angustiadamente al viejo abuelo: – Mi amor, se ahoga. Rápido, ¿qué hacemos?- Mientras, daba palmaditas en la espalda e inclinaba hacia adelante, hacia cualquier posición al bebé. Diciendo con exasperada confusión: – No reacciona, se está asfixiando, ¡ Dios mío!. ¡No, no!….
El viejo Antonio, bombero de profesión, jubilado, por supuesto conocedor, experto en primeros auxilios, hombre de tantas historias, de todas las experiencias buenas y malas, habidas y por haber, ¡ahora estaba ante un fuego que no podía o no sabía cómo apagar!.
Así es la vida. Eduardito, se iba, ¡Se marchaba!. Sus ojitos abiertos desmesuradamente, clamaban auxilio. Su boquita abierta en busca del aíre bendecido por Dios. Su carita, con su piel normalmente tersa y hermosa, ahora tenía un color lívido, descolorido, agotado…. -¡Qué dolor! – gritaba sollozando Antonio.
Antonio, aterrado, optó por introducir un dedo en la boquita del niño, hasta su gargantica. Y, la abuelita, atribulada, seguía con las palmaditas en la espalda del bebé. – Se ahoga, se está ahogando – exclamaba Antonio, casi sin consuelo, a nivel de infarto. ¡Sin ganas de seguir viviendo! Exclamaba mirando hacia el cielo: -Castígame Señor. Fue mi culpa. Me descuidé, ¡perdóname, mi Dios!-
¡De pronto! Ante un silencio estridente, sonoro:, -¡Volvió Eduardito…!. ¡Volvió!…¡Tosió,…, tosió!: – Cof Cof Cof … – y escupió las inocentes, pero inoportunas y mortíferas golosinas, engullidas tan profusa e inocentemente por el nietecito. Respiraba, inhalaba, sonreía, reía. Antonio y Rosa lloraban de alegría.
Los abuelos, sonrientes oían la tos cual melodía de ángeles. Su nieto, volvió, su nietecito, aunque llorando todavía, tenía el semblante de un serafín caído del cielo, con su rostro cual relámpago brillante, y sus ojos como antorchas de fuego, con sus mejillas carmesí de siempre.
Así entonces, con inocente sonrisa, ojitos brillantes y gesticulando con sus manitas alzadas al cielo, Eduardito balbuceó: – ¡ma!,…¡ma!,…¡.ma!,…, – señalando y solicitando con un dedito la bolsa de las “temidas” golosinas, tal cuales “cuerpos del delito”.
Para los abuelitos, fue un nuevo aprendizaje. Un aprender amargo, ácido, desagradable, pero finalmente un regalo de Dios. Ya calmados todos. Contentos y felices. De pronto, Antonio preguntó a Rosa, casi susurrándole: – Óyeme mi amor. ¿Tú no estás fría? ¿Sentiste cómo se puso este cuarto de frío? El frío me llegó hasta los huesos.
– Rosa le contestó: -Yo no sentí frío alguno. Más bien empecé a sudar copiosamente de los nervios que tenía.
– Antonio le volvió a preguntar: ¿Tú oíste por casualidad, una voz de hombre, una voz lejana, de dialecto oriental, no sé si margariteño, cumanés, alguien de por allá, como del oriente de nuestro país? Me pareció escucharlo cuando se ahogaba Eduardito, decía algo como: Mi Bello, mi niño, mi niño bello, Mí Rey… tranquilo mi bello, tranquilo…
– Rosa, contestó: -No. No oí nada. Mi tribulación llegó al extremo. No sé. Aquí no estaba su papá pues está trabajando-.
Antonio aclaró aún más su incertidumbre: -Es más, me pareció que era la voz y el tono con que hablaba su bisabuelo Henry. Y, terminó diciendo: – Bueno, sería la angustia y el temor que me invadió.- Él tenía gran cariño por su suegro. Lo lloro mucho al fallecer. Entre ellos existía un amor filial, padre hijo.
– Antonio quedose meditabundo, un poco resignado y sin explicación lógica. Su ceño fruncido. Pero con una sonrisa demostrativa de júbilo y satisfacción. Nunca jamás, en ningún tiempo, Antonio y Rosa olvidarían ese clamor, la “cantaleta”, casi frase politiquera de nuestra política nacional, rayana con una expresión de súplica y llanto, y al mismo tiempo con la alegría y jolgorio, de un: – “Volvió, volvió, volvió….volvió”…
– Antonio no pudo conciliar el sueño… tenía la voz de Henry, su difunto suegro, en su mente y oído. Y se decía en silencio:- Estoy seguro, la voz era de Henry Gómez Marcano. Sin embargo, lloraba de alegría.
“Dios ha puesto el placer tan cerca del dolor que muchas veces se llora de alegría”.
Aurore Dupin (1804-1876 )
Calgary, Canadá, Marzo 2022
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