Opinión

Cuento agridulce: Él no podía entender

Nunca pudo saber por qué su familia le regaló ese camastro precisamente cuando él intempestivamente, sin despedirse, obligadamente se fue de viaje.
miércoles, 10 enero 2024

Días finales del año 2023. Fin de las fiestas navideñas y emprendimientos de planes para el año que se avecina. – ¿Qué tal? ¡Ya tenemos ante nuestras narices el 2024!

– Gritan a todo pulmón los lugareños de un pueblo sin nombre. Pues sí, abundan jolgorios, comidas y licores que denuncian la alegría de unos y la hipocresía de otros.

Mientras, no se pierden de vista los pesares y rabias de algunos, como resultado de un “Año Viejo” que no quisieran recordar. Sumado a ello un mundo al revés.

Guerra Rusia-Ucrania, ataques terroristas, violación de los Derechos Humanos, entre otros no menos desesperantes, Así es la vida. Lo único que les puede unir es la esperanza no perdida de un tiempo futuro, un año 2024 promisorio, de paz, trabajo, seguridad y por supuesto de mucha salud.

Era una tarde oscura, lluviosa, olía a tierra mojada. No atinaba a saber si llovió, llovía o llovería. No lo pudo saber, se sentía enclaustrado. Un miércoles.

Sus recuerdos eran como nubes que se diseminaban en las redes quizás cuánticas e indeterminadas del cerebro. Tampoco podía recordar donde estaban sus lentes, las llaves ni el celular.

Estaba solo, no oía los alegres chillidos y risas de sus nietos que le llenaban el alma de una gran dulzura y felicidad, aunque en oportunidades le mortificaban el no recordar cuántos y quiénes eran sus hijos. No sentía el continuo acicate de las recomendaciones conyugales. No podía disfrutar como siempre.

Era un ir y venir, un altibajo de emociones, un sistemático sentimiento agridulce de percepciones. – ¿Qué pasó?- Balbuceaba él. Así pues, sus ideas y acciones se reducían a un espacio restringido. Su lecho, como casi todas las camas, era rectangular. Apenas cabía en ella: 1.90 cm de largo por 55 cm de ancho y 60 cm de fondo.

Nunca pudo saber por qué su familia le regaló ese camastro precisamente cuando él intempestivamente, sin despedirse, obligadamente se fue de viaje.

Recordó hallarse a bordo de un tren que velozmente avanzaba a través de una larga, interminable y sinuosa cavidad iluminada con faroles incandescentes que alumbraban ambos lados de su recorrido, lleno dos senderos de gente que iban marchando, uno tras otro, en columnas, en la misma dirección del tren, hacia una radiante y potente luz, con características de Sol.

En tanto, otras retornaban, venían de vuelta. Los primeros llevaban unas caras iluminadas de satisfacción, irradiaban luz en sus ojos brillantes. Mientras que los segundos mostraban un rictus de tristeza, perplejidad y asombro, apesadumbrados lloraban, iban hacia un horizonte apagado, oscuro. No aceptados, rechazados. ¿Por qué?

Grillos, escarabajos negros, cucarachas y otros bichos deambulaban sobre él. Sigue sintiendo, el olor a tierra húmeda removida. – ¿Dónde estoy? – ¡Oía gente trabajando, no cerca de su contorno, parecían albañiles, se notaba el sonido de palas en su contacto con la tierra, estaban “paleando” !, También, se oía un “chirriar”, un ruido de algo así como una grúa, un cabrestante o “winche”.

A Él, le pareció escuchar a gente no conocida, no familiar, sobre todo a un hombre, que oraba, con una voz grave y cargada de liturgias y sermones religiosos. Grupos conversando, que reían de vez en cuando, gemidos y llantos desconsolados.

Oía medianamente chistes peregrinos y palabras llenas de complicidad, en forma queda, casi susurros, que hacían alegorías tales como la “existencia de vida después de la muerte”, entre otras aprehensiones que cautivan a la gente.

Sentía Él, que sus oídos estaban como “taponados”. ¿Tendría que hacerse un lavado de oídos? ¿Cerumen?, No, ¡era algo más bien “esponjoso”!. Lo cierto es que sordo o no, con gran tristeza escuchó frases soeces, otras que causaban risa, y…., preguntas, sandeces inoportunas nunca faltaron.

-¡Que desgracia! – Tenia Él, que aguantar, en un tiempo indefinido, impreciso, seguir oyendo llantos y expresiones de dolor. Rezos. Silencios angustiantes. Risitas. Con las consabidas interrogantes y apreciaciones de sepelios, de personas “cuchicheando”: -¿Cuantos años tenía la difunta?, pero ¿por qué falleció tan joven?, Me cuentan que era muy buena gente!-

Él no podía saber, se angustió al desconocer por qué algo le obstruía también su boca, igualmente su nariz, quizás eso le impedía respirar. Sentía asma, sin haberla sufrido nunca.

Él no sabía por qué últimamente, apenas hacía dos días, le dolía tanto su cabeza, su tórax, especialmente su pecho y su barriga. Sentía como si le hubiesen cortado, apuñalado o quién sabe que le pasó.

Todo había sido tan atemporal, sentía que los minutos y las horas se eternizaban. Él, no podía explicarlo, ¡no lo sabía! Atónito, oyó de pronto, casi que, como un silbido, o más bien un cantar de sirenas en un infinito mar sin horizonte, que lo aterrorizó, cuando alguien, exclamó:

-! ¡Qué linda lápida de bronce la del sepulcro de al lado! Esa tumba está bien cuidada. Con su grama verde y su tierra bien regada y adornada con flores hermosas: lirios, azucenas y crisantemos-. Poco después, ahora una mujer, intrigada, preguntó: ¿Quién será la persona que allí yace? Ella misma, en silencio, se contestó: -Debió ser una muy buena persona. Dios la tenga en su seno. –

Él, con un total desconocimiento de lo que ocurría, desde lo más recóndito de su lúgubre albergue, soñaba con sus abuelos, su madre y un tío muy querido, ellos le decían y señalaban llenos de contento y mucho amor: “-Hola Atanacio, vente pues, acompáñanos, te esperábamos-”.

¿Sueños? Fue allí, en ese momento, cuando sintió lo que pasaba, qué era y cuál era el sendero por seguir, se dio perfecta cuenta que apenas era “una muy breve llama que se apagó, semejante a una pequeña luciérnaga ya sin luz propia”.

Terminó el bullicio. El silencio se hizo más fuerte, y Él pudo constatar que por fin supo qué le pasaba, dónde estaba y hacia dónde iría. Él, no lo sabía. Creía que no lo sabría nunca. Aprendió por fin que la vida es un tránsito indeterminado, inevitable de ida y vuelta de planos diferentes, llenos en oportunidades de mucha felicidad, dulces como la miel, pero también otros agrios, ásperos como el vinagre. Definitivamente: Agridulces.

Ya Federico García Lorca, con su frase “La vida es un sueño, el despertar es lo que nos mata”. Invita a reflexionar que la vida, es parecida a un sueño, por el cual se camina en la realidad, y que cuando se despierta, se puede percibir que es el instante en que hay conciencia de su existencia y de las vivencias que le arropa. Todo ello, puede significar un resultado agridulce y quizás muy doloroso. ¡Así las cosas!

Pasan los minutos y las horas, el fuerte y cálido olor a tierra húmeda y el olor a madera pulida del recinto que le cobijaba, continúan, ello le aclaró finalmente que estaba en otro plano. Ahora, compartiendo con seres queridos que creía haber olvidado. Sonreía. Disfrutaba de una sensación dulce, de silencio, paz y alivio antes no experimentada. Una oscuridad brillante, incandescente generada por su propio cuerpo inerte.

“Cuando estás muerto no sabes que lo estás; solo es doloroso para otros. Lo mismo sucede con la estupidez” (Ricky Gervais)

“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos.” (Antonio Machado).

“Lo agridulce es la práctica de creer que realmente necesitamos lo amargo al mismo tiempo que lo dulce. Lo dulce es suficientemente sabroso, pero lo agridulce es hermoso, matizado, lleno de profundidad y complejidad. Lo agridulce es valioso, audaz realista” (Shauna Niequist). 

Enero de 2024. Calgary, Canadá

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