Opinión

Cuenta la leyenda: Recordando las lanchitas del río

Impresionante era el panorama que nos ofrecían la docena de lanchitas que diariamente hacían la travesía de Puerto Libre a Dalla Costa.
Evelio Lucero
miércoles, 15 octubre 2025

Impresionante era el panorama que nos ofrecían la docena de lanchitas que diariamente hacían la travesía de Puerto Libre a Dalla Costa. Esas lanchitas con nombres de piratas, de mujeres y de todo lo que la mente humana pudo imaginar para distinguir a sus embarcaciones, estaban allí en las partes mas visibles del puerto y volaban sobre las oscuras aguas del Caroní, como queriendo desafiar al viento. Al principio, cuando  nuestro sistema monetario tenía un valor, el puesto costaba bolívares 0.50, o sea la mitad de un bolívar, esa tarifa se mantuvo durante varios años, aumentándolo posteriormente a un bolívar cada pasaje, los usuarios llegaban al río y los mismos marineros, ordenadamente les indicaba cual era la lancha que le tocaba salir, si no había ningún pasajero a bordo, entonces había que esperarse hasta que la embarcación llenara completamente, para poder salir, si por el contrario, eran tres personas de la misma familia las que deseaban abordar la lancha, pero que únicamente había puesto para dos, la otra persona tenia que esperar la salida de la próxima lancha hasta que se llenara y los familiares esperar en la otra orilla.                   

 El movimiento era bastante activo, tanto en el sector de los marineros, como en el sector comercial, muchos establecimientos estaban ubicados a lo largo de la entrada hacia Puerto Libre y sus propietarios ofrecían todo tipo de chucherías, café, comidas. No obstante, eso fue después de 1956 y hasta 1961, fecha en que se construyo e inauguró el primer puente sobre el Caroní, inauguración que realizo el doctor Raúl Leoni, aprovechando la oportunidad para inaugurar el Grupo Escolar Tumeremo.

   Pero de 1953 tenemos testimonios de que ningún comerciante existió por el puerto donde se tomaban las lanchitas, una señora con casi 100 años de edad, habitante del lugar, lo asevera.

   Para ese entonces no existía ninguna casa de habitación en Puerto Ordaz, uno de los primeros en comprar terreno en Castillito fue el propietario de la Casa Fernández, la cual estaba ubicada en toda una esquina, donde hoy quedan los restos del Banco Caroní, también para esa época la Ferretería Virgen del Valle, abrió sus puertas, el propietario fue el señor Manuel Rodríguez, posteriormente el Almacén El y Ella, donde estaba un señor de nacionalidad italiana de apellido Ferreti, acompañado con su esposa, este después se mudó al Centro Cívico y ya no era solamente la esposa, también su primera hija, el señor Tony, (el barbero) aparte de su barbería  también tuvo su bodeguita, no se puede olvidar el restaurant del señor Cruz Romero y su esposa Juanita de Romero, ese restaurante era muy elegante y bien atendido, ahí se reunían los norteamericanos para celebrar sus cumpleaños  y toda clase de actividad social, en otra de las esquina (diagonal a la Casa Fernández) hasta hace poco tiempo funcionó la lavandería EL Carmen, un señor europeo con su esposa e hijos eran los que atendían a la clientela. Hasta aquí era Castillito, por eso se corría el riesgo de cruzar en las lanchitas para ir a San Félix a adquirir nuestros alimentos, lugar donde existían muchos establecimientos y mayor actividad comercial. Ya a finales de 1953 se abre en el Centro Cívico, el Comisariato del a O.M.C (en este comisariato, podemos recordar a su propietario, José Eusebio Coraspe, Tirso Lucero como administrador, Lino Fermín como verdulero, Isaías Fermín, también en administración).

Por otro lado, estaba el señor Arturo Saatdjian, de nacionalidad Armenia, quien arribó a Puerto Ordaz en febrero de 1952, en calidad de cajero de la constructora Bechtel, el también dejó muchas historias.

Decía que las primeras casas construidas en el Campo A fueron realizadas por MICA, la misma que comenzó en el Campo B, mientras la CAMINO C. A, se dedicaba a las calles de Puerto Ordaz y otro de los primeros constructores que comenzó con en calidad de subcontratista fue el señor Ignacio Fratini acompañado con sus dos hermanos, Jacinto y Claudio, en la carrera Upata, justo donde hoy día queda el edificio Topacio, existieron algunas viviendas que era propiedad de la empresa de gases AGA, para alojar a sus trabajadores, en la parte atrás existían algunas autoridades policiales. El sargento Hernández de la Guardia Nacional, era el que comandaba la policía que dependía de la gobernación, al lado estuvo durante mucho tiempo la Disip, en la calle de atrás estaba la Inspectoría Nacional de Tránsito Terrestre y también estaban las oficinas del Ministerio de Minas e Hidrocarburos.

Las famosas primeras barracas fueron construidas en el lugar donde funcionó por mucho tiempo el Banco Mercantil (actualmente la Panadería La Cocrantina). En la carrera Padre Palacios, frente al estadio de la Orinoco, funcionó el comedor para obreros y ejecutivos de la compañía, no todos los ejecutivos, porque la mayoría se iba a almorzar a la Cabaña o donde el señor Romero, quien aparte de tener el restaurant trabajaba para la Betchet.

   No es fácil poder recordar detalle por detalle todos los pormenores que existieron al principio de la ciudad. En primer lugar, por lo lejano del tiempo y, en segundo lugar, porque las imágenes de esos días se han ido borrando lentamente, más muchísimas personas quien fueron testigos presenciales ya abandonaron y se han mudado al mas allá, también últimamente otras personas que llegaron en los 70, 80 y hasta 90, han querido hacer historia y han comentado cosas erróneas, por lo tanto a medida que pasa el tiempo se han venido atando cabos para finalizar una sola cuerda que nos conduzca a la realidad y a la formación concreta de esta obra, aun también nos encontramos con que quedan algunos que si la vivieron durante la fundación de 1952, pero se les hace muy difícil recordar con claridad las minuciosidades o anécdotas que son muy interesantes. Hoy día en varias empresas se ha lanzado al cesto de la basura, datos, fotografías e información interesante, y mucha documentación, lo cual se ha convertido en irrecuperable. Se puede decir que se necesita el concurso de todos los que hicieron posible el milagro de la construcción de Puerto Ordaz y participaron como átomos en el tiempo, para ir formando células.

   Muchas personas se quedaron escondidas en el recuerdo de los primeros en llegar, mas, no ha existido jamás la leve intención para que ello suceda, sino por lo explicado anteriormente.

 

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