Opinión

Cuenta La Leyenda: Recordando el pasado, la cama super King de un altivo grandulón

Mirar desde tan alto no le provocaba vértigo… pero tampoco le bastaba para sentirse totalmente diferente del resto de sus contemporáneos.
domingo, 12 enero 2025

Buscando en mis archivos encontré “un tesoro”, una edición especial titulada: “AQUÍ ESTUVIERON” del diario EL NACIONAL, fechado: jueves 3 de agosto de 2000, con motivo de estar cumpliendo este prestigioso diario, 57 años de haber sido publicada su primera edición.

Cuatro cuerpos, dedicados a personajes de la medicina de la política, del deporte, de la ciencia, del teatro y arte, y un sinfín, comenzaron con el Morocho del Abasto o Zorzal Criollo, Carlos Gardel, la esposa del presidente de los EEUU Jackeline Kennedy, el pianista chileno, Claudio Arrai, el campeón mundial de ajedrez Anatoli Karpov.

También la Freddy, la voz de 150 kilos, estrella en el cenit musical, el expresidente Richard Nixon, también el expresidente John Fitzgerald Kennedy, el cantante cubano conocido como el bárbaro del ritmo Benny Moré, Ernest Hemingway, el papa Juan Pablo II, Neil Armstrong , primer hombre que pisó la luna, el archiconocido comediante Mario Moreno “Cantinflas”.

El famoso torero español Manuel Benítez “ El Cordobés” y varios centenares de personas, me pareció que debía compartir con ustedes y con el permiso de todos los que escribieron estas lindas historias y con la venia de la dirección del Diario El Nacional, voy transcribir muchas de ellas, comenzando con el personaje a quien hubo que fabricar una cama especial, los servicios necesarios en el baño y muchas otros detalles, por su descomunal tamaño y figura.

Se trata de Charles de Gaulle (1890-1970) sobre su nariz pudiese ser posible levantarse un pelotón, sobre su cabeza aterrizar un avión y un acorazado se hubiese dado gusto navegando en las bolsas de sus ojos.

Tal vez por eso lo calificaron como altivo. Creía que ese rostro de pastor afgano rabioso encarnaba todo el poderío de su Francia querida, la misma que trataría de reubicar en el mundo sin mover, ni un palmo, sus labios resecos.

Un metro noventa y dos centímetros era una estatura excesiva para un hombre nacido en el siglo pasado, cuando el tamaño promedio, para los europeos apenas rebasaba el metro sesenta y no se había inventado el basquetbol para justificar la existencia de los muy grandes.

Mirar desde tan alto no le provocaba vértigo… pero tampoco le bastaba para sentirse totalmente diferente del resto de sus contemporáneos.

Para eso estaba su inmensa y gruesa nariz, que vista desde abajo, desde donde la veía casi todo el mundo, parecía un croissant, aunque según se la viera podía parecer otra cosa, un pimiento o un gorro frigio, sobre todo si se le combinaba con el resto de sus disparates faciales, orejas dúmbicas, mofletes en tobogán, papada tiroidea, bigote acejado, cejas alargadas y cabeza apapelonada, moldeade en su quepis militar.

Cada detalle de su inmensa humanidad era exhibido por el altivo y orgulloso general, sin el menor complejo, por el contrario, como rasgo de dignidad y distinción.

Cuando el advertía, a sus hijos, sobrinos y demás degaulles, sobre lo que “un De Gaulle” podía hacer o dejar de hacer (aceptar o no, utilizar o no) intentaba definir un producto de marca, elaborado con ingredientes de primera calidad, sobre un modelo absolutamente original, solo sujeto a comparaciones con diseños famoso que gozaran de altísima cotización en el mercado de los elegidos (en su caso por la historia), y nunca sometido a discusión.

Una vez que los franceses, y el mundo, lograran ensamblar todas las partes de aquel arrogante y estrafalario personaje, de aspecto definitivamente avícola, pudieron darse cuenta de que no era un plumífero cualquiera: de perfil, un altivo cisne blanco, de frente, un imponente pavo real, de lejos, un esbelto ibis zanquilargo.

El comandante sin tropa (general Le Seul le decían) estratega atrabiliario, teórico político y militar de poca audiencia menos menospreciado por Churchill y Roosevelt, estuvo presente en los momentos decisivos y su imagen permitió-sin embargo-que Francia continuara siendo Francia cuando más baja estuvo su estima como República.

LA MEDIDA.

El general Charles De Gaulle durmió la noche del lunes 21 de septiembre de 1964 sobre una inmensa cama, mas que King, Super King, construida especialmente para el, según especificaciones del gobierno francés (fue luego guardada en la residencia La Viñeta) que instalaron en una suite del Circulo de las Fuerzas Armadas.

El lugar fue escogido por razones de seguridad, pero también por su privacidad y por la posibilidad de utilizar servicios paralelos, como el de cocina, para la atención del ilustre visitante, el primer Presidente francés que nos dispensaba una visita.

Su Caravelle había llegado, a las 10 y quince minutos de la mañana, procedente de Guadalupe, para iniciar un recorrido de 27 días por América Latina, la más larga gira realizada por un jefe del estado francés desde tiempos de Napoleón, cuyo propósito, para nada oculto, no era otro que el de incrementar, o rescatar, el protagonismo (y algún tipo de hegemonía), de Francia, su gobierno y su Presidente, sobre un área mantenida por décadas bajo el ala protectora, o desestabilizadora-según te portes conmigo-de Estados Unidos.

El personal a cargo del presidente, no solo estuvo pendiente del tamaño de las camas, también las medidas de los asientos, incluyendo las piezas sanitarias, el espacio de las mesas, cuidando que cupieran sus brazos, las piernas y las rodillas del general, donde quiera que este fuera, algo había que ensanchar, alargar o elevar.

El mismo se ocupó, a lo largo de toda su vida de prever los posibles obstáculos para el libre desenvolvimiento de su desproporcionada humanidad: basta mencionar que el 3 de noviembre de 1970, seis días antes de su muerte, mientras mostraba a un amigo el pueblo donde tenía su residencia, Colombey-les-Deux Eglises, no pudo evitar un comentario al pasar frente al cementerio: “la puerta del cementerio es demasiado estrecha, cuando me llegue el turno, habrá que alargarla”, no lo hicieron por que su estrella ya había declinado, curiosamente, desde aquel inolvidable mayo de 1968, cuando se vio enfrentado por un movimiento que nunca entendió, y en cambio desdeñó (se marchó a Rumanía y a su regreso simuló un agravamiento, que por supuesto atribuyó a que “en el momento en que De Gaulle se aleja todo se derrumba”).

La historia es demasiado extensa, por lo tanto, quiero resumir y cerrar con un CÍRCULO DE OPINIONES, emitidas por algunos presidentes y políticos de la época:

Franklin D. Roosevelt: “ya estoy harto de De Gaulle, sus maquinaciones secretas y personales durante las reuniones de los últimos cinco días demuestran que es imposible trabajar con el… estoy de acuerdo con usted: es preciso que nos desembarcaremos de el” (mensaje a Winston Churchill, 17 de junio de 1944)

Winston Churchill: “Entre el océano y usted, siempre preferiré quedarme con el océano” (5 de junio de 1.944)

Dwight D. Eisenhower: “Es cierto que yo tuve choques muy violentos y dificultades continuas con el general De Gaulle. Sin embargo, un elemento dominó nuestras relaciones: yo no podía considerarle como representante de una Francia cautiva y postrada ni, por otra parte, de una Francia que tenía derecho a decidir libremente su porvenir. Sabía que él no era amigo de Inglaterra, pero siempre descubrí en su expresión el espíritu que su palabra. Francia evocara eternamente a lo largo de la historia, Aunque me causara irritación, comprendía y admiraba su actitud arrogante. Siempre, aun en las ocasiones en que su actitud resultaba más irritante, parecía expresar el carácter de Francia; una gran nación, con su orgullo, su ambición, su autoridad. Solía decirse en son de burla que el General se consideraba a su mismo la réplica viviente de Juana de Arco, de quien uno de sus antepasados, según se pretendía, fue compañero fiel” (crónica de la 2da guerra mundial,)

Arnold J. Toynbee: “En 1934, un coronel francés, que solo era conocido por un pequeño circulo de sus compañeros, escribió un libro que resumía sus propias teorías sobre el futuro de la guerra mecanizada, que ya venía predicando durante algunos años en la Escuela Superior y en todas las ocasiones que se le habían presentado. El Mariscal Pétain en cuyo Estado Mayor había servido este oficial, leyó el manuscrito y prometió su apoyo, pero mas tarde lo retiró, ya que se esperaba que hubiese oposición de otros jefes militares y políticos, negándose a discutir con el autor sobe su cambio de actitud. Sin embargo, sin arredrarse por esta negativa. De Gaulle publicó por su propia cuenta -Vers L´armée de métier-(hacia el ejercito profesional). Fue recibido con un silencio helado o con una benevolencia protectora por la mayoría de los técnicos franceses (La Europa de Hitler, 1.985).

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