Opinión

Cuenta La Leyenda: Fiestas carnestolendas

El carnaval “social” (con arroz y confites) lo instauró el Intendente Don José de Abalos en 1759.
sábado, 18 febrero 2023

Aquellos Carnavales; los carnavales de la ciudad se remontan a tiempos de la Colonia, cuando eran “tumultos soeces” y llenos de “atropellos”, según descripción del circunspecto escritor Ramón Díaz Sánchez.

Como cualquier ocasión de importancia para los intereses de ultramar, para celebrar la creación del Virreinato de la Nueva Granada, en 1719, se decretó que “se hiciesen fiestas de regocijo y celebridad”.

Esto dio lugar a que en el sonado carnaval del 27, 28 y 29 de ese mes de enero salieran a las calles los pardos, enmascarados, para participar en la diversión colectiva.

El “jolgorio” incluía alegres marchas que pasaban por el frente de las casas iluminadas, donde la gente ingenuamente se asomaba a la ventana para ver pasar los “desfiles” de caretas y faroles, mientras que algunos del bajo pueblo, apipados de licor, aprovechaban para darse a sus habituales. Si bien ingenuos pero peligrosos desenfrenos.

El carnaval “social” (con arroz y confites) lo instauró el Intendente Don José de Abalos en 1759. Fue el quien estratificó las costumbres quedando los esclavos y pobres libres para jugar el carnaval a su manera, pero solo entre ellos.

Mientras el tolerante Intendente se mantuvo en el cargo, el carnaval adquirió un alto perfil de refinamiento en sociedad, pero apenas se marchó (en 1783) los retozones caraqueños volvieron a sus andanzas por lo que nadie en la calle se salvaba de ser mojado con agua o atacado con las más diversas sustancias, lo cual había prohibido el Obispo Diez Madroñero, especie de Savoranola local; que a partir de 1756 había convertido a Caracas en un convento, dándole a sus calles nombres de santos y sometiendo a los caraqueños a interminables ceremonias religiosas.

CARNAVAL SOCIAL:
En el último carnaval celebrado en las casas de principales y mantuanos ante de la partida del Intendente Abalos, en febrero de ese mismo año, en la casa de las nueve Aristiguieta (de Gradillas a Sociedad) y en la suya propia, se jugó carnaval lanzando bombones de anís. Detalla el viajero Louis Alexandre Berthiert: “La costumbre juguetona en sociedad, particularmente en los bailes, es lanzar dulces de anís a la cara, cabellos y pechos de las mujeres, cuyos vestidos están muy escotados. Las que reciben más dulces son invariablemente las más bonitas. Esto provoca la envidia y celos de las otras quienes toman este jueguito muy seriamente. Hasta los curas lo juegan. Yo vi a dos monjes, quienes almorzaron conmigo en la casa del Intendente, llevar esta broma hasta la indecencia”

Durante estos mismos carnavales, en una gran cena celebrada en casa del Tesorero General (don José de Fidaondo, se le fue la mano a un monje, quien le pegó una almendra en la nariz al Duque de Laval (entonces Marques). Este contraatacó lanzándole una enorme naranja. La costumbre era que damas y caballeros, niños y niñas, jóvenes y viejos, saliesen a las calles a atacarse unos a otros con una “metralla” de confites.

Quienes hacían estas agudas observaciones eran parte de un grupo de oficiales franceses de la nobleza ilustrada que visitaron Caracas en 1783.

LLEGAN LOS FRANCESES:
“Habíamos llegado a Caracas al final del carnaval-reporta el Conde de Segur-Así que la semana que pasamos allí, no fue sino una semana continua de fiesta, bailes y conciertos”.

Esos bailes, según sus coincidentes diarios, comenzaba con un “minueto” y seguían con diversas contradanzas inglesas, francesas y españolas, cerrando con un “voluptuoso” fandango que las parejas bailaban frente a frente. En estos fandangos, las damas mantenían un continuo y “seductor” movimiento de brazos mientras chasqueaban los pulgares para llevar el ritmo en ausencia de las castañuelas.

ELLES SONT TRES JOLIE ET TRES COQUETTE!
Todos los nobles viajeros coinciden en que las muchachas de Caracas eran “muy lindas, muy coquetas y muy ingeniosas”. Uno de ellos (Berthier) elogió sus hermoso cabellos y añadió “Como tienen bonitas piernas llevan faldas muy cortas (…) se cubren con joyas de oro y perlas, y en general visten suntuosamente. Sus trajes de bailes son parecidos a los polonaices o a las circussiennes del más exquisito gusto y como tienen muy buenas figuras nunca aumentan el grueso sino con un solo corpiño que deja sus pechos extremadamente descubiertos”.

A esto agregó que todo esto “son medios de seducción a los cuales es difícil resistir” Mientras esto ocurría en sociedad en las calles se celebraba un carnaval de carácter religioso que llamaban “rosario” , heredado de los rigurosos días del Obispo Diez Madroñero (1754-1769) un número considerable de músicos acompañaba la procesión de un santo, que tenía lugar al salir de alguna comedia o de un baile de carnaval.

Al santo le precedían innumerables linternas de diferentes formas, llevadas en lo alto de un largo palo, según descripciones del Caballero de Coriolis.

Después de las frecuentes paradas y rezos que hacían en las esquinas, donde confluían otras procesiones similares que venían de otras partes, hasta conformar una sola con unas mil quinientas linternas y docenas de guitarras, un cura se subía sobre un banco “para declamar y lanzar fuego y llamas contra los “bajos placeres de este mundo”.

Estos “bajos placeres” podían aludir indirectamente a las liberalidades amorosas que los mismos sacerdotes se tomaban con las damas a todos los niveles de la sociedad, pero también podían referirse a las citas que secretamente se daban los amantes durante las “inocentes” procesiones que eran vestigio de los carnavales religioso del Obispo Diez Madroñero.

A este efecto refiere el visitante Príncipe de Broglie, “Las bellas abren sus celosías, los maridos están pendientes. Los amantes disimulados bajo enormes capas se dedican a la vigilancia. Las citas se dan y se realizan ordinariamente a esa hora y por esta razón, creo yo, la costumbre del rosario se mantendrá para siempre” (con los años las mujeres también se darían una cita, pero en los lugares donde habría carnavales con “negritas”. Pues ya de antes viene la costumbre de muchas caraqueñas de “echarse su escapadita”)

Los franceses, impresionados tanto por la belleza y fineza de las caraqueñas como por las peculiares situaciones de capa y espada que pudieron observar en las procesiones, el carnaval continuo con sus habituales altibajos. (La próxima semana sigue la guachafita)

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