Cuenta la leyenda: El maratón de los misioneros

Los jesuitas, intelectuales, los capuchinos, ganaderos y artesanos, los franciscanos, los predicadores y pacifistas. Una competencia a ver quién hace más por los indígenas.
El 20 de marzo de 1734, se firmó en Santo Tomé una especie de convenio (casi un tratado de paz) entre los representantes de los misioneros Jesuitas, capuchinos y franciscanos. Presidió la reunión el gobernador de Cumaná, Dr. Carlos Sucre, pues en ese momento la Provincia de Guayana dependía de Nueva Andalucía. Por los Jesuitas, firmó el P. José Gumilla; por los Capuchinos, fray Agustina de Olot; y por los Franciscanos, fray Francisco de las Llagas. Ya sabían ustedes que, cuando pelean los frailes, no se mencionan a las madres, pero se echan citas en latín como para romper una mandíbula.
El acuerdo, más o menos “amistoso”, determinó que: 1) los franciscanos (que venían de Píritu) tendrían a su cargo las poblaciones indígenas desde Angostura, río arriba, hasta el Cuchivero, con proyección al sur hasta el Amazonas. 2) Los capuchinos, desde Angostura a la boca grande del Orinoco, con la misma proyección al Amazonas por el sur. 3)Los jesuitas desde el Cuchivero hasta las fuentes del Orinoco, con el límite sur del Amazonas. Un reparto para ver quien hacia más por los indios.
Una Célula Real prohibía a los misioneros invadir territorios ya atendidos por otras Órdenes o Congregaciones. Durante 100 años, la actividad misionera había sido esporádica y desorganizada. Pero, desde que la vía del Orinoco quedó protegida por Santo Tomé y sus Castillos, los religiosos se lanzaron a la carrera de fundar pueblos y adoctrinar a los nativos, en un admirable maratón de esfuerzos atléticos a ver quién hacia más. Y ya no se sabía quiénes eran los responsables de cada sector. Un mismo pueblo de indios aparecía fundado varias veces, con distintos nombres, y dependiendo de diferentes misiones.
LOS JESUITAS, “INTELECTUALES”
En 1653 llegaron a Santo Tomé los Jesuitas Andrés Ignacio y Alonso Fernández, enviados desde Nueva Granada. Los zancudos y las fiebres acabaron con ellos. En 1654, por invitación del gobernador Martín Mendoza, se presentó el jesuita francés Denis Mesland, con otros tres jóvenes de su misma nacionalidad. Habían llegado a lo que hoy es Guayana Francesa y comprobado que sus compatriotas no estaban interesados en la conversión de los indios. Para los gobernantes españoles, la presencia de misioneros resultaba sospechosa. Mesland tuvo que ir a Santa Fe para que se convencieran que lo suyo era espiritual y no colonial. (¡con los franceses, que están muy agresivos en Guayana!) Fundo los pueblos de Belén y San Juan.
Mesland era un hombre muy culto. Y por ello se trajo después a otros Jesuitas de su porte y nivel. Por ejemplo, a Antoine Vois-le-Bert, que en los documentos españoles aparece como Antonio de Monteverde, llegó a Superior de las Misiones. Escribió informes para el papa, el Consejo de Indias y su majestad el Rey, sobre todo lo que estimó de interés para sus destinatarios. Pero son Pierre Pelleprat, francés, Salvador Gilij, italiano, Pedro Mercado, ecuatoriano, y José Gumilla, español, los que se destacan por sus libros sobre Guayana, publicados en Europa en sucesivas ediciones. El que más influyó en el futuro de la provincia fue Gumilla—Superior de las misiones Jesuitas—con su libro “El Orinoco Ilustrado y Defendido”, que determinó una nueva actitud en las autoridades de España.
El muy famoso Alejandro Von Humboldt se “inspiró” abundantemente en ese libro (sin citarlo), para escribir su Viaje a las Regiones Equinocciales. Solo menciona a Gumilla cuando hay que corregir posiciones geográficas. El libro de ese Jesuita es un verdadero tratado de geografía física y económica, etnografía y culturas, historia de la provincia y conflictos con extranjeros invasores y contrabandistas, problemas con los caribes dedicado a la cacería de esclavos y esfuerzos por residenciar a los indios en la zona.
En tiempos de Gumilla, los Jesuitas fundaron muchos poblados siempre con escuela. Los más importantes (y durables) fueron Cabruta, Atures, Maypures Carichana, Uruana, San Borja y Encaramada. También regaron con su sangre unas cuantas fundaciones, cuando los caribes venían a cazar esclavos. El Rey Carlos III, en 1767, instigado por su primer ministro, el Conde de Arana, ordenó la expulsión de los Jesuitas de España y de todas las provincias de la corona. Hacían mucho daño a ciertos españoles y criollos con su manía de defender a los indios, incluso a cañonazos. Era el estilo de su fundador el exmilitar San Ignacio de Loyola.
LOS CAPUCHINOS “GANADEROS Y ARTESANOS”
A los capuchinos catalanes les entró la manía de enseñar a los indios a trabajar. Eso puede parecer normal en nuestro ambiente. Pero allí constituía casi un atentado contra los derechos humanos. Los nativos estaban dispuestos a cazar, pescar, sonreír, cantar, bailar, tumbarse en la hamaca asistir a las clases de catecismo. Pero nada más. Iba contra sus costumbres ancestrales el aprender un oficio. Sin embargo, los catalanes eran tan tercos o porfiados que consiguieron establecer talleres de talabartería, zapatería, albañilería, carpintería y aun de herrería para los hombres y de hilados y tejidos para las mujeres. Las sillas de montar de los capuchinos se vendían a muy buen precio, eran apetecidas en Barinas y Trinidad, Barquisimeto, (Nueva Segovia) y Caracas, se exportaron a muchas islas del Caribe; y fueron solicitadas por los contrabandistas por su esmerada artesanía.
Pero la afición a fundar pueblos de indios les obligó a tener que proveerles comida, pues era a única manera de mantenerlos en la misión. Y eso no se aprendía en los manuales del convento. Tuvieron que traer expertos en ganadería y agricultura. Y en poco tiempo lograron reunir 53.000 cabezas de ganado en sus hatos, luego les dio por cultivar hortalizas. Mas tarde arremetieron con los frutales y, pocos años después, eran los hacendados más prósperos de la provincia. Eso es lo peligroso de los catalanes, sean o no capuchinos. Si se les deja, se convierten en empresarios de éxito.
En su momento de mayor esplendor, hacia el 1800, los hatos de los capuchinos catalanes de Guayana, sumaban 180.000 reses. En la guerra de la independencia, eran un importante recurso para los realistas, a quienes apoyaron moral y materialmente contra los levantiscos, alborotadores, revoltosos y traidores al rey, que eran los patriotas. A ellos les habían enseñado a colaborar con las “legitimas autoridades” y a someterse al Rey por la gracia de Dios. En 1817, el general Carlos Manuel Piar, que ya estaba situando a Angostura, envió al coronel José Félix Blanco, vicario del ejército patriota a hacerse cargo de los capuchinos. Los encerraron en Caruachi, el 11 de abril de ese año, Piar se convierte en un héroe extraordinario por su victoria en la Batalla de San Félix, pero un tiempo después quedo desposeído del mando y al poco tiempo fusilado.
Entre enero y junio de 1817, murieron por privaciones y malos tratos, o fueron asesinados treinta sacerdotes capuchinos y cuatro hermanos enfermeros, los primeros catorce dentro de la prisión, los últimos veinte a orillas del Orinoco, a flechazos, lanzazos y machetazos, en presencia de los indios de Caruachi solo siete habían escapado a tiempo. Dos desaparecieron en el río o en la selva. Pero los otros cinco sobrevivientes se empeñaron en volver y volvieron más tarde a misionar, eran tercos y pertinaces.
LOS FRANCISCANOS; PREDICADORES Y “PACIFISTAS”
Los franciscanos habían misionado en Trinidad antes de la llegada de Antonio de Berrío, a este le acompañó desde Santa Fe, fray Domingo de Santa Agueda. El convento de Trinidad existió hasta la ocupación de la isla por los ingleses, en 1797, el convento de Santo Tomé desapareció con el ataque holandés en 1637. No volvieron a Guayana hasta 1752, cuando ya estaba a punto de mudarse a la Angostura la ciudad de Santo Tomé.
Según el gobernador Centurión, hasta 1764, los franciscanos fundaron y mantuvieron 7 pueblos. Pero estuvieron predicando paz y amor en todas partes. Eran como los hippies de la época. No tenían hatos, ni forjas, ni hornos de cal. Y los indios estaban encantados con aquellos misioneros que cantaban y reían como ellos, que no le forzaban a aprender oficios y les hablaban del cielo, donde nadie tenía que trabajar.
Como eran pacifistas de verdad y aborrecían la violencia, abandonaron sus misiones en 1815, cuando ya era inevitable la brutalidad de la guerra de la Independencia según fray Leonardo, tenían entonces 29 pueblos de misión, unos fundados por ellos y otros por los Jesuitas, que habían sido expulsados unos años antes. Es difícil tal vez imposible saber quién hizo más por los indios: los Jesuitas hacia la cultura, los capuchinos hacia el trabajo; o, los franciscanos hacia la convivencia y armonía. Los distintos grupos de indios estaban tan acostumbrados a recelar los unos de los otros que fue uno de los logros mas venturosos de lo franciscanos el acostumbrarse a que se sentasen, comiesen o cantasen juntos.
LOS CARIBES, GENTE PELIGROSA
Hay testimonios de unos 40 ataques de indios Caribes a las misiones en ese periodo, cuando Santo Tomé se ubicaba en Los Castillos. No cruzaban frente a Santo Tomé, por sus fortines y cañones. Casi siempre bajaban por el Caura, Parguaza o Cuchivero. En las Misiones mejor organizadas, los capitanes eran holandeses. La finalidad era la cacería de esclavos indios. Pero se aprovechaba la ocasión para liquidar a los misioneros, sus mas esforzados defensores. Entresacamos algunos ejemplos: el cacique Taricura, en 1733, después de quemar el pueblo de Nuestra Señora de los Ángeles, recibió a un grupo de holandeses cazadores de esclavos que le trajeron un cargamento de fusiles se animó a organizar una gran expedición con más de 40 embarcaciones. 300 caribes y 19 holandeses, están a punto de caer——por sorpresa, como siempre—–sobre San José de Otomaco, pero se enteran de que hay un capitán español con seis soldados. Al ver que los militares les hacen frente y les persiguen, se embarcan rápidamente en sus piraguas y corren a la barranca opuesta. Dirigidos por los holandeses, sacan a la arena a las piraguas, en la que tenían amarrados a 300 indios que habían capturado en el curso de la expedición. Con las piraguas, ramas y tierra y dirigidos por los holandeses, hacen un parapeto, se defienden con 50 fusiles, dos esmeriles y sus flechas envenenadas. Sufren 14 muertos y 40 heridos. Los soldados les atacan hasta que anochece, pero reciben orden de retirarse cuando ya no hay luz suficiente para compartir. A la mañana siguiente, los caribes habían desaparecido, llevándose los 300 indios capturados en otras aldeas.
El ataque a Mamo en 1735 fue más sangriento, por que cayeron de improviso y lograron matar al misionero, a 3 soldados y a 14 indios, pero también tuvieron 30 muertos. Lamentablemente se llevaron a un buen grupo de cautivos para venderlo a los holandeses. De allí pasaron a San Antonio del Caroní, se acercaron en son de paz a dos indios pescadores. Uno de ellos reconoció a los caribes, y se echó a nadar por debajo del agua, el otro fue descuartizado. Cuando llega la noticia al pueblo, salen todos los vecinos con su misionero, para hacer frente a sus atacantes. Pero los Caribes no gustaban de encuentros cara a cara, y huyeron en sus canoas. Casi nadie se acuerda del obispo Nicolás Labrid, con sus dos capellanes acompañantes. Eran misioneros por cuenta propia, venidos de la Guayana Francesa, pretendían fundar un seminario para que los indios se hicieran sacerdotes. La gente más experimentada les había avisado que era demasiado pronto para que cuajase la idea. Primero tenían que ser catequizados, enseñarles a leer y explicarles lo del celibato. El obispo Nicolás tenía prisa. Se fue al caño Aquire y empezó a predicar en francés, los indios le escucharon con la misma atención que a los otros predicadores, aunque sin entender ninguna palabra. Y esperaron a ver que les daría de comer. El final del sermón o conferencia no gustó a nadie. El obispo les preguntó por señas si tenían algo de comer. Le dejaron solo, pocos días después, apareció una avanzadilla de Caribes que se entretuvo matándolos a garrotazos, mala gente. Pero con errores y aciertos, los misioneros fueron héroes y mártires por Guayana. Venezuela les debe mucho.
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