Opinión

Cuenta la Leyenda: El Hombre Montaña

Ya por los años 70s se observa en nuestras calles un caminante que muy difícilmente pasaba inadvertido, por ser muy voluminoso, con una fuerte barba que lo acompaña y un sombrero tipo campesino, se trataba de El Hombre Montaña.
sábado, 03 julio 2021

Al principio de los años 60s, en la avenida San Martín de la ciudad capital, Caracas, unos empresarios buscaron la manera de ganar un dinero extra, sin gran esfuerzo y al mismo tiempo buscando la manera de divertir a los fanáticos del rudo deporte llamado “la lucha libre” lograron un gran local idóneo, adecuando el ring en el centro del mismo con diferentes localidades dando comodidad a los visitantes y de acuerdo al sitio escogido el precio de la entrada, de ser Ring Side (muy cercano al espectáculo) era el más costoso, a este local lo identificaron como El Palacio de los Deportes, los días sábados se hacían colas para la compra de los boletos de entradas y luego a la hora indicada comenzaba la contienda.

Los que por una u otra causa no podía asistir podían verlo por la televisión donde religiosamente era transmitido, ahí se escenificaron grandes luchas con personajes traídos de otros países, como Colombia, Perú, México y otros más también nuestros venezolanos quienes demostraron su habilidad y valentía, podemos recordar a el enmascarado de plata El Santo, El Médico Asesino, Blue Demon, Narciso el Hermoso, los hermanos Battah, La Sombra, muchos más y entre ellos el “Hombre Montaña”, con el tiempo estos espacios fueron testigos de eventos de boxeos, y grandes eventos de baile, y muchos de los luchadores mudaron su lugar de vivienda a otros estados de Venezuela, aquí en Puerto Ordaz no fue la excepción.

Ya por los años 70s se observa en nuestras calles un caminante que muy difícilmente pasaba inadvertido, por ser muy voluminoso, con una fuerte barba que lo acompaña y un sombrero tipo campesino, se trataba de El Hombre Montaña.

Vivía en el barrio llamado Castillito, al lado del famoso sitio nocturno Bar Puerto La Cruz, donde conoció a su media naranja que se llamaba Marenda, pero aquí no se dio a conocer como Marino, un hombre de buenos modales muy educado y bondadoso y nada agresivo, amigo de muchísimas personas, transcurre el tiempo, sella amistad con el Sr. Franz Moser gerente del Hotel Intercontinental Guayana, quien le permite estar como parte atractiva para los turistas.

Marino se paseaba por las instalaciones del hotel con un pequeño simio en los hombros y ya se había separado de Marenda y compartía con una indígena que lo acompañaba a todas partes haciendo una buena dupla, en esa época ruedan dos largos metrajes en nuestra selva guayanesa, titulado Popsy Pop y Papillon, bueno, señores Mario se convierte en artista de cine, fue contratado como figura minera donde aparecía metido hasta la cintura en unas cuevas acompañado de surucas (pequeña batea) palas y picos buscando el preciado mineral dorado y diamantes, es de recordar que cuando se estrena la película en el Cine Altamira en el centro de Puerto Ordaz él era uno de los primeros para entrar y disfrutar los abrazos y felicitaciones de quienes fuimos sus amigos.

Para entonces ya vivía oficialmente en el Hotel Intercontinental, y en una pequeña curiara ofrecía paseos turísticos y el retorno llegaba a un espacio ubicado en la isla frente a la parte trasera del hotel (debo decir, ganaba más en propinas, que lo que cobraba por el paseo) pero él me había invitado para que visitara acompañado con mi esposa su espacio a disfrutar de un buen vino y un suculento almuerzo, invitación a la cual accedí, pero en la amistad con Franz Moser lo incluí a él y su esposa a que me acompañara, cuando cruzamos el río, desembarcamos y vimos un lugar muy grato y pulcro, con todos los implementos de un lugar turístico, pero hasta ahí llegó todo cuando el gerente del hotel Guayana Intercontinental pudo observar que todo, todo, mesas, sillas, mantelería vasos copas, cubertería y tal vez los insumos vinos y comidas también todo lo necesario tenía el sello que identificaba al hotel, no pudimos disfrutar de ese asoleado y sabroso día, la parte de seguridad del renombrado hotel se encargó de los trámites correspondientes.

Transcurrieron los meses y tal vez dos o tres años, en una visita a Caracas, me encontré a Marino, acompañado de un pequeño niño (su hijo) caminando de manera indigente y la tristeza dibujada en su rostro, me reconoció, nos saludamos y pidiendo una pequeña ayuda nos despedimos.

Más nunca supe de este personaje, que tal vez, de haber tenido la suerte de un manager pudiese haber logrado terminar bien su vida andariega. Este es otro de los personajes emblemáticos que hemos tenido en la zona del hierro.

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