Opinión

¿Cómo terminará todo esto?

La Biblia no es ajena a esta dinámica humana, especialmente evidente en aquellos cuyas vidas penden de un hilo.
jueves, 25 febrero 2021

¿Qué debemos esperar del mañana? ¿Es posible un futuro distinto a este presente? ¿Cabe pensar una mejora en nuestra situación actual?

Es una constante entre los seres humanos el deseo por saber qué les deparará el destino, de manera que no los tome impreparados. No saber qué nos espera a la vuelta de la esquina provoca ansiedad, intranquilidad en el alma hasta el punto de llegar a inmovilizarnos, para así evitar —pensamos— desgracias futuras.

Farsantes y estafadores de oficio, ofrecen disolver estas inquietudes mediante técnicas varias, que tienen la propiedad de colocar ante nuestros ojos el porvenir, y nos brindan las herramientas para que nos resulte siempre favorable.

La Biblia no es ajena a esta dinámica humana, especialmente evidente en aquellos cuyas vidas penden de un hilo, por el simple hecho de ser seguidores de Jesucristo. Pero me atrevería a afirmar que sucede de igual modo con la persona de Jesús, quien, oteando el horizonte, se pregunta en qué terminará todo aquello iniciado con su predicación.

Transfigurado
Los discípulos van camino de Jerusalén, siguiendo a su Señor camino del patíbulo. No obstante no contar con todas las evidencias, los apóstoles saben que los espera la muerte. Como es natural suponer, ellos desearían sortear este “escollo” y así salvar la vida. Idéntica afirmación valdría para Jesús, y que su subida a Jerusalén no sea la última de su existencia terrena.

El camino se ha hecho largo. Los pies no obedecen; pesan más que el plomo y ralentizan la marcha. El espíritu está corrompido y el corazón es presa del miedo. Los discípulos son una madeja de ansiedad.

En este contexto, Jesús se “transfigura” frente a los suyos. Es decir, el futuro “se adelanta”, mostrando a los apóstoles que, si bien se dirigen a la Ciudad Santa donde el Señor será asesinado, sin embargo la muerte no prevalecerá sobre la Vida que Jesús inauguró con la venida del Reino de nuestro Padre Dios.

A las preguntas que encabezan estas líneas, la transfiguración de Jesucristo contesta con una sola respuesta: mañana habrá Vida, nuestro futuro es más Vida y nosotros mejoraremos, porque participaremos de esta Vida alcanzada por Jesús para nosotros.

Resucitado
Lo anterior queda igualmente recogido en el relato del fallido sacrificio de Isaac por parte de su papá, Abraham. Este pasaje bíblico es esencial para comprender la resurrección de Jesucristo.

Abraham cree que la mayor prueba de fidelidad a Dios es sacrificar a su único hijo, a ejemplo de los pueblos circunvecinos que sacrificaban seres humanos a sus dioses e ídolos. Y así dispone todos los medios para sacrificar al chico.

Es sencillo de intuir que Isaac está muerto en el corazón de su padre, quien ha visto ya el destino de su hijo, y lo llora incluso antes de sacrificarlo. De igual manera, es sencillo de intuir la alegría que probó al ver cómo el ángel del Señor le prohibía hacerle daño a Isaac: con esto último, Isaac “volvió” a la vida; “resucitó”, por así decirlo.

Al igual que Isaac, Jesús va camino a la muerte, e igual que Isaac, Jesús no quedará preso de la muerte. Al igual que Abraham, Dios Padre ofrece a su Hijo para el “sacrificio”, e igual que Abraham, Dios Padre verá a su Hijo “volver” a la Vida. A diferencia de Isaac, Jesús fallecerá; ahora bien, esta muerte ha posibilitado que haya mañana, futuro y porvenir para la Humanidad, para todos nosotros.

Aún no entramos en la Semana Santa, y ya sabemos cómo terminará todo: con la resurrección de Nuestro Señor.

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