Opinión

Clavo hincado en sitio firme

Con la muerte presente aún ante mis ojos, leo los pasajes que nos ofrece la liturgia el próximo domingo.
jueves, 20 agosto 2020

En mi condición de sacerdote, he debido atender a familiares y amigos cuyos seres queridos fallecieron, víctimas de la pandemia. La experiencia de acompañar desde la distancia y la incapacidad de decir algo coherente que traiga paz y sosiego a los deudos, se ha convertido en algo difícil de describir pues aún no la digiero.

Esta semana las distancias físicas con la muerte se acortaron, siendo mi primera reacción elevar una oración por la humanidad entera al tiempo que llamaba al cuidado responsable ante la pandemia, en medio de un puñado de personas reunidos en una casita sencilla, en un barrio popular de San Félix.

Con la muerte presente aún ante mis ojos, leo los pasajes que nos ofrece la liturgia el próximo domingo, viendo emerger dos temas reiterados en las lecturas. Es decir, el conocimiento de Dios y el relevo en el poder.

¿Quién conoce la mente de Dios?

La respuesta espontánea es: nadie. San Pablo dice a los Romanos que “el abismo” que es Dios, está “lleno” de generosidad, sabiduría y conocimiento. Al estar repleto de todos estos bienes, se nos imposibilita abarcarlo todo, pero nos resulta atractivo, llama nuestra atención y ocupa nuestro tiempo. Con otras palabras: aún a sabiendas de que no agotaré todo el Ser de Dios, sin embargo, continúo mi tarea de conocerlo siempre más y más.

Entre los muchos recursos con que cuento para poder conocer al Señor, está la opción de conocer a Jesús, conociendo su historia, sus palabras y acciones, su comportamiento ante distintos contextos. Pero puedo conocer igualmente el misterio que es Dios, conociendo a mis prójimos, en sus diferentes situaciones de alegrías y tormentos, o incluso en situaciones aún por definir o estancadas.
Nadie ha agotado el conocimiento de la mente del Señor, pero este hecho no nos impide continuar en este camino: conocer siempre más hondamente el misterioso y hermoso abismo que es Dios, y que nos atrae.

Te daré las llaves

Existe una coincidencia en el libro de Isaías y el evangelio de Mateo: hay llaves que pasan de manos. Dios da a Eliacín las llaves que hasta entonces reposaban en manos de Sobná; son llaves para abrir y cerrar. Por otro lado, Jesús da a Pedro las llaves que están en posesión del Señor; lo que ate o desate en la tierra, quedará atado o desatado en el cielo.

En ambos pasajes bíblicos, las llaves son el símbolo del poder. Este poder se coloca en las manos de aquel que conoce al Señor, y este conocimiento ha sido posible porque se parte de la humildad, del deseo de servir a los demás, especialmente los más necesitados. Se tiene un poder efectivo, que repercute incluso en la eternidad. Es poder abrir y cerrar, atar y desatar. Se trata de un poder que encierra una jugosa tentación: usarlo para beneficio propio, y no para el servicio a los hermanos más pequeños y necesitados.

El servicio humilde, incondicional y gratuito —junto con el deseo perenne de conocer a Dios—, es la mejor manera de evitar distorsiones en el uso del poder que este Dios ha puesto en nuestras manos para beneficio de los demás. Es una buena garantía, sólida “cual clavo hincado en sitio firme”.

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