Choque con las estrellas: “Fatum: Camino al destino”
Si hay algo que no puedes negarte a pagar, es la deuda de tu existencia. Llegaste desde el vientre materno, y como quién sale desesperado de las profundidades de un lago buscando aire, tomaste prestado un bocado de aliento al nacer; inspiras, respiras, vives; todo bajo el marco de una cláusula establecida en ley natural que estipula una fecha para devolverlo, lo que ocurre inevitablemente tarde o temprano, un día y hora justo en el momento del último suspiro; cuando expiras y mueres.
Quisiera poder decir que el final de la travesía por el “planeta rojo” tuvo un final feliz; que en el último segundo antes de mí ejecución, una luz en el firmamento apareció e iluminó a los verdugos y que no me asesinaron. Cuanto lo lamento. Ese sueño dejó de existir, literalmente murió, como muchos.
Sería una mentira afirmar, aún en sueños, que ver llegar esa visita forzosa no es algo complicado. En ese instante, antes de descubrir quién te recibe y ante quién deberás enterar las cuentas inmateriales de tú vida; entonces, arrecido de zozobra, aparece desde tus entrañas para ser tú compañero, el miedo.
Es algo innato sentirlo, la incertidumbre que genera lo desconocido es su bastión, más aún, sí siempre bajo instinto, fijación o impulso hemos cultivado la curiosidad mórbida de saber sobre ella ¿qué hay más allá?, ¿cuándo llegará el momento que finaliza mi existencia?, ¿dónde y cómo será?
En esos segundos camino a su encuentro, entendemos que ocurre él milagro de poder ver en primera fila y en alta definición las huellas de nuestras acciones, únicamente eso, observar como un espectador; no queda más que hacer, y como en un examen oral, solo esperar la nota. Digamos en términos más llanos y deportivos, es una antesala.
Si bien, en el plano terrenal piensas y materializas a libre albedrío, bueno o malo, en esta condición transitoria la mente también es libre para pensar, reflexionar, lamentar o agradecer lo vivido; lo que sí está vetado para los recién llegados, es la capacidad de ejecutar o tener incidencia en acción alguna. ¡Expiró ese tiempo!
Literalmente es un juicio preliminar, sin derecho a ser asistido por abogado, no hace falta; además todos tus argumentos día a día fueron plasmados con tu puño y letra, en el expediente de vida, por supuesto, siempre apegado al guión que como autor, productor y actor único, te diste a la tarea de proyectar.
No tiene ningún valor cuantos te lloren, cuantas rosas te adornen, si te pasean por el pueblo o te velan en una gran plaza, si te construyen un gran mausoleo o una gran estatua, que te declamen versos y entonen cantos, ni que te rindan honores con 21 cañonazos; merecido o no, nada de eso cuenta.
Tampoco se recibe a nadie con aplausos, alfombra roja ni bandas, no existe imposición de condecoraciones, él corneta no tocará marcha de honor ni menos aún habrá tropas formadas en columna a tú lado tocando marcha dragona acompañados con caballos portando caparazones negros.
Solo no estarás, lo que tampoco para algunos es un aliciente. Únicamente le está permitida la presencia a quiénes de alguna manera llegaron antes que tú y te señalan. No piden resarcimiento de daños, nada material ni espiritual, ni siquiera escuchar pedir perdón o arrepentimiento. Ellos son parte presencial, de eso llamado, justicia divina.
La situación empeora y es cuesta arriba para los que endiosados a expensas del poder, engaño, terror y maldad, truncaron el destino y vida de otros, arrebatándoles sus sueños para imponer los suyos. Parece algo increíble, no rindes cuentas al universo como tal, pero sí a los que afectaste para mal.
El enigma estriba en el Fatum, poder sobrenatural inevitable e ineludible que guía la vida de cualquier ser a un fin no escogido y en dirección opuesta a la del libre albedrío; hace referencia a aquello que está escrito, lo que en la mitología romana es la personificación del “destino”.
¿Puede entonces un simple mortal desafiar al destino y cambiar “lo dicho”? ¡No!, esa cualidad no es inherente ni le está permitida a nadie de este mundo; si alteras o manipulas el destino de otros, terminaras perdiendo tu destino, estancado en un lugar, donde no se puede salir ni se cancela deuda.
En esta temporalidad mundana, llena de voraces lobos, lejos de cruzar los brazos y consentir con la mirada clavada en el piso que te arrebaten tus sueños, esos fundados en la naturaleza humana que por derecho corresponden soñar; a todo riesgo, es imperativo, ponerse en pie de lucha hasta el final, por la libertad de ellos.
A pesar de las adversidades, por extraño que parezca, me siento vivo; pero reconozco que eso de un sueño sobre otro sueño fue afortunado. Definitivamente es una gran lección; hay que tener no un solo sueño, sino muchos sueños. De eso se trata la vida, de defenderlos e intentar hacerlos realidad, aún en contra del Fatum.
Mario Genie.
genie_mario@hotmail.com
06 septiembre 2020
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