Adviento I: Tiempo para estar alertas
El tiempo sigue su camino; en ocasiones, da la sensación de no detenerse. Él sigue inexorable su recorrido, independientemente de las historias que se tejen a su alrededor.
Esta concepción del tiempo es lineal. Es decir, nos hallamos en un presente y nos dirigimos a un futuro; progresamos. Pero existe asimismo una concepción circular del tiempo: anualmente, repetimos fechas, revivimos eventos, como son por ejemplo los cumpleaños.
De igual forma ocurre con la navidad.
La justicia parece un paño sucio
A diferencia de las creencias que traemos de nuestra infancia, el modo como celebramos la navidad es un tiempo curioso, probablemente porque las luces —donde las haya, hoy día— suelen manifestar las sombras y contradicciones que acompañan también a estas festividades.
Es en diciembre cuando más saltan a la vista las enormes injusticias que nos envuelven el resto del año, quizá porque es el tiempo en que se nota con más crudeza que no todos podemos permitirnos una cena de navidad o que no todos los niños recibirán sus regalos que vienen con la llegada del Dios Niño.
Lamentablemente, esta es una dinámica planetaria. En nuestro caso, será todavía más evidente dado el estado de posguerra en que nos encontramos, ahogados por esta situación socioeconómicas, donde el rasero pasó por nuestras cabezas y nos niveló hacia abajo, aumentando la pobreza extrema en 86%
Israel vivió algo similar a lo que hoy día experimentamos nosotros. Ellos se lo atribuyeron que le alejó de su presencia, al ver cómo la injusticia se convirtió en la moneda común de sus relaciones.
Al no estar Dios con Israel, el pueblo se siente marchito como las hojas secas, que caen de los árboles. Israel es presa fácil de sus enemigos, y lleva sobre sus espaldas el peso de la culpa. Arrastra los pies con la sensación de que Dios los olvidó, echándolo a su suerte. El pueblo camina con pesar, adolorido y azotado. Israel sufre enormemente su desgracia.
Ojalá derritas los montes con tu presencia
Pero Israel no es un pueblo que se eche a morir, lamiéndose las heridas y llorando su desgracia interminablemente. El pueblo reconoce que la causa de su desdicha es no haber practicado la justicia, que es la representación social del amor propio y para con el prójimo. He aquí la primera lección a asumir, si estamos con ánimos de aprender de otros: reconocer nuestras fallas, las malas decisiones que nos han traído al presente que injustamente padecemos la inmensa mayoría de los venezolanos.
Israel levantó la mirada al cielo, de donde le viene su fortaleza y razón para continuar en medio de las adversidades. Y clama a Dios: “Rompe el cielo y vuelve con nosotros. Ojalá los montes con tu presencia, solo por estar a nuestro lado”. He aquí la segunda lección de este primer domingo de adviento: pedir la fuerza necesaria para no decaer, para no claudicar en las responsabilidades que tenemos entre manos y así tomar las decisiones correctas, guiados por esta luz divina.
La llegada del Dios Niño nos apacigua, y llena nuestras lámparas para que no desesperemos.
No sabemos cuándo vendrá
El evangelio es enfático al insistir en que no sabemos la fecha en que el Señor Jesús volverá. Esto es una verdad a medias. Quienes no sabían cuándo regresaría Jesucristo fueron quienes escribieron el Nuevo Testamento; nosotros sí conocemos la fecha: Él vendrá a nuestras casas el próximo 25 de diciembre, y su pesebre es el corazón de cada uno de nosotros.
En tal sentido, debemos estar alertas, preparados. Diciembre no es solamente para consumir (sobre todo para aquellos que puedan permitírselo), sino para prepararnos para esta visita, de manera que en su presencia sepamos cómo actuar y superemos definitivamente esta macabra situación.
¡Ven, Señor Jesús! Estas son las últimas palabras con que cierra la Biblia. Son nuestro deseo y nuestra oración.
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