Aceptar el reino como niños
UNO
El 3 de octubre de 1226, Francisco de Asís entregó su espíritu a Dios; su festividad se celebra al día siguiente. Para muchos, Francisco es el santo más simpático y cercano a Jesús. Tanto así, que Dios le confirió la gracia de los estigmas, que son las señales del amor que Jesucristo Crucificado llevó consigo una vez resucitado.
Francisco no la tuvo fácil. A él le tocó vivir la irracional realidad de la violencia y la muerte justificada por la fe, concretada en las Cruzadas. Al volver a casa, se despojó de todo para darse por entero a Nuestro Señor en la reforma de su Iglesia, continuadora ésta de la obra iniciada por Jesús de Nazaret, pero históricamente perdida en el siglo XIII.
Su propuesta existencial de fraternidad universal con toda la creación contagió a la juventud, dando inicio a la Orden franciscana. La “reforma” que dio a la Iglesia pretendió vivirla personalmente desde el momento en que aceptó ordenarse diácono únicamente, y no hacerse sacerdote. Lo que quiero trasmitir con todo esto es que Francisco volvió a poner sobre la mesa de la Iglesia la fraternidad con todo cuanto existe, ubicándose en el “puesto más bajo” de la jerarquía eclesiástica de entonces.
Tanto encarnó Francisco el mensaje evangélico, que la Regla de los Hermanos Menores que le presentara al papa Honorio III fue un “mosaico” de los evangelios.
DOS
Llevamos semanas siendo testigos de la enseñanza de Jesús a sus discípulos, quienes no terminan de asimilar su camino a Jerusalén para afrontar su Pasión. Una de estas lecciones tiene que ver con el lugar y el modo de continuar la misión del Maestro. En primer lugar, los apóstoles deben superar las distorsiones históricas que deterioran la revelación divina en beneficio de leyes que justifican ciertas insuficiencias humanas.
Cuando el evangelio de Marcos pone en boca de Jesús la indisolubilidad del matrimonio, no hace sino volver a los orígenes, es decir a la fidelidad con Dios, con su creación y entre nosotros. Cuando el Jesús de Marcos coloca a los niños como ejemplo a seguir para entrar en el Reino de Dios, no hace sino reconducir a los discípulos a la justa vereda.
No es tan sencillo de imaginar el shock probado por los discípulos al ver que Jesús colocaba a los niños como punto de comparación, si tenemos presente que estos últimos no eran considerados personas en esa época.
Somos invitados a promover el amor por todo cuanto nos rodea, permanentemente. Lo hacemos desde la sencillez, la fraternidad, sin más pretensiones que las de colaborar con la misión de Cristo, de un Cristo que no elude su Pasión así como no escatima en gestos misericordiosamente amorosos, tal como nos lo reveló Dios desde la creación.
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