A César lo que es de César
La frase la podemos completar con los ojos cerrados. Ha pasado a formar parte del acerbo cultural de la humanidad para significar que debe dársele a cada quien lo que por derecho le pertenece.
El domingo tendremos ocasión de volver a escuchar “den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Mi intención es compartir con ustedes una interpretación más acorde con la propuesta que Jesucristo tiene para nosotros.
Un contexto polémico
En el evangelio de Mateo vemos a un Jesús en abierta confrontación con los dirigentes religiosos de su pueblo, acusándolos de malos dirigentes, cuya actitud de fondo no los hace merecedores de recibir el don que Dios nos ofrece en Jesús, sencillamente porque no quieren aceptarlo y se cierran a su mensaje.
Como es de esperarse, los dirigentes religiosos no se quedan de brazos cruzados. Se ponen de acuerdo para hacer caer a Jesús, dándoles un motivo para condenarlo.
En esta ocasión, le tienden una trampa provocándolo con un argumento de orden “político”, es decir, quieren vender la idea de que Jesús es un sedicioso que se niega —y enseña— a pagar el tributo al Imperio romano, representado en la figura de César, el emperador.
La imagen en la moneda
Jesucristo supera esta emboscada remitiendo a sus malintencionados a la imagen acuñada en la moneda del tributo. Hasta acá, se comprende lo sucedido. Pero, ¿Qué decir de “dar a Dios lo que es de Dios”?
Para comprender esta frase tenemos que echar mano del libro del Génesis, donde se dice que “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”. Con otras palabras: si la imagen de César está impresa en una moneda, la imagen de Dios está impresa en todo hombre.
Así como existen seres humanos para quienes el dinero lo es todo, para Dios el hombre es el bien más preciado que existe sobre la faz de la tierra, y está por encima del mundo material.
Así como hay personas capaces de sacrificar a semejantes por el simple hecho de acumular riquezas, para Dios el hombre representa su mayor tesoro y le ofrece su amor incondicional a través de nuestro Hermano Jesús de Nazaret.
El destino de la mayoría
Por lo que respecta a nuestro país, la situación es pecaminosamente alarmante porque algunos connacionales han decidido dedicar sus vidas a “césar”, sacrificando las vidas de aquellos que pertenecen a Dios y por quienes Dios es el único interesado.
Es decir, hay dirigentes que han optado por quitarnos aquello que por derecho nos corresponde, nuestro “tributo”, apropiándoselo ellos, acumulándolo y malgastándolo descaradamente.
Esto último es inadmisible, especialmente porque está cobrando vidas inocentes y convirtiendo a la mayoría de este hermoso pueblo que somos, en una masa de indigentes vulnerables.
Hay que devolver a Dios lo que es de Dios. Nosotros le pertenecemos a Dios, y esta pertenencia nos confiere una dignidad que no puede ser conculcada bajo ningún pretexto.
Nuestra pertenencia a Dios nos libera, porque él solo quiere nuestro bienestar y crecimiento. Quiere que implantemos la fraternidad dada nuestra condición de hijos suyos. Que así sea.
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