La Búsqueda: Yatnayo, el hablador
Los vecinos me adoptaron cuando los guerreros vinieron a buscar al hijo de los soñantes, les dijeron que había muerto. Deseaban sacrificarme a Inti, y ahora ustedes me quieren mandar a tierras desconocidas para averiguar los presagios, historias y leyendas por las pesadillas el Inca. Creo que su sentido de justicia es dudoso, terminó diciéndoles Ruminawe.
El desconcierto del Villca Humu fue grande. Las palabras no se atrevían a salir de su boca, se sintió avergonzado. No pudo continuar mirando a los ojos del joven siempre lo supimos, terminó diciéndole. Recuerda, nosotros podemos penetrar en los corazones y conocer sus secretos. Al aceptarte sólo buscamos protegerte, en ningún otro sitio hubieras estado seguro. Tu pasado ha sido otra de las causas por la que has sido elegido para esa búsqueda, te podrás enfrentar a las pesadillas heredadas, que por tanto tiempo te han quitado la tranquilidad.
Después de aquellas palabras, comprendió el sentido de su partida. Por mucho tiempo había desconfiado y despreciado a sus maestros, quienes, a pesar de su silencio, sabían todo sobre él. Habían soportado con ecuanimidad sus desplantes, su labor era enseñar, y eso hicieron. Sin que él se lo imaginara, el Villca Humu y su consejo lo prepararon para enfrentar sus pesadillas y tener la visión interior que le permitiera comprenderlas. Al conocer esa verdad sintió gratitud hacia quienes había despreciado.
Mientras Ruminawe debatía con estos pensamientos, sus maestros preparaban el ritual de partida. Sabían que a su retorno nada conocido existiría, ellos también eran heridos por las pesadillas que tuvieron los padres de Ruminawe.
Intentaron prevenir al Inca, pero él había dividido su dominio entre sus dos hijos, quienes sólo pensaban en extender los territorios que habían heredado, debilitando su poder. Villca Humu y sus acompañantes tenían la visión del futuro, pero no podían hacer nada ante ella. Sabían que en las selvas del Norte donde dominaba Quetzalcóatl, Itzamana, se le rendía culto a la cruz que tanto les intrigaba.
Representaba el eje cósmico, el árbol de la vida, y existían una serie de profecías a su alrededor. ¿Por qué se relaciona la muerte con la cruz?, se preguntaban con inquietud los sacerdotes del Inca. ¿Cómo el árbol de la vida daría muerte a la Era? y ¿Cómo evitarlo? Sospechaban que nada podían hacer. Si esa era la voluntad de Viracocha, Pachamana, Inti y Mamaquilla, sólo les quedaba someterse. Si los dioses permitían que su hijo, el Inca, muriera, no les quedaba otra opción que someterse al destino. Deseaban que el rebelde de Ruminawe encontrara alguna respuesta.
Tuvo que ir al consejo en donde las opiniones sobre su misión estaban divididas. Algunos afirmaban que era ir contra el hijo del Sol enviarlo a esa búsqueda, con preguntarle al Inca era suficiente. Aghi, el hombre de mayor edad, el Villca Humu, tomó la palabra.
-No se han percatado que el Inca está atemorizado por los augurios. Ha intentado abandonarnos para volver con su padre Sol. El cometa que surcó recientemente el cielo lo aterrorizó. Está paralizado y convencido de que la Era llegó a su fin. Ante cualquier percance que ocurra en sus dominios se ocultará. Para él es fácil decidir eso, es inmortal, pero nosotros somos mortales y con la muerte se acaba este sueño tan alegre y doloroso que es la vida. Estamos solos, no tenemos el apoyo del Inca ni de sus aguerridos hijos. Si le comunicamos nuestros planes con seguridad dirá:
-Soy el hijo de Inti, el Dios-Sol y sé todo lo que ocurrirá, Ruminawe sólo provocará la ira de los dioses, mejor será sacrificarlo en honor a Viracocha. Y si llegara a saber de esta reunión y lo que aquí hemos hablado, término diciendo, no habrá misericordia para nadie. Antes de hablar mediten un poco.
Los rostros de cada uno de los maestros de Ruminawe se endurecieron, parecía que fuera a estallar por la profundidad de sus meditaciones. Después de un largo y tenso silencio, todos estuvieron de acuerdo con la partida y juraron ante Pachamama guardar silencio. Si alguien llegara a hablar, se justificaría su muerte por envenenamiento. Desde ese momento quedó libre de la disciplina del templo, sintió alegría por ese hecho, su vida parecía comenzar a tener un sentido del que antes carecía.
El descenso de la sierra fue triste. Pero dejar la seguridad del templo no era nada fácil. Los caminos habían sido mejorados por el Inca, ellos eran las arterias por las que mantenía controlado y unido sus dominios entre llanuras y cordilleras. Se estaba iniciando la construcción de una ciudad amurallada en las fronteras con la selva. Se murmuraba que sería el inicio de una nueva embestida del Inca contra los hombres selváticos. Tomó la costumbre de evadir a los guardias para evitar preguntas. A pesar de las insignias de poder, lo detendrían, y le inquietaba cualquier contacto con la autoridad. En los caminos era corriente encontrarse con las ofrendas de los pobladores sobre las huacas, las rocas intocables.
Con el pasar del tiempo pudo percatarse de la eficacia de las insignias que llevaba, comenzó a tomar confianza y caminó sin ocultarse. En los dominios del Inca estaban en la obligación de darle alimento y cobijo. En muchos poblados fue bien recibido, pero siempre era visto con recelo y temor. Temían que fuera un espía del Inca.
Por muchos días caminó acompañado de su soledad. extrañaba la compañía de otros, anhelaba conversar nuevamente. Se sentía oprimido por el aislamiento que le ocasionaban los signos de poder.
Decidió, por su seguridad, no quitarse aquella indumentaria hasta salir de los límites de la tierra del Inca. Descendió por la cordillera, se dirigía por el naciente, era muy peligroso hacer el camino por el poniente. Fue un lento recorrido por las estribaciones de la sierra.
Mientras caminaba pensaba en lo difícil que sería entrar en contacto con la gente del río, vivían en el corazón de la selva. Cuando lo aguijoneaban estas ideas, se llenaba de angustias y las interrumpía, no pensar sobre su destino era lo mejor.
Al acercarse a la selva, llegó a la última guarnición del Inca. Se encontraba cerca de un poblado de calles estrechas. De ahí en adelante estaría casi solo, pues solo unos cuantos guerreros.
Lo acompañarían. Al caminar por las calles de piedras de los poblados fronterizos lo saludaron efusivamente. Invitándolo a pasar la noche en la guarnición, la selva no era segura para dormir. Los jaguares no dejaban sobrevivir al aventurado que osara violar sus fronteras. Los guerreros temían ir más allá de los muros de piedra. Se sorprendió cuando hablaron del jaguar, para él era un animal Dios, irreal y maravilloso.
Uno de los guerreros se dirigió a él. Lo cubría una piel de vicuña, en la cabeza ostentaba una diadema de plumas de halcón. Entre sus manos tenía un estandarte blanco con un sol-luna en el centro. El guerrero comenzó hablar.
-No sabemos a dónde vas ni nos incumbe. Por las insignias que llevas alguien debes ser, pero de aquí en adelante no te recomendamos andar de noche, y de día sólo debes ir por la sendas y caminos, si no, con seguridad te perderás… ¿Vienes de Cuzco?
Ruminawe afirmó con un gesto, el jefe de la guardia dijo entre chanzas y orgullo: ¿Ves este cuerpo? No podrías contar sus cicatrices, las recibí por ser un ingenuo guerrero. En ese momento se quitó la piel de alpaca que lo cubría y continuó hablando: El dominio del Inca es frágil, no existe porque él sea un Dios-Viviente, sino por el poder de la guerra y la violencia. En lo más profundo de sus corazones todos odian este orden, por eso no creas que andas a salvo con ese medallón solar y tu bastón de mando. En cualquier momento te matarán. Nunca olvides, lo unido por el brazo de la guerra es endeble y se fragmentará en el momento menos esperado. En la selva están quienes nunca pudieron ser dominados por el Inca, entre ellos los Tupí-Guaraní son los peores. Atemorizados, recorremos sus tierras. Si no fuera porque en sus profundidades se encuentran yerbas medicinales, las mejores hojas de coca, maderas duras, conchas…, que el Inca aprecia, nunca iríamos a esas tierras.
Al terminar de oírlo, sintió a las montañas dar vueltas alrededor de él, se mareó ante tales imágenes y poco le faltó poco para vomitar. Entre mareos se preguntó: No habrían inventado sus maestros esa misión sólo para deshacerse de él
Basta, dijo otro guerrero, entre sus manos sostenía un precioso propulsor. Es que tenemos tiempos sin conversar con extraños. Sólo pasan por aquí los chasquis, los mensajeros del Inca. A unos días de aquí tienen un puesto de relevo, pero no pueden detenerse en sus correrías. Imagino que estarás hambriento, porque tu cuerpo se ve muy enflaquecido.
En el campamento acabamos de matar una llama tierna, su carne no tiene ese amargo sabor de las llamas de más de tres años. Luego de una pausa preguntó: ¿Sabes manejar bien las armas y guerrear? Ruminawe respondió algo molesto: Este no es un disfraz, toma esto. Tendió sobre la mano del guerrero varios qhipuyes e inmediatamente se los dieron al Quipucamayoc, encargado de llevar las cuentas de los sucesos ocurrido, él los transformaba en nudos y colores.
Al comenzar a descifrarlos el hombre palideció. Este novicio es enviado por Villca Humu, el hermano del Inca, a lejanas tierras. Es un emisario del Dios-Viento, terminó diciendo.
Con las palabras del Quipucamayo todo recelo cedió. El jefe de la guarnición se disculpó. En esos tiempos había demasiados impostores entre fronteras, y si algo fuera de lo normal ocurriera lo tendría que pagar con la vida.
Mientras caminaban hablaron sobre los problemas de la guarnición y de los continuos ataques de los hombres de la selva. Ruminawe una y otra vez meditaba sobre lo oído y dudaba. Al llegar a las fogatas de la guarnición, los guerreros tomaban chicha fermentada, se deleitaban con el insinuante sonido de las flautas, el latido de los tambores y el murmullo marino de las sonajeras.
Esas melodías le recordaban olvidadas historias sobre los orígenes. La primera Edad fue de Wari-Viracocha, en ellas los árboles, las piedras y los utensilios se rebelaron contra los hombres.
La muerte llegó por cruentas guerras y la podredumbre de los cadáveres. La tierra enfermó. Eso les ocurrió por haberse rebelado contra los dioses y sus leyes. La segunda Edad fue de Wari-Runa. Nacieron los hombres sagrados. Tenían grandes poderes, el sol se fatigó de su peregrinar. Su energía murió y a pesar de los sacrificios se negó a mostrar su rostro.
Antes de morir devoró entre su fuego a toda la humanidad. La tercera Edad fue de los Purun-Runa, en ella los guerreros, con su ardor anegaron de sangre la tierra. El poder los pervirtió afeminándolos, su mayor gozo fue la sodomía. Un terrible cataclismo acabó con su perversión.
Después de Eras y destrucciones, llegaron los Incas, los hijos de Inti, el Sol. Restablecieron el equilibrio perdido. El fuego, el viento, el agua y la tierra no lucharon más entre sí. Viracocha regeneró a la humanidad, renaciendo de las oscuras profundidades del Lago Titicaca.
Al compás de la música el joven peregrino se remontó a esos tiempos primigenios. Reviviendo los cataclismos cósmicos que acabaron con esos mundos. ¿Cómo sería el fin de la Edad fundada por los Incas?, se preguntaba. Su peregrinación tenía mucho que ver con esas dudas.
Alrededor del fogón charlaban sobre profecías nacidas en la selva. Las relataba un hablador de esas oscuras y húmedas tierras. El mensajero de la guacamaya solar Yatnayo, era un hablador que acompañaba a la guarnición, durante toda la noche lo importunaron con su curiosidad. Al iniciar el relato, la selva se acalló, un tenso silencio esperaba sus palabras:
Nacì un día en que la niebla abrazaba la tupida selva, el Sol con sus calurosos rayos disipaba la grisácea oscuridad. Mí nacimiento fue celebrado con alegría, era un día de buenos augurios, así lo señalaba la Estrella del alba, que en el futuro sería su compañera.
Rayo de Luz profetizó su destino: Yatnayo, surcarán el oscuro mar y las estrellas, el mundo que descubrirás será como esas pepitas negras y rojas que se encuentran en la ribera de nuestros ríos, bellas como una gota de rocío traspasada por los rayos de luz, pero venenosa y dañina como los reptiles que se arrastran sobre la tierra como ondas de río. Verás monstruos de muchos brazos y piernas, con sus asesinas cruces, vendrán de los dominios del Señor de la Muerte. Cruzarán las aguas que rodean nuestra tierra. Sólo el oro y la plata saciarán su sed de muerte.
Al terminar de hablar, lanzó al infinito un grito, que parecía atrapar al universo en su melodía. Tu destino será ver otros mundos y regresar a nosotros para darnos la nueva de nuestra muerte y de nuestro renacer. Podremos retornar con nuestros ancestros. Sufrirás, pero renacerás, volverás de la muerte purificado como una lágrima del Corazón del Cielo. Tu fuerza y valentía se fortalecerán a través de la guacamaya ardiente, una de las formas que asume Viracocha.
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