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La Búsqueda: Xochipilli deja caer su máscara

El nombre oculto de Xochipilli, era el de la Diosa Xochiquetzal y ella podía retornar al mundo en una niña nacida el día del calendario lunar.
domingo, 17 abril 2022
Cortesía | Al desvelarse la Diosa, Xóchitl logró huir del jardín del Calmecac

Una luz enceguecedora, que emanaba de un gigantesco destello celeste de fuego surgió frente a Xòchitl, nacía del cielo y hería a la tierra. Sus ojos se cerraron ante ese resplandor. Cuando la luz empezó a disiparse, en su centro se encontraba Xochipilli, el señor de las flores, mostrándose en toda su belleza, soportó una visión que a muchos había enloquecido.

Al acercarse al Dios, intentó decir algunas palabras, pero se negaron a salir de sus labios. Trató de gritar con toda su fuerza, a pesar del esfuerzo su voz apenas se hizo oír:

Engendrado en el fuego y la tierra.

Xochipilli, devela mi destino y tu verdadero rostro.

Deja caer tu máscara,

que tu oculto rostro nos acompañe nuevamente.

Un profundo silencio invadió el bosque cuando Xochipilli se levantó del pedestal, sus manos se dirigieron a su rostro desprendiendo la máscara que ocultaba su rostro. Lo que vio le resultó incomprensible: Aquel largo pelo negro parecía contener la noche en él, el fondo de los ojos le recordaban las nubes.

El iris la tierra, las negras pupilas parecían contener dentro de sí la vida y la muerte. La nariz recordaba los frisos de las antiguas deidades mayas. Los labios carnosos, vitales, eran la luna sonriente de ese rostro. Con los brazos alzados y sus manos abiertas despertaba la alegría y vitalidad de la tierra.

Esos rasgos parecían contener todo lo creado. Al bajar su vista al pecho, su corazón parecía estallar, un calor que surgía de las profundidades de ser la sofocaba. Aquellos senos redondos hinchados de vida le hicieron comprender lo que se negaba a aceptar al admirar los ocultos rasgos de Xochipilli.

En ese momento el manto de flores que rodeaba a la Diosa cayó, mostrando completamente su belleza, mientras decía:

Xóchitl no tiembles, aquieta tu ánimo.

Este rostro que ves es uno de tantos

que ocultan la ignominiosa máscara,

con que Huitzilopochtli, el Dios de la guerra florida,

cubrió el rostro de las danzas, y las artes.

Xóchitl comprendió por qué sus padres habían ocultado el día, fase lunar y momento de su nacimiento. El nombre oculto de Xochipilli, era el de la Diosa Xochiquetzal y ella podía retornar al mundo en una niña nacida el día del calendario lunar.

-Escucha tu destino, le dijo la Diosa: Xochiquetzal que fue el nombre que el viejo Tlamatini, Coaxonehuatl leyó en las estrellas, en los códices y en los granos de maíz te debía imponer. Era tu regente, y en las tierras del Quetzal había conocido el significado de mí encarnación en una preciosa mujer como tú, podía traer eL fin a las guerras floridas. Él sabía cuán trágico, o glorioso podía ser tu destino. Si los otros sabios conocieran tu nombre, te hubieran raptado y convertido en una virgen consagrada a Huitzilopochtli, para evitar que esa profecía se cumpliera. En un sueño inspiré a Coaxonehuatl, en su búsqueda y por eso estás ante mí. El Dios de la guerra con sus rodelas y piedras cortantes nos invadió, destronando de su pedestal a las tres diosas. Y tú debes sembrar nuevamente las semillas del amor y las artes. Sembrarás las ceibas, los soportes de la nueva Era, y todos aquellos que se mantuvieron fieles a mí los guiarás en una gigantesca boa que llenará de terror a los guerreros de Huitzilopochtli.

Irás al Sur, y sembrarás con tus manos los pilares de la nueva era, los vástagos de las cuatro ceibas retornarán a la tierra donde nacieron. Ocultarse es la única forma de huir del furor de los hombres de la rodela, la cruz y la espada centellante. Si logran huir volverán a nacer poetas, hombres y mujeres mostrarán nuevamente el rostro oculto de las cosas. Ese es tu destino. Cumple con él.

Al desvelarse la Diosa, Xóchitl logró huir del jardín del Calmecac, ante que los devotos y sacerdotes llegaran a él para realizar los rituales y la celebración del nacimiento de las flores embriagadoras, hijas de la lluvia, los truenos y la tierra. Coros acompañados de flautas, tambores y sonajas entraron en el soto, presagiaban las danzas que se realizan en honor al Dios.

Xochipilli niño divino,

naciste para abrirnos las puertas del paraíso.

Acércate a nuestros corazones,

y murmura en ellos verdades ocultas.

Comeremos de tu cuerpo para oírte…

En el Ombligo de la Luna se levantaron al amanecer. Al hacerlo oraron y entonaron cantos de gratitud a Tláloc, por ayudar a dar nacimiento a las sagradas flores. Cuando el Sol llega al cenit comienzan las danzas festivas, que continuarán hasta el día siguiente. Ese día los sacerdotes del templo llegaron tarde a celebrar el ritual, un profundo sueño cubrió sus ojos. Fue la Diosa madre quien los hechizó para permitir a su hija, la Diosa viviente, salir del jardín prohibido sin ningún peligro.

Los guardianes del templo habían dejado caer sus rodelas, las muecas de sus rostros eran espejo de los nefastos sueños con que la Diosa los aguijoneaba.

No pudieron cumplir sus actividades matutinas, despertaron cuando el Sol estaba en el centro del cielo, al despertar la agitación que los poseía revelaba que los dioses habían mostrado sus rostros a través de los sueños.

Devotos y sacerdotes no mostraban la habitual alegría en ese día del año. A pesar de eso, ahí estaban alrededor de las ceibas sagradas y de la escultura del Dios enmascarado. Danzaban alrededor de ella, moviendo sus músculos rítmicamente, anteponiendo siempre la pierna derecha.

Atadas a sus tobillos, sonajeras recordaban el murmullo del oleaje. En la mano izquierda cada danzante tenía una maraca con semillas y piedras sagradas. Otros se desplazaban con flautas entre sus labios. Los danzantes se ordenaban en círculos.

Al oír aquella música la gente que vivía en las cercanías huía al campo, temían ser hechizados por esa música que despertaba lo reprimido. Algunos se atrevían a llegar a las cercanías del bosque y gritaban exaltados: ¿Para qué cantan y danzan a un Dios que sólo gusta del canto y la flor? Por qué no invocan a los aguerridos dioses que nos dan riqueza y poder.

Pocos soportaban a los sacerdotes de Xochipilli, por su negativa a participar en las guerras floridas. Eran tolerados porque sabían hacer preciosas murallas, eran muy buenos pintores y escultores, hacían afinados instrumentos musicales, y bellas artesanías.

Sin ellos los palacios, templos y casas no tendrían el esplendor que tenían. Cuando el ardor guerrero dominaba, sus devotos no podían salir sin peligro del templo.

En esas ocasiones se refugiaban en los dominios de señores como Tecayahuatzin de Huejotzingo donde se reunían a cantar e improvisar cantares. Tecayahuatzin, quien era admirado entre los aztecas por la fuerza de sus guerreros, pero el señor y su pueblo se negaban a rendir culto a Huitzilopochtli y dar hombres de su pueblo para que alimentarán a la piedra del Sol.

Ese día la muchedumbre logró vencer el terror que le infundía las cercanías del templo. Llegaron hasta las murallas del jardín gritándoles, amenazaban con quemar el templo, pero la música y las devotas poesías silenciaron estos gritos de odio. El ritual continuaba. Los danzantes rodeaban el lago, girando en torno a él, cada círculo de danzantes lo hacía en dirección opuesta.

En la orilla del lago había una pequeña isla, donde se encontraba una imagen de Xochipilli protegida por ceibas y jabillos. Los devotos sentían sus cuerpos ligeros, durante días se purificaron comiendo semillas de jabillo. Estaban preparados para recibir el cuerpo del niño divino, cuidaban no pisar a esos adorados seres.

Un sacerdote los recogía para preparar la bebida que les revelaría el verdadero de la realidad, mientras molía los hongos y los mezclaba con espumoso chocolate y miel, los iniciados recitaban cantos de cómo los dioses le dieron ese don a los macehuales.

Y cómo Xochiquetzal los sembró para dar nacimiento a una gigantesca trama cuyas raíces rodeaban las profundidades de todos los bosques y solo brotaban a la tierra esas flores, para que pudieran conocer la eternidad, y aprendieran así a vivir con la verdad en el corazón. Varias vasijas fueron puestas bajo la sombra de las ceibas, a donde cada devoto se acercaba y llenaba un vaso de barro, que luego de tomar su contenido debían romper, sobre una piedra que sobresalía de la superficie del lago.

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