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La búsqueda: Tlazolteotl, la diosa de la inmundicia

Nací un día de mal augurio, entre los cincos días nefastos. Esperaron mis padres cuatro días para presentarme a los dioses, vulgar treta de los adivinos para evadir la muerte.
domingo, 12 diciembre 2021
Cortesía | ¡Sol, has de esta criatura un forzado guerrero!

Los signos del desgaste de los pilares de la Tierra serán visibles, sus cortezas caerán. Las mazorcas de maíz no maduraran y se pudrirán. Las aguas infectadas sembrarán la muerte. Los hombres sabios invocarán a la Diosa Madre para que despierte la gran boa y devore las viejas tierras para destruir el mal y revitalizar la tierra con sus cenizas…

Ante esto los sabios se preguntaran:

¿Nacerá una nueva Era?, ¿será ésta la última?, ¿brotaran nuevas ceibas? y ¿qué manos las sembrarán?

Profecía de Coaxonehuatl.

Ese sería el último cantar de Coaxonehuatl. Sus discípulos al acercarse a su debilitado cuerpo, intuían las historias que escondía su memoria en los surcos que el tiempo había arado en su rostro. Era uno de los últimos tlamatini, junto a él moriría el saber que había heredado. ¿Cuántas ocultas verdades se llevará el viejo consigo? – se preguntaba Tizoc y sus acompañantes.

Coaxonehuatl no se resistencia a su destino. Estaba en el umbral de la muerte, percibía las voces de sus discípulos como lejanos ecos. Con la llegada de la briza matutina empezó a sentir que la vida otra vez corría por su cuerpo, y recuperó algo de la energía que creía lo había abandonado para siempre. Alzó una de sus manos, y con voz firme exigió a Tizoc:

– Ayúdame a llegar a la madre ceiba. Debo agradecer el don que significó haber vivido. Antes de morir deseo, rescatar los retazos donde he existido cobijado por la eternidad.

Tomándolo entre sus brazos, Tizoc lo cargó hasta la gran ceiba. Al sentirse en ese ombligo, levantó su rostro y observó al frondoso árbol mientras enterraba sus manos en la tierra, y empezó a conversar consigo mismo.

Nací un día de mal augurio, entre los cincos días nefastos. Esperaron mis padres cuatro días para presentarme a los dioses, vulgar treta de los adivinos para evadir la muerte. Durante cada uno de esos malignos días no dejaron de pellizcarme, trataban de impedir que mi alma escapara y fuera raptada por las Cihuateteo. En esos días nefastos, el tiempo se detenía. El silencio y la muerte gobernaban horribles, monstruos poblaban las callejuelas del Ombligo de la Luna, todos temían toparse con el alma de las mujeres muertas al parir y sus acompañantes. Volvían a la búsqueda de almas tiernas para aligerar su soledad.

El día de imposición de mi nombre lo creía olvidado, pero empecé a recordar aquel jícaro labrado con águilas y culebras, lleno de agua virgen con que me bañaría. Xochicoatl me sostenía entre sus brazos, y dirigiéndose al Sol invoco a Ometecuhtli y Omecihuatl -deidades de la dualidad-, existían en el treceavo cielo.

Dioses de la dualidad,

enviaste a este mundo triste y calamitosos el alma de este niño.

Al menos tú, diosa del Faldellín de Estrellas,

da algunas virtudes a esta criatura

para que pueda sobrellevar la carga del vivir.

¡Copal y devotos cantos arderán para tí de su corazón!

Sintió otra vez el suave roce de las manos de Xochicoatl, al terminar el canto, tomó agua para refrescar su reseca garganta. Luego, lavó con agua virgen mi cuerpo, con sus manos me acariciaba, trataba de exorcizar los espíritus devoradores, que nacían de los vientos del inframundo. Al terminar, sonrió al verme tan frágil y volvió nuevamente a repetir un canto:

Vuelve a tus progenitores,

vuelve a ellos,

no llevas mancha de ningún mal.

Al cerrar sus labios, mis padres como exige la tradición me tomaron entre sus brazos; mientras la matrona comenzó a invocar a las deidades del cielo, la tierra, el viento, el fuego y el agua, para que derramaran sobre mí sus virtudes. Al invocar al hambriento Sol-Tonatiuh, su voz se hizo cavernosa, parecía surgir de las entrañas de la tierra. Los presentes, petrificados ante tal cambio, cincelaron con signos indelebles esas palabras en su corazón.

¡Sol, has de esta criatura un forzado guerrero!

Para que goce de los placeres de tu corte,

y al morir en colibrí se transforme su alma,

para beber el néctar de las flores.

Al terminar de pronunciar estas palabras, surgió repentinamente del Este una serpiente cubierta de plumas verde azuladas, con sus garras tomó del brazo de la extática matrona las armas rituales, con las que me consagrarían al dios de la guerra, el aguerrido Huitizilopochtli, colibrí izquierdo hijo de Coatlicue, faldellín de serpientes.

Por largo tiempo mi familia ocultó aquel suceso. Llegué a conocerlo y recordarlo, cuando era un respetado tlamatini, sabedor de cosas divinas, al oír la confesión de mi tío Ixcoatl por haber tenido varías amantes.

Los sabios del consejo del pueblo comenzaban a escandalizarse por los rumores de su libertina vida. Y para evitar un cruel castigo imploró la protección de la Tlazoltéotl, Diosa de las Inmundicias y de Tezcatlipoca, Dios del Espejo Humeante, don que sólo se podría pedir una vez en la vida.

Pocos se confesaban de jóvenes, solo lo hacían cuando eran capturados cometiendo actos sacrílegos como el adulterio o la embriaguez.

Para evitar la muerte por apedreamiento, clamaban la protección de la Diosa a través de la confesión ante uno de los sabios del consejo.

Al confesar, les era entregado a los trasgresores una tableta de arcilla cincelada como evidencia del perdón a sus acciones, señalaba las penitencias a que debían someterse.

Aquel tío en su juventud había sido un poderoso guerrero, famoso por sus victoriosas capturas de enemigos y de sus lances amorosos.

Pero nunca se le logró probar nada, hasta que se vio envuelto en un problema de tierras, cuando sus hijos de diversas madres fueron al concejo a pedir los terrenos destinados a su sustento. Este reclamo puso en evidencia su desordenada vida.

Sólo le quedaron dos opciones, venderse como esclavo y tratar de arreglar los entuertos con los bienes que le darían por su compra, o confesar. Decidió hacer lo último, en el barrio donde su familia vivía, para que quien lo confesara fuera complaciente con las penitencias que seguro nunca cumplió.

De esa manera conocí la causa por la que decidieron consagrarme al Calmecac-centro educativo – y a su deidad protectora era Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada. Los símbolos de mi pertenencia a él, eran un pequeño báculo de turquesa y un collar rodeado de caracoles marinos que aún llevo colgados en el cuello desde el día, que el dios emplumado los trajo entre sus garras.

Su repentina aparición impresionó tanto a la matrona que olvidó el nombre que debía imponerme y para sorpresa de todos exclamó:

– ¡Coaxonehuatl, Despojo de Serpiente te llamarás! Ese nombre escondía los enigmas de mi existencia: Quetzalcóatl robó mi alma al Telpochcalli, centro educativo para guerreros, regido por Tezcatlipoca, no quiso llevarme a su reino, y me dejó abandonado en este mundo como un despojo para que cumpliera con mi destino.

Estoy logrando salvar del olvido algunos momentos importantes de mí existencia, cuando la muerte se acerca, por la imposición de mí nombre nací a la sociedad.

Y al entrar al Calmecac nací al conocimiento. Se dio de manera inesperada mí entrada a él, empezó por la visita de mis futuros padres-madres donde vivía con mi familia. Ese día morí. Era el fin de la infancia, fue un día doloroso como todo parto.

Esa noche fue la última cena bajo la protección de mis padres y de los espíritus del hogar. Al día siguiente tuve un nuevo hogar.

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