La Búsqueda: Ruminawe el peregrino del inca
Entre las manos sostenía un bastón, cuya empuñadura tenía forma de Sol, señalaba su intocabilidad en todo el imperio incaico, del cuello colgaba un medallón en el que resaltaba un Sol rodeado de serpientes, tenía la apariencia de un chasqui, los ligeros corredores que unían el imperio de Viracocha.
Cubría el cuerpo con un camisón que le llegaba a las rodillas, surcado por líneas horizontales de colores. En los hombros llevaba de manera entrecruzada dos bolsos, uno repleto de qhipuyes.
El pelo cenizo le llegaba a los hombros, la piel estaba bronceada por el sol. El rostro delataba una profunda resignación. Los ojos terrosos y caídos mostraban la quietud que anidaba en su corazón, propios de un hombre que ha vivido solitarias tormentas.
Así, encontramos al peregrino entre los caminos de la selva, mientras caminábamos y discutían apasionadamente con Nezahualcóyotl. Intentábamos entender lo que decía el peregrino, hablaba una mezcla de lenguas y respondía nuestras preguntas con extraños gestos.
Nuestros maestros le hablaron en otras lenguas, pero todos sus esfuerzos eran inútiles. Cansados, comenzaron a hablar en lenguas de la cordillera, pues aquel hombre parecía un montañés. Al oír esas lenguas sonrió y empezó una animada conversación con los sabios, ellos nos iban traduciendo lo que el peregrino les decía. Desde ese momento deseé conocer las cordilleras cubiertas de nieves, morada del peregrino.
Era un mensajero del Inca, llamado Ruminawe, Ojo de Piedra. Con el tiempo me percaté que había nacido entre cordilleras, enfebrecido por el saber que un sueño le había revelado.
Nos llamó la atención los dibujos de animales que hacía sobre una hoja de amate, recién preparada para copiar un manuscrito, los describía cubiertos de lana y como bestias de carga, recordaban los sueños que preocupaban al Señor del Ombligo de la Luna.
En ellos también describían bestias de muchas patas y brazos, que respiraban entre nubes, y de sus ojos estallan letales rayos. Tenían brazos parecían los tentáculos de un pulpo, y atravesaban los cuerpos de los guerreros de lado a lado con lanzas.
La piel era dura como la roca, las macanas, flechas y rodelas rebotaban sin dañar sus cuerpos.
Con cruces pintadas en sus cuerpos destruían y hechizaban los cuerpos de los guerreros… Eran bestias similares con las que había soñado Moctezuma, el Dios viviente.
Nuestro maestro tomó a Ruminawe bajo su protección, y se convirtió en nuestro guía. Mientras nos íbamos acercando a los templos del Sur aprendimos los rudimentos de aquella musical lengua.
Al llegar a los templos del saber del mayab se arrodilló, y posó las palmas de sus manos sobre la tierra, luego las llevó a la boca y las besó.
Mientras nosotros saltábamos, reíamos y nos abrazamos de felicidad por la llegada a los templos de las tierras del mayab, estábamos extenuados de tan larga peregrinación. Sólo quedamos unos pocos, Itzcoatl con sus guerreros sobrevivientes habían decidido abandonarnos tiempo atrás.
Los sabios que nos recibieron se acercaron a Ruminawe, él les dio lo qhipuyes que llevaba consigo. En el interior del templo había muchos manojos de cuerdas anudados, de diversos colores y tamaños.
El al igual que nosotros estaba a la búsqueda del conocimiento que le ayudaría a responder las dudas de nuestros gobernantes sobre el futuro. Había sido uno de los novicios a servicio del Inca.
Durante muchas lunas, alrededor de las fogatas, nos relató sus viajes. Nos habló de la existencia de hombres que vivían ocultos entre la espesa selva, en las orillas de los mares y en las alturas de las cordilleras.
El relato de los kogis, que vivían dispersos entre nevadas sierras que tocaban el cielo con sus cumbres, rindiendo culto a una Diosa, nos abrió nuevos mundos con sus palabras, sólo en el umbral de mi existencia pude llegar a comprenderlos.
Los Kogi se decían los guardianes de la humanidad, sobre sus espaldas reposaba el peso del orden cósmico. La disciplina del Calmecac era poco rigurosa en comparación con el vivir de aquellos hombres.
La violencia estaba prohibida en cualquiera de sus formas. Rendían culto a la Diosa Gaulchováng, Ruminawe con recia voz dijo, dicen los kogis que la Diosa Madre creó del mar primigenio el Huevo Cósmico en cuyo interior se encuentra la tierra. Primero estaba el mar, todo estaba oscuro.
No había ni Sol, ni Luna, ni gente, ni animales, ni plantas. Sólo el mar estaba en todas partes. El mar era la Madre. Ella era el agua y agua por todas partes y ella era el río, laguna quebrada y mar, así ella estaba en todas partes. Así, primero sólo estaba la Madre. Se llamaba Gaulchováng.
La Madre no era gente, ni nada, ni cosa alguna. Ella era Alúna. Ella era espíritu de lo que iba venir y era pensamiento y era memoria. Así sólo la madre existió en Alúna, en el mundo más abajo, en la última profundidad sola…. Así fue todo eso.
Así fue como nació Sintaná y así la Madre se arrancó un pelo de abajo de su cuerpo y lo untó con la sangre de su mes. Así formó el primer hombre. Pero el primer hombre estaba sin huesos, el segundo sin cuerpo, el tercero sin fuerza. Pero el cuarto hombre era un hombre como son los de hoy.
Ese relato de Ruminawe me permitió comparar la forma como Quetzalcóatl creó al hombre y como lo creó la Diosa. Para Gaulchováng el dar la sangre con que crearía la primera humanidad, no exigía sacrificios, el fluido de la vida emanaba de su cuerpo, como en el de toda mujer con el ciclo de la luna.
Pero los dioses del Norte exigían sacrificios de ellos y de sus conquistados, para crear y fertilizar la tierra, la sangre no manaba de sus cuerpos naturalmente, sólo lo hacía al abrir el pecho de los sacrificados para ofrendar su corazón al Sol. Por eso existía la Guerra Florida, para capturar vivos a quienes sacrificarían.
Esto explicaba la huida de Quetzalcóatl, hijo de la Diosa que se negaba a los sacrificios humanos. Por eso algunas diosas cuyos rostros aún no habían sido cubiertos con siniestras máscaras eran tan amadas por el pueblo, pues estaban contra las guerras floridas.
La manera de vivir de los Kogi, nos llenó de admiración, veíamos cristalizados en ellos los ideales que tanto habíamos anhelado. No buscaban la perfección, para ellos el mundo era un campo de batalla entre fuerzas opuestas, el universo se dividía entre Mu y Se, la luz y la oscuridad, la mujer y el hombre, el fuego y el agua, el mal y el bien…La búsqueda del equilibrio entre esas fuerzas era su destino.
Aceptaban el bien y el mal, cada acto de su vida era guiado por ese anhelo. Los relatos de Ruminawe transformaron mi vida, hasta ese momento sólo había huido a lo que consideraba maligno, estaba equivocado.
No existe el bien ni el mal puro. ¿Acaso los restos del hombre y la mujer que crearían a la nueva humanidad, no se mezclaron con la huida de Quetzalcóatl del inframundo? Huir de la muerte y el mal era darle fuerza.
Al aprender náhuatl, Ruminawe nos habló de su vida. Muchas lunas había pasado, entre selvas y cordilleras, recogiendo las historias del origen y profecías del fin de la Era. Cuando aún era un niño lo consagraron al templo, en su adolescencia se hastío de las cordilleras y de las intrigas que rodeaban al Inca. Sus maestros al darse cuenta de ello le encomendaron una misión que ningún sacerdote del templo se había atrevido llevar a cabo. Recoger las profecías sobre el futuro, los augurios señalaban que algo grave estaba por ocurrir.
Los últimos augurios vistos por Ruminawe se realizaron en la fiesta de Inti, el Sol, que se inició cuando los sacerdotes del Inca ya lo habían iniciado. Antes del amanecer, en la plaza se encontraban los astrólogos, los augures junto a los nobles.
Esperaban que los primeros rayos de Inti acariciaran las cimas de la cordillera. Inmóviles y en silencio, esperaban. Cuando esto ocurrió se arrodillaron, extendieron sus manos suplicantes a Inti, besando sus primeros rayos.
En ese momento el Inca tomó entre sus manos copas llenas de chicha de maíz fermentada por las vírgenes del templo, cara a Inti ofreció la bebida a su padre.
Era la señal esperada para iniciar los sacrificios. Amarraron fuertemente a una llama negra, para que su rostro señalará al Oriente, cuando estuvo quieta, un certero golpe le arrancó la vida, luego arrancaron el corazón y los pulmones.
Al verlos, el rostro del adivino palideció y su cuerpo comenzó a temblar. El silencio fue interminable. Con gestos seguros ordenó que trajeran otras llamas negras. Repitió varias veces el sacrificio. Al terminar rompió su silencio.
-Inti está iracundo con sus hijos, el futuro es tormentosos, y no habrá manera de huir de él.
Salieron temerosos de la plaza. Nunca antes había ocurrido algo tan nefasto. Al ver esos sucesos Ruminawe convinieron sus maestros de su partida, pero este replicó:
-Lo único que anda mal por aquí pareciera que soy yo, y por lo visto ustedes encontraron la solución a su problema… Enviar a Ruminawe por ahí, a que haga preguntas indiscretas a los demás. Si es tan importante averiguar eso ¿Por qué a alguno de ustedes no se le ha ocurrido ir a peregrinar? No hace falta que respondan, de memoria sé lo que dirán: ¡El equilibrio del universo depende de los ritos que realizamos! y ¿Qué sería del Inca sin nosotros? Hasta la saciedad me lo han repetido. Sólo son mentiras y con ellas intentan justificar su pasividad. Sí, es cierto que los granos señalan nefastos augurios, recordando la muerte de la Era ¿Y qué? ¿Acaso nuestro destino no es la muerte?
-¡Basta Ruminawe!, interrumpió el Villca Humo, primo hermano del Inca.
-Hasta cuándo vamos a soportar tu soberbia y tu mordaz lengua. El signo de los granos al caer a la tierra está relacionado con la muerte, pero hay algo más, siempre están acompañados de una cruz.
-¿Y qué tiene de raro eso?
-Acaso la cruz no representa la totalidad, los rumbos del cosmos, la intersección de ellos, es el punto de comunicación entre los dioses y los hombres: el Cuzco, el ombligo de la tierra. También nos recuerda las cuatro Eras por las que ha peregrinado la humanidad en su historia.
-Tienes razón, Ruminawe, quizás eso para ti no sea nada curioso. Pero en otras tierras, al Norte, cruzando las cordilleras, las profecías de los Chilam relacionan el fin de la Era con una cruz sangrante, y antes de que eso ocurra debemos recopilar todas las historias de esta humanidad, si ella muere no quedará ninguna huella de nosotros en el futuro. Y mientras sobreviva nuestra memoria, aunque sólo sea en qhipuyes y recuerdos, existiremos. No olvides que todos en el templo hemos soñado continuamente con el origen de El Lago Titica. Recordarás que en ese lugar, en el principio, había una orgullosa ciudad, con numerosos canales para el cultivo del maíz, de la papa y las verduras, hasta que llegaron a ella unos harapientos viejos profetizando la destrucción de la ciudad, exclamaban:
-¡Llegará la destrucción de su ciudad por terremotos, inundaciones y fuego! Todos los ignoraron menos los ancianos, que al verlos pudieron palpar el amor a la verdad en sus iracundas miradas. Fueron los únicos sobrevivientes tras la destructiva lluvia que cayó sobre Titicaca. Algo similar está por pasar en el Cuzco, la vara de oro enterrada en el centro de nuestra ciudad será destruida con todos nosotros si no hacemos algo. En pocas ocasiones has cumplido con tu deber, en el templo, te niegas a adquirir la disciplina que haga arder la llama de tu espíritu. Creemos hacerte un bien al enviarte a conocer y oír la sabiduría de otras tierras. Así, salimos de una espina en nuestras gargantas, Ruminawe.
Últimamente lo ves todo con desprecio, prosiguió el Villca Hume, incluso nuestro consejos, pero no tienes otra opción, si no haces lo que te ordenamos te enviaremos al templo de los guerreros, para ver si al menos aprendes a defender al Inca.
Al terminar, el Villca Humu hizo un gesto con la boca y sonó las manos para que lo llevasen al templo de los guerreros.
-No creo en esas locuras, respondió Ruminawe, pero estoy dispuesto a seguir tus consejos.
-No son consejos, escucha bien, ¡Es una orden!
Haré lo que me piden con tal de no ir con los guerreros. Muchos relatos había oído Ruminawe sobre los excesos de la guerra: cerebros destruidos por macanas, miembros cercenados. Las dolorosas operaciones que le hacían a los guerreros para intentarlos salvar, con placas de oro que sustituían los huesos rotos de la cabeza. Todo aquello le provocaba repulsión, esto lo sabían muy bien sus maestros.
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