La Búsqueda: Lluvia de flechas
Un escalofrío traspasó el cuerpo de la madre de Yatnayo, ante la imposición del nombre de su hijo. El viejo había hablado, sus palabras eran el destino. Encerraban los poderes de los espíritus que movían las estrellas y la tierra…Abrazó con temor a su hijo, había recibido uno de sus nombres.
Al acercarse a él, sintió sus tímidos latidos unirse a los suyos. Todas las mujeres sintieron lo mismo, comprendieron que Yatnayo era un enviado del Corazón del Cielo para guiarlos a su destino. Retumbó un relámpago en las alturas dejando una radiante huella, era la señal del pacto entre ellos y su enviado. El Corazón del Cielo bajó en forma de guacamayo, posándose en el centro de la casa comunal.
Yatnayo, Yatnayo…, gritó la guacamaya. Al terminar abrió sus alas y remontó al cielo. Tras la misteriosa aparición del ave, y callar el hablador la chicha hizo que los cantores se olvidaran de sus cantos y preguntas.
Comenzaron a charlar animadamente sobre los problemas de la guarnición y de los continuos ataques de los hombres de la selva, mientras devoraban con avidez la llama que se encontraba sobre el fogón, olvidándose por completo del hablador. Los guerreros sentían mucha curiosidad por la misión del peregrino. Sospechaban que escondía algo.
Les parecía absurdo ir a la búsqueda del Karaí Ru-Ete, del Máma en estos tiempos, para preguntarles sobre el futuro, y más que fuera Ruminawe el escogido para esa peregrinación.
¿Acaso el Inca no era conocedor de todo lo que ocurría en la faz de la tierra? En el fondo sentían temor sólo de pensar en el Karaí Ru Ete. Sus seguidores eran muy aguerridos, más de una vez había tenido que huir de ellos.
Mientras hacían estos comentarios, comenzaron a llover flechas en la oscuridad. Parecían mortales estrellas fugaces. Los guerreros con desesperación buscaban las pieles para protegerse de las saetas. Del corazón de la noche surgió un grito que erizó el cuerpo de todos. Ruminawe no encontró mejor sitio para esconderse que el interior de un gigantesco tronco podrido.
¡¡ La selva no va ser dominada por el Uno!!
EL Uno es la muerte, es el mal.
Pronto llegará el fin del Inca…
Al acallarse las voces de la selva, sombras hirientes penetraron las defensas. Entre sus manos llevaban poderosos mazos de madera con filosas piedras incrustadas, hacían estallar el cuerpo de los guerreros del Inca. El jefe de los guerreros buscó el escondite de Ruminawe, lo sacó violentamente y le dijo:
Ves muchacho. Esas fieras que están acabando con mis hombres se dicen seguidores del Karaí Ru Ete. Vagabundeando entre la selva toda su vida. Dicen que van a la búsqueda de la Tierra sin Mal. Mira como matan. Mejor ve planeando lo que vas hacer al adentrarte en la selva, con lo primero que toparás será con esos bárbaros. Quédate escondido. Si sobrevivo te buscaré, no te atrevas a salir de tu agujero, si no vuelvo sabrás que pasó. No tenemos a donde huir.
Ruminawe pasó la noche empapado por la humedad de ese tronco, para colmo de males había comenzado a llover. Al amanecer no se atrevió a salir de su escondrijo. Sólo cuando el calor del sol se hizo sentir, se notaron los primeros signos de tregua. Lo rodeaba un silencio mortal. Entre los agujeros del viejo tronco podía ver la destrucción de la guarnición, todavía el fuego devoraba la madera de las chozas, los cuerpos desnudos, inertes, parecían piedras. Siempre odio la guerra, por eso había huido de la carrera militar, para su desgracia ahora estaba involucrado en ella.
Si había algunos sobrevivientes estos habrían escapado, y en esos momentos estarían muy lejos. Sólo la muerte lo rodeaba. Estaba embotado y desorientado. No sabía qué hacer. Si se devolvía lo sacrificarían por haber desobedecido un mandato del Villca Humu.
Decidió salir a la luz del día, poner a secar su túnica de alpaca. Los animales de rapiña empezaban a rondar alrededor de los cadáveres, si se quedaba cerca de ellos acabarían también con él. Esa era la ley de la selva nunca la había tenido tan cerca.
El pesimismo lo sepultaba cuando oyó el lamento de las guaruras venir de las montañas, el sonido alejó a las aves y otras alimañas que devoraban el cuerpo de los guerreros. Al oírla volvió a su escondite.
Los hombres del Inca entraron soberbios con sus pendones y escudos, retando al sol. Recogieron los cuerpos poniéndolos unos encima de otros. Para otro momento dejaron los rituales funerarios, en sus corazones ardía la sed de venganza.
Lanzaron alaridos retadores a la selva, y como respuesta sólo el silencio. La impotencia los dominaba. Verlos le causaba temor, no se atrevía a alejarse de su escondite. Vio tantos guerreros que se perdían de vista entre los caminos, y para sorpresa gritaban su nombre.
Grande fue su alivio al oír: Ruminawe, Ruminawe… Sin pensarlo les hizo señas mientras, con paso firme, se llenó de orgullo. Su presencia era majestuosa, las huellas del miedo había desaparecido de su rostro. Al verlo, los guerreros se sorprendieron: Así que tú eres el peregrino. No entiendo cuál puede ser el interés del Villca Humu en alguien tan insignificante.
Se sintió profundamente herido en su orgullo. No es a ti a quien le toca juzgar, respondió. ¿Para qué me buscan? La rabia lo corroía y provocó en él una llameante mirada, con la que ganó el respeto del jefe de la escuadra.
Tu antiguo maestro al saber lo ocurrido nos envió a buscarte, para que te dieran estos ídolos de oro y te dijera las palabras que me hizo memorizar:
No creas que te envié, a una misión que sólo traería tu muerte, estos objetos que te entregarán, me fueron dados cuando era un joven como tú por un hijo del Karaí Ru Ete. Él sería incapaz de matar a nadie, los salvajes usan su nombre para causar temor, ellos creen proteger su selva del Inca, con una barrera de muerte. Cuando encuentres a los Tupí-guaraníes muéstrales estos ídolos.
Tu corazón te dirá el momento de hacerlo. Recuerda, no te precipites. Los guerreros van a la búsqueda de plantas medicinales, hojas de coca, piedras cortantes y sal. Ellos te dejarán en el corazón de la selva. No creas que fue fácil convencerlos para que te guiaran.
Esto tranquilizó a Ruminawe, olvidándose del protocolo, comenzó hablar sobre lo ocurrido. Las sombras de la selva parecían remolinos destructores, dadores de muerte, se abrió una brecha con el reino de la muerte, sólo sobrevivió el jefe de la guarnición, que en ese momento apareció, iba entrando.
Al verlo, todos gritaron de alegría. Los dos jefes intercambiaron sus insignias de poder. Entre secretos y susurros comenzaron a planear la persecución de los rebeldes, èl sabía el sitio donde se encontraban. Los guerreros comprendieron lo que estaba ocurriendo. Por eso cuando su jefe se dirigió a ellos, estaban preparados para la marcha. Enardecidos pedían venganza por la muerte que los rodeaba.
Ruminawe se encontró solo nuevamente. Al atardecer, llegaron un grupo de adivinos y mujeres para preparar el cuerpo de los muertos. Traían telas y pociones para momificarlos.
Los guerreros habían hecho un túmulo de rocas para preservar los cadáveres de los carroñeros. Los adivinos danzaron alrededor de él cantando los orígenes, estaban transformando el túmulo en el vientre de Pachamama, la Madre Tierra. En el renacerán a otra vida, vivirían como sombras, husmeando y protegiendo a sus familiares.
Entrada la noche llegaron las mujeres de los guerreros muertos para realizar la última danza antes quienes habían sido sus hombres. Para lograr el perdón de las ofensas que en vida hicieron a los muertos, demostraron la profundidad de su dolor y sacrificaron el don más preciado de una mujer, el signo de su belleza y estatus: su preciada cabellera. Los adivinos las arrancaban violentamente mientras danzaban, lanzándose como un despojo sobre los cuerpos momificados de sus esposos.
Desde ese momento, el espíritu de los muertos comienzan una nueva existencia y protegerían de las malas influencias a sus familiares más queridos. Esa segunda vida perduraría sólo hasta que sus restos desaparecieron en la nada, transformándose en polvo. De ahí el cuidado con que momificaban el cascarón que habían abandonado.
Así como las cabelleras arrancadas a las mujeres crecerían, sus antiguos hombres nacerían a una doble existencia y sólo serían capaces de verlos sabios y chamanes que tuvieran la doble mirada. En la danza de despedida cubrían los cuerpos con cenizas. Las lágrimas de dolor al llegar el alba se convertían en alegría, cuando las últimas piedras cerrarán las tumbas.
La felicidad se debía a la nueva vida y al poder que obtendrían de ese espíritu si cumplían con los rituales. Las armas que los muertos habían utilizado con tanto valor, serían dadas a los guerreros más jóvenes. Los cadáveres de las sombras de la selva fueron incinerados su destino sería transformarse en polvo y olvido…
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