La Búsqueda: La partida del peregrino
En un telar de cintura tejió una cobija con rayas rojas y negras, era el signo distintivo del clan búho, al cual comenzaba a pertenecer. Para unirse con Saxa debía pertenecer a ese tronco familiar, ella pertenecía a la familia serpiente.
Solamente estaba permitida la unión entre integrantes de familias con almas animales opuestas. El movimiento de sus brazos al introducir la lanzadera entre la urdimbre le hacía recordar sus vidas anteriores.
El vivir se le mostraba como un eterno peregrinar en diversos tiempos y espacios a la búsqueda de una hebra, de un camino a la verdad, que se escondía tras la neblina de sus deseos.
Empezaba a admirar la forma de vivir de los Kogi, le costaba pensar en abandonarlos para continuar su peregrinación a las tierras del quetzal. A medida que maduraba su visión comprendía las debilidades del dominio del Inca, con cualquier amenaza externa caería, pues estaba unido por la fuerza, por el frágil abrazo de la guerra y la cruel guerra.
La transparencia del cielo y el silencio que dominaba entre cordilleras sólo era interrumpido por las caídas de agua. Por momentos se sentía en el centro del mundo, igual que cuando estaba viviendo con los hombres de la selva a la búsqueda de la Tierra sin Mal.
Desde esas alturas era posible oír el transpirar de la tierra. Las únicas rivalidades que existían entre los Kogi se debían a que las mujeres no veían con buenos ojos que los hombres pasarán noches enteras a la búsqueda del saber y se olvidaran de ellas.
En venganza, el saber que la Diosa transmitió a las mujeres solamente lo legaban a pocos hombres. Así se establecía el equilibrio entre el poder masculino y el femenino.
Antes de recibir Ruminawe el poporo en la casa ceremonial deseaba ir al encuentro de la sabiduría de la gruta, donde se escondía el bastón de los ancestros. Cuando llegó el momento de conocer el poder del jaguar se retiró con Sintaná, al campo sagrado, entró por la pétrea boca del jaguar.
El terror lo invadió, los dientes del jaguar cual gigantes estalactitas resplandecían. Dudo al entrar, pero no tenía otra opción. La voz del Máma Sintana le decía:
-Tendrás que reconocer en ti las semillas del bien y del mal o te posesionarán y nunca llegarás a la perfección. Deberás integrar en tu alma la destrucción y la creación, a Mu y Se. No podrás huir cuando veas sus rostros cara a cara. Si eres capaz de soportarlo, despertarás del sueño que has vivido.
A pesar de sus temores y dudas, Ruminawe estaba ahí, en las fauces del jaguar, sentía bajo los desnudos pies su calor y vitalidad. El aliento emanaba muerte. Pocos hombres habían logrado pasar esa prueba en la gruta del jaguar, Sintaná era uno de ellos.
Pensaba en las palabras de Sintaná, mientras el suelo sobre el que caminaba se movía, como si tuviera vida. La superficie era fría y áspera. Se imaginó adentrándose en una gigantesca boa. El pánico lo hizo retroceder.
Debió reconstruir su fragmentada voluntad, al hacerlo caminó hacia las tinieblas. Por más que caminaba siempre se encontraba en el mismo sitio. Los ojos de la boa se acercaban a él, eran como dos letales vacíos en la oscuridad.
La ira lo posesionó y corrió hasta que su corazón estuvo a punto de estallar por el esfuerzo. Cansado, cayó en un húmedo y resbaloso círculo. Estaba en el centro de la gran boa, una mezcla de terror y miedo lo dominaban, de su ombligo surgió un ser monstruoso. Era el lado oscuro de su alma, en su mirada se percibía un total desprecio por la vida.
Estaba ante el rostro de su maldad, para escapar a ella debía dominarla. Esa imagen repulsiva es el mal que anida en las profundidades de tu alma, se repetía una y otra vez. Desaparecerá cuando puedas gobernar tu ira. Sé capaz de amordazar tu violencia.
A pesar de estar concentrado en su cuerpo y alma, seguía creciendo, cada vez más, las sombras amenazantes. Un desgarrador dolor surgió de su interior, su doble se había liberado y se abalanzó sobre su cuerpo, lo golpeaba sin piedad.
La sangre manaba de sus heridas a medida que aumentaba la violencia de los ataques. Ruminawe comprendió que su doble deseaba hacerle sentir un profundo odio, que expulsará a Mu de su alma. Dejó de oponer resistencia, y comenzó a sentir piedad por su otro yo.
El ataque empezó a debilitarse. Ahora intentaba huir, para poder existir como pura maldad. Ruminawe lo perseguía. Al alcanzarlo entre los laberintos de la boa, se abalanzó sobre él, gritándole fuertemente: ¡Eres parte de mí! ¡Te acepto! ¡Pero no me dominarás! ¡Usaré tu odio, tu violencia para seguir la ley de los ancestros!…, y no para negarla.
Logró integrar en sí, su lado oscuro y su lado brillante, a Mu y Se. Sólo después de esa lucha podía intentar acercarse al bastón de los ancestros, que resplandecía en la lejanía. Una barrera rocosa impedía acercarse. Al intentar tocarla la pétrea superficie, está comenzó a mutarse en seres fantasmagóricos que reptaban por el suelo de la gruta.
Mientras intentaba meditar para equilibrar su Ser, repentinamente apareció frente a él un enorme jaguar, con huellas de sangre en sus colmillos, las extremidades eran garras de cóndor. Estaba ante el rostro del Poder. A su lado se encontraba un hombre con rasgos felinos en la cara, la parte inferior de su cuerpo era una gigantesca cola de boa. Rompió el silencio de la gruta, diciendo:
-¡El miedo es mi poder, son mis instrumentos de dominio!
Al terminar de pronunciar estas palabras, una telaraña cayó sobre él, se encontraba atrapado en el vacío entre sus pegajosos hilos. La gigantesca tejedora se acercaba lentamente arrastrándose entre la mortal urdimbre nacida de su interioridad. Cuando la araña iba a clavar sus mandíbulas sobre él, frías llamas comenzaron a devorar su asqueroso cuerpo, cayendo junto al peregrino. Un lejano eco le decía:
-Si dejas que el Poder, el Uno te domine quedarás atrapado entre sus redes, te despoja de toda libertad y equilibrio. Puede ser que ese anhelo te de vigor y fuerza, pero cuando te domine realizará a Se, toda la bondad y amor te abandonara. Sólo si comprendes estas verdades podrás bailar con libertad entre la tela de araña, que sustenta a la Tierra Media.
La voz parecía emanar del bastón de los ancestros, el cual resplandecía como una estrella. Las oleadas de luz lo cegaron. Cuando recobró la vista estaba ante él, pudo acercarse y tomar la vara de los primeros màmas. Al sentir su tacto Ruminawe, con su mirada interior los fundamentos de la creación, el origen del Huevo Cósmico, desde ese entonces pudo ver la esencia de las cosas.
Al retornar al poblado apretaba entre sus manos el bastón de los ancestros, todos lo veían con respeto. Hebras blancas habían nacido de la cabellera de Ruminawe. Pudo entrar a la casa ceremonial y recibir el popóro de cuarzo de manos de los ancianos, abandonando su antigua jícara. Los otros profetas le decían:
-Empezarás a ser uno de nosotros, estás en el útero de la Diosa Gaulchováng, donde renacerás. Estaba rodeado de jóvenes sedientos de saber. Danzaban mientras recitaban las semillas de la realidad. Sus rostros estaban cubiertos de máscaras rituales. Eran los seres primigenios que revivían en sus movimientos y cantos, estaban en otro tiempo-espacio. El suelo de la casa ceremonial estaba dividido en nueve círculos, de diferentes colores, eran las nueve tierras creadas por la Diosa. Sobre cada círculo se recitaba y dramatizaba las historias de esa tierra. Cuándo Ruminawe llegó al círculo de la Tierra Media, hecho de pequeños cristales de roca, alzó el bastón de los ancestros.
Este es el bastón del campo sagrado, la espina de Gaulchovang. Y Volverá al sitio donde estuvo. Al terminar de hablar, Ruminawe lo clavó fuertemente en el centro de la Tierra Media. Todos en la casa ceremonial se conmovieron por ese gesto, el bastón le pertenecía por su valentía y voluntad, era símbolo de la Diosa, desprenderse de él era algo impensable entre los Kogi.
-Aquel que regala el mayor don de su vida, dijo Sintaná, recibirá la bendición de la madre. Sabemos por qué estás entre nosotros, conoces el saber de un Máma y ayudarás a mantener el equilibrio de la Tierra Media. Conocerás el futuro, por haber conocido las máscaras que se ocultan en tu alma. El futuro está hecho de hebras del presente, lo creamos con nuestras acciones y deseos. El cristaliza en las palabras recogidas por generaciones, en la casa de las máscaras, donde se combate por el conocimiento. Las visiones que tuvimos en el pasado comienzan a materializarse. El destino no lo determina la Diosa, lo hacemos nosotros con las semillas de la realidad, con palabras y acciones de amor y odio, creación y destrucción.
A veces es difícil distinguir los caminos que llevan al equilibrio. Pues las fuerzas de Se, el mal, se robustecen cuando no podemos distinguir con claridad los caminos de Mu, el bien. Como lo profetizaron nuestros ancestros: el jaguar podría iniciar su carrera destructora en estos tiempos, pero Ruminawe, la muerte no existe, todos renaceremos nuevamente, volveremos a nacer fuertes como una gigantesca mata de auyama.
Al salir de la casa ceremonial, Ruminawe había dejado el popóro, había decidido irse de la tierra de los Kogi. Era tiempo de retornar a su solitaria peregrinación. Se dirigió a las selvas de los quetzales donde conoció a Coaxonehuatl, Despojo de Serpiente. Larga sería la peregrinación, pero había fortalecido cuerpo y alma.
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