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La Búsqueda: El karai y la tierra sin mal

Era tal su flacura que los huesos sobresalían, en su piel mostraba el desgaste y cansancio de un cuerpo por el tiempo.
domingo, 06 marzo 2022
Cortesía | Llegó el nacido de los dioses

Ruminawe había aprendido a vivir en la selva sin peligro, no ignoró a sus espíritus protectores. Por el contrario escuchó su saber, pero ahora estaba a punto de enfrentarse a hombres de carne y hueso.

Se sentía perdido en la selva, su guía era su intuición se adentraba en caminos desconocidos, pero sabía ella lo guiaría al poblado Tupí-Guaraní que buscaba. Pasaron días, sin ver poblado alguno, la paz que sentía se transformó en angustia al dejar de oír el el trinar de las aves de la selva. Se detuvo para observar con cuidado la causa de aquella silenciosa amenaza, pero fue en vano.

Siguió caminando sigilosamente, evitaba pisar ramas y hojas secas. Por más que se alejaba, el silencio parecía perseguirlo, no había manera de evitarlo. Era seguido por una inquietante quietud, varias veces dejó de caminar, y veía con detenimiento su entorno.

Las ausencias que lo perseguían repentinamente se hicieron presentes y se hicieron visibles en cuerpos casi desnudos que cubrían sus cuerpos con dibujos y tatuajes de lunas, serpientes, rombos negros, alineándose alrededor de él en un túnel corpóreo. Se acercaron sigilosamente y se retiraron cuando Ruminawe intento acercarles.

El silencio se rompió por el ruido de una jícara tapada que colgaba del hombro de un chamán que golpeaba con una de sus manos rítmicamente, que se iba acercando, al verlo frente a frente tenía una presencia intimidante.

Era tal su flacura que los huesos sobresalían, en su piel mostraba el desgaste y cansancio de un cuerpo por el tiempo. A pesar de su frágil apariencia se movía con seguridad y firmeza, parecía palpitar en él una energía oculta, y si algo destacaba de su cuerpo era la ausencia de ombligo. El aire que lo rodeaba resplandecía. Lo acompañaba un fiero jaguar y un deslumbrante haz de luz sol caía sobre el misterioso personaje. Apretaba entre una de sus manos un bastón con forma de palma.

Con un gesto rápido y vital, llevó el bastón al pecho de Ruminawe retirando una cobija de algodón que lo cubría, y se mostró el resplandeciente medallón de oro que le habían dado en el templo. Como siempre, Ruminawe siguió los consejos de sus maestros a medias, en la selva se sentía protegido por el medallón, por ello decidió esconderlo sobre una tira de algodón alrededor de su cuello en lugar de quitárselo como le habían aconsejado, pues solo lo hacía intocable en el imperio del Inca.

Con un fuerte jalón del bastón del viejo, se rompió la cadena. Agachándose la tomó del suelo. Ruminawe sacó de su bolso el paquete que le había dado el Villac Humu para el Karai Ru Ete, y pensó que ese ser no podía ser otro que él, y se lo dio para que lo tomara. Al hacerlo pudo ver un rostro herido por las huellas del éxtasis. Al ver el contenido, sonrió y lanzó el paquete al suelo. Los hombres selváticos se abalanzaron para verlo. Cuando el viejo de la colorida túnica alzó el bastón de mando, los hombres pintarrajeados se adentraron en la selva, y Ruminawe se quedó solo con ese espíritu encarnado.

-Vienes del templo del Sol, del dominio del que dice ser hijo de Inti, él oculta su rostro con máscaras y condena con la muerte a quien vea su mirada. Ha hecho creer al pueblo que es un Dios-Viviente. Y el único poder que posee es su ambición, con ella ha creado al Uno, ese cruel Estado Imperial, él es el corazón de su poder, creación monstruosa que sólo busca crecer a expensas de la opresión de otros. En la selva el Uno, nunca dominará. Guarda esos ídolos y qhipuyes, quizás algún día encuentres al Karái Ru Ete, yo solo soy chamán que conoce algunos Karaí y es a él principal a quien se los debas entregar.

Tú maestro antes de ser Villca Humu vivió entre nosotros, dijo que nos enviaría a un sacerdote conocedor de los rituales del Inca.

Apreciamos el saber, el enciende las llamas de nuestros corazones,

Nande Ru, el creador, todo lo oye y lo sabe,

con su saber y su palabras creó la primera luz,

cuando solamente existía entre la oscuridad primigenia.

La primera roca del universo fue la llama de su corazón.

Era reflejo de su sabiduría,

sus palabras eran las saetas del Sol creador.

De esos primeros tiempos nació el colibrí,

la lechuza amante de las tinieblas,

las cinco palmeras sustentadoras de la tierra,

con su vara creó.

Pero antes creó el amor y sólo luego nació la tierra.

Si aprecias las llamas del saber, algún día el Karaí Ru Eté te las develará, y Jakaira Ru Eté hará que nazcan en ti palabras inspiradas, como las que concibió Nande Ru en su soledad. Tendrás el saber que deseas, pero si buscas poder y conocimiento para dominar, morirás entre nosotros.

Ruminawe no sabía con certeza ante quién estaba, pero sospechaba que estaba ante uno de los cuatro Karaí. y que lo y lo estaba poniendo a prueba al sopesar sus palabras Solo alguien que renazca en la verdad podía hablar así. Sintió quietud en el corazón al encontrarse en la espesura de la selva, con un amante de la verdad.

Karai Ru Ete es uno de los padres primigenios de los Tupí-Guarani. Nande Ru los creó del esplendor de su sabiduría. El encuentro de Ruminawe había sido con uno de los Karaí, que no gustan mostrar su verdadero ser ni sus profecías a alguien que no fuera un hijo de la selva, que vivían dispersos, las aldeas se encontraban separadas por grandes distancias, su principal diversión era luchar entre sí. Pero más que guerras reales estos encuentros eran pruebas de fuerza.

Los guerreros se golpeaban con macanas hasta agotar su ardor, y al terminar se iban juntos a celebrar unos la victoria y otros la derrota. Perder un duelo no era razón suficiente para avergonzarse, al finalizar se les compensaba incluso a los derrotados con regalos. Así, evitaban el nacimiento del odio y el resentimiento y la impiedad en sus corazones, la causa real de la guerra.

Cuando llegó Ruminawe a la aldea le sorprendió su extensión, había miles de chozas juntas. Nunca se hubiera imaginado encontrarse con una población tan numerosa en la espesura de la selva. Al entrar el profeta todos salieron a recibirlo, hubo muestras de alegría entre los Tupí-Guaraní. Los caminos estaban cubiertos de palmeras sobre las que caminaba lentamente con su enflaquecido cuerpo. Él era el protector de las llamas y las almas:

Llegó el nacido de los dioses,

él que no posee ni madre ni padre conocido,

el sin ombligo.

Había llegado Ruminawe a la primera etapa de su peregrinación. Siguió al profeta hasta el centro del poblado, quien se sentó en un asiento con forma de tortuga, sostenía entre sus manos la vara de mando. Durante toda la tarde escuchó impasible las quejas de los aldeanos. La presencia de Ruminawe provocaba desconfianza, pero no se atrevían a tocarlo, estaba protegido por el sin ombligo. Al atardecer, se acercó a su asiento el líder de los guerreros y le dijo:

-Tenemos suficientes hombres para la guerra, podríamos unirnos a nuestros vecinos para impedir que el ejército del Inca nos domine, danos tu protección Karaí.

Tus palabras esconden como una sombra tu verdadero rostro, sólo buscas Poder, respondió el Karaí. ¿Para qué deseas un ejército poderoso? ¿Para luchar contra hermanos?.., Eso está mal. No ves que el hambre corroe a tus hermanos. ¿Por qué no usas los guerreros para sembrar más mandioca? Deja que la selva luche contra el Inca. ¡Guerrero, detrás de tu rostro se esconde las sombras y no la luz de tus palabras! ¡Sólo quieres guerrear para dominarnos con tu Poder! Tienes sueños de Inca.

-Quieres al Uno, por eso deseas la guerra y crees que es la única solución, y no ves forma de vivir en armonía entre tanta gente. Hemos crecido mucho.

Otro guerrero le respondió: el Karaí Ru Eté ha sido benigno con nosotros, sabes creo que en lugar de pensar en hacer la guerra al Inca, llegó el momento de emigrar y fundar otro poblado, lejos de éste, así evitarás los sueños de Poder. Pronto llegará el momento de partir a la búsqueda de la Tierra sin Mal, antes tendremos que llegar al ombligo de la tierra, sólo de esa manera encontraremos el paraíso donde vive Nande Ru, nuestro creador, y derrotaremos al Uno, el Poder, nuestro gran enemigo.

Nande Ru primero creó las palabras, y el amor habitaba en ellas, le dijo el profeta a Ruminawe. Y estas estaban llenas de verdad, por ello fueron su primer alimento en la soledad. Antes de la tierra existió el amor al prójimo. El unió el saber, el amor y la verdad, fueron sus únicos compañeros. La oscuridad primigenia comenzó a retirarse por el esplendor de su sabiduría. Cuando Nan Ru callaba, la lechuza destruía lo hecho sembrando la impiedad y la mentira.

En esas palabras que acabas de oír, Ruminawe del líder de los guerreros solo hay muerte, oscuridad; la mentira y la impiedad son enemigos de la sabiduría y de las creadoras palabras que engendraron al colibrí celeste.

Nunca siembres en ti la impiedad, si lo haces nunca llegarán a ti los cantos que te revelarán el rostro del Karaí Ru Eté, la llama de su ser se apagaría para ti. Tienes que ver más allá de las palabras, cuando esconden la mentira son sombras del Poder de la lechuza, y del Uno. Sólo podemos guiarte y prepararte para que lleguen a ti los cantos del karaí Ru Eté y Jakaira, que nos dan fuerza a través de la neblina creadora de preciosos cantos.

Esa neblina es el aliento de Nande Ru. Así nacerán los cantos que te abrirán la puerta a la sabiduría de Karaí Ru Eté. Recuerda esto, nunca lo olvides, si tú nos hablas con la llama del corazón, no te hablara el aliento de Nande Ru. El Karaí Ru Ete es quien vive más cerca de nuestros ancestros, está oculto en la selva, cuando él lo desee llegará a ti.

Ruminawe comenzó a vivir con los hombres de la selva. Entre ellos había poderosos chamanes, que curaban las enfermedades, inmovilizaban a los guerreros con sus palabras, cambiaban el curso de los ríos y atraían la caza con el poder de sus cantos y el humo del tabaco. Eran temidos y respetados, chupaban y soplaban los espíritus malignos que enfermaban el alma para raptarla. Vivió con un chamán, que decía dominar las aguas.

Era hijo de Tupá Ru Eté. Controlaba las lluvias y moderaba la ira de los hombres cuando sus palabras nefastas los dominaban. Se convirtió en un buen soplador, el aprendizaje fue largo. Debió aislarse durante muchas lunas en la soledad de la selva, sólo podía comer lo que llevaba su maestro.

Llegó al agotamiento. En las noches regresaban los antiguos a susurrarle cantos que debía memorizar, de día repetía las palabras de poder hasta que liberara a los espíritus del ombligo de la tierra, en el centro de las palmeras eternas. Sólo se atrevía a recitar los cantos de poder por las noches Jakaira Ru Eté le enseñó los cantos de mayor poder, que fueron madurando en su corazón, eran su único sustento, el saber de los creadores estaba con él.

Por las mañanas volvía Tupa, su maestro a interrogarlo sobre los sueños y cantos que le habían susurrado los ancestros tras oírlo, con sus rostros al cenit, oraban al creador, proveedor del saber

Tupa, el chaman de la aldea entre cantos le develó a Ruminawe secretos ancestrales, la esencia de los árboles, arbustos y de todo lo viviente en la selva. Así llegó a conocer la historia de la víbora, de la pequeña cigarra colorada, del verde saltamontes y del armadillo. Fueron las primeras criaturas creadas por Nandu. La cigarra con su canto atrae el agua, por ello se convirtió en señora de las aguas. El saltamontes creó las praderas con su salto por la tierra, con sus largas patas engendró el mate y otros arbustos. El armadillo excavó la tierra y dio origen a las grutas donde se esconden las máscaras sagradas. El diluvio destruyó la primera tierra, sólo los hombres dignos lograron entrar a la tierra de Nandu, los coléricos se transformaron en animales que aún habitan la tierra.

Ruminawe se deleitó al escuchar las leyendas del arco de la luna. Con él los gemelos lograron flechar la bóveda celeste para ascender al hogar del Primer Padre. Pudieron adentrarse así en el paraíso, donde sus arcos y flechas podían romper las barreras entre el mundo de los hombres y el de los dioses. Durante generaciones los cazadores lo habían buscado para repetir la hazaña de los gemelos.

Se decía que un Pa’í lo había encontrado. Rezó, ayunó y danzó hasta obtener la fuerza interior para poder tensar el arco de la luna. Al hacerlo, dirigió la saeta al corazón del cielo, logró hacer un gigantesco agujero por el que ascendió. Tupa decía que nunca más el arco sería encontrado. La única manera de retornar al reino de Nandu era a través del amor a las palabras al seguir en peregrinación a los Karaí en su búsqueda de la Tierra sin Mal, lejos del Uno.

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