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Hacedor de santos: Las apariciones de la virgen

La soledad es necesaria para poder oírnos, y tú serás un amante de ella, la última vez que leía las estrellas y el oráculo para saber algo de tu futuro, te vi en un solitario páramo.
domingo, 28 febrero 2021
Cortesía | Quizás lo sean solo por ser serpientes voladoras y por ser una de ellas quien tentó a Adán y Eva

Nunca creí en milagros hasta que vi días antes de morir al padre Miguel Avellaneda, enceguecernos con el resplandor de su rostro cuando la hostia sagrada tocaba sus labios, y durante nueve días se repitió el milagro.

Mucho costó ocultar esos sucesos a los aldeanos, pero con el tiempo los novicios empezaron a regar entre ellos aquel extraño suceso, y el campo santo empezó a llenarse de botellas de agua para ser bendecidas por la divina presencia de Fray Miguel, venían decenas de enfermos de los alrededores a orar a su tumba.

Decidimos enviar los restos a su pueblo, pues la paz comenzaba abandonar el campo santo del Colegio de Palmira. Y aún siguen viniendo los campesinos y parameros, cada vez que una cosecha está a punto de malograse por el frío o las plagas, traían toneles de agua para ser bendecidas por la tierra en que, para ellos, yacía Fray Pablo.

La soledad es necesaria para poder oírnos, y tú serás un amante de ella, la última vez que leía las estrellas y el oráculo para saber algo de tu futuro, te vi en un solitario páramo, dentro de una pequeña casa de barro y techo de tejas al lado de un neblinoso lago: esculpías santos.

El padre Bernardo anhelaba vivir su vejez en la mayor soledad posible y alejar de sí los deseos que agitaron su alma en otros tiempos. Solo vivía para hacer, sin preguntarse los por qué, ni los para qué, de esa manera creía que encontraría el sentido a su vida. Cada acto de su existencia lo había convertido en una devoción, los sueños de gloria y poder comenzaban a abandonarlo. Cuando lo herían los achaques de la vejez bendecía a Eva por habernos regalado la muerte:

– Para qué tanto vivir, decía, la vida a veces es enojosamente larga, como para soportarla. Santísima, libérame del sufrimiento. Cada vez se adentraba más en una de las cuatro nobles verdades descubierta por Buda:

– La vida es dolor y el deseo nos ata al dolor. Poseía varias esculturas de Gautama labradas de madera de sándalo, las había traído de la India. Las adquirió cuando vivió enfebrecido por la búsqueda de las sendas que lo guiaran a identificar la Yerba Dragón, con la que se destilaba el elixir que por tanto tiempo buscaron los alquimistas para curar cualquier mal y lograr la inmortalidad. Por mucho tiempo ignoró la sabiduría de la otra orilla del santón hindú, pero a medida que se adentraba en la vejez, empezaba a simpatizarle eso de encontrar la vía para liberarse del dolor, con frecuencia repetía:

– Vivir sin deseos es como sembrar en un huerto, sin estar a la esperar de los frutos, cada quien cosecha lo que siembra, si siembras desapego recogerás liberación, si siembras vanos deseos cosecharás ignorancia y dolor. El eterno presente se había convertido en su único móvil.

Entre aquella conversación entró Juan Crisóstomo al taller, con chistes y risas, no se atrevía a decir sus verdades de otra manera:

– Vivo de hacer santos y milagros, ¿cuándo se acabará esto?, ¿cuándo me darás María una señal para acabar con esta vida y poder dedicarme a emborracharme sin ningún remordimiento?

– Por qué en lugar de quejarte no empiezas a hacer milagros, nunca he visto uno y quiero volver ver a mis padres. El último recuerdo que tengo de mi madre es cuando muy mico agarraba sus enaguas, asustado ante la presencia de Wecelao Moreno, con su algodonosa barba, con sus palabras encendidas, aterrorizaba a todos. Sentía el temblor de mamá en sus manos, cuando empezaba con sus profecías…

Así, en lugar de estar perdiendo el tiempo lamentándote de tu vida, porque no murmuras una oración, o haces un milagro que me haga volver a ver a Macario Rojas, que anda perdido entre pueblos y a Fidelina del Carmen Ovalles, que murió en la Quebrada de San José.

– Y tú quién crees que soy, para hacer aparecer aquí y ahora a tus padres -respondió Juan Crisóstomo-.

-Bueno, ¿no eres un hacedor de milagros?, ¿qué te cuesta hacer alguno aquí y ahora? Si quieres cobres, tengo algunos guardados en un cofre enterrado en el huerto, de vez en cuando papá me los hace llegar.

-Eduardo, cómo se ve que no sabes nada del mundo, vives encerrado en este convento, rodeado de venerables agustinos y sahumerios; ¿te estás burlando de mí? No creo milagros, ojalá tuviera ese poder, hago exvotos, pequeñas figuras que dan los devotos a los santos como ofrenda por un favor recibido. El pueblo les dice milagros, porque son la huella que recuerda un don divino concedido. Nunca has visto a un José Gregorio o al Niño de la Cuchilla, cubierto de pequeñas piernas, corazones, manos, ojos, hígados, estómagos, vacas, burros, casas y niños de metal o cera; son el recuerdo de la presencia de lo divino. Dicen que los ángeles, santos y la virgen están para protegernos de los males, hacer o vender milagros es solo un decir. Al terminar de hablar, Juan Crisóstomo sacó de sus bolsillos varias esculturas pequeñas:

-Mira, con esto que ves haremos los moldes de los milagros, en unos días verás cómo creamos cientos de ellas, pero no pidas que devuelva a la vida a tu madre, como Jesús lo hizo con San Lázaro.

Molesto le respondí:

– No me interesa hacer falsos milagros. Haz gloria a tu profesión y como San Jorge y San Miguel, que eran matadores de dragones malignos, clavaron punzantes lanzas y filosas espadas sobre sus gruesas escamas, en oscuras cuevas, donde se escondía el innombrable. Al derrotar a esos reptiles voladores les abrían el vientre para bañarse en su sangre, para hacerse inmune a su fuego devorador y así ninguna arma punzante podía atravesarlos. En el Apocalipsis leí que esos demonios están escondidos, encadenados a la espera del fin de milenio en que comenzarán a liberarse por los pecados de los hijos de Adán y Eva. De ser eso cierto pronto comenzarán a despertarse de su profundo sueño para volver a sus andadas, pero San Jorge y San Miguel con su sangrienta y santa rabia destruyeron a casi todos los dragones, quizás aún exista alguno dentro de una profunda cueva, oculto por la fría y húmeda niebla.

– Tengo dudas sobre esas historias de monstruos voladores malignos-, respondió Juan Crisóstomo-. Sí llegaron a existir, porque en viejos almanaques hay estampas de celebraciones en China, donde danzantes disfrazados de dragones de tela son rodeados de regocijo y alegría. Si los dragones son seres tan perversos y tramposos por qué son tan celebrados cuando se acercan las lluvias en Oriente.

-Eso de santos matadores de dragones maléficos no lo tomes tan en serio, pues, aunque vivo de sus oraciones y estampas, a veces dudo de sus victorias sobre malignos reptiles voladores que se esconden en las oscuras cuevas. Me pregunto: ¿Por qué los dragones serán símbolos del mal?

– Quizás lo sean solo por ser serpientes voladoras y por ser una de ellas quien tentó a Adán y Eva, por eso todo bicho que se arrastre es maligno y más uno que vuele. Fray Bernardo escuchaba nuestra conversa, mientras mezclaba savias de árboles con yerbas y las destilaba. Tomó una pausa en su hacer diario y replicó:

– No pierdas el tiempo en habladurías, traficante de santos. Pareciera que deseas convertir a Eduardo en un adorador de dragones, esos tiempos gracias al Señor pasaron. Sabes muy bien que los demonios no siempre tienen rostro de dragones, ni de terribles serpientes aladas, pueden tener también bellas y misteriosas formas.

San Jorge fue un caballero de las cruzadas y luchó contra los hombres de la media luna, nacidos en las arenas del desierto. El Oriente es un mundo extraño, lleno de misterios por eso al acercarnos a él, nos sentimos amenazados porque todas nuestras creencias se tambalean, y qué mejor manera de representar ese temor que un horrible dragón. El origen de la historia del combate del dragón pareciera que se pierde en Oriente, en el combate del poderoso Marduk contra la temible Tiamat.

Al terminar de decir estas palabras el padre Bernardo intentó adentrarse al huerto para ir a su torreón, con unos viejos manuscritos entre sus manos, pero Juan Crisóstomo lo detuvo para pedirle algunos libros de santos y hacer las ilustraciones que calcaría, con el fin de marcar y tallar en la madera las matrices que entintaría y crear estampas y oraciones.

Sin dirigirle la palabra se devolvió y fue directo a los polvorientos anaqueles de la biblioteca, el padre tomó las “Leyendas Doradas” y las puso sobre la mesa, luego se sentó sobre un sillón, diciéndole a Juan:

-Al menos, antes de hacer las imágenes lee algunas de sus historias, encontré algunos relatos de tu santo y protector, San Juan Crisóstomo, conocido como Juan Boca de Oro. Lo poco que sabes de él, es por lo que me has podido sacar, conocer su vida podría darte algunas luces sobre tu vida. Con el tiempo, quizás te permita ver mis anotaciones sobre santos, vírgenes y milagros de los feligreses, para que tengas un poco más de fe, con frecuencia vienen con historias de apariciones. Últimamente andan comentando que la Santísima Virgen se ha aparecido en las catedrales, dicen que viene a salvar nuestras almas. Encontraron su imagen labrada en una concha a la orilla de una playa, la espuma de las olas que acariciaba las rocas y la arena se enrojecieron de sangre, y un rayo de luz señaló el sitio donde se encontraba el escapulario de su fe. Otros dicen haberla visto caminando por las calles de San Cristóbal, vestida de verde, con una orbe entre sus manos dirigiéndose a la Iglesia, al entrar a ella se arrodilla ante el altar mayor a llorar, desconsoladamente ante la crucifixión y entre lágrimas desaparece.

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