Opinión

Cuenta la leyenda: ¡Epa… Isidoro! Tremenda vaina que me echaste

Isidoro tenía su parada entre las esquinas de Las Monjas y San Francisco, a veces en frente del Capitolio Nacional o la Plaza de Altagracia.
sábado, 07 junio 2025

Aquel hombre que llego por vía marítima al puerto de La Guaira, el 31 de diciembre del año 1937, venía de la Republica Dominicana, con un grupo de amigos (músicos todos) como polizontes en las bodegas del barco llamado Sordwagen.

Esa misma noche le correspondió cumplir con su primer contrato con los hermanos Sabal en el Roof Garden; se trata de Luis María Frometa Pereira, más conocido como Billo.

A través de los años y después de haberse enamorado de la ciudad capital, según sus palabras, su novia, luego, su acompañante “la musa” le decía escríbele a todos los lugares y costumbres de esta Venezuela que té acogió como un hijo más.

Bien Billo así lo hizo, pero no solamente a los lugares, si no también a los personajes, y de estos personajes existió uno de ellos que lo trasladaba en aquellos años a donde el le indicara.

Aquel señor nacido en la parroquia La Candelaria, hijo de canarios españoles, se llamó Isidoro Cabrera (el último cochero de Caracas) y es aquí cuando, según conversación de mi amigo Charlie Frometa (hijo mayor de Billo) me dice que el tema original dice así: ¡Epa Isidoro!, ¡tremenda vaina que me echaste!

También cuenta Román Martínez Galindo, quien fue pianista, arreglista y director de la orquesta, durante nueve años, la relación especial que tenía el maestro con el tema ¡Epa Isidoro! Dedicado a un cochero de la Caracas de los techos rojos (ya no lo son).

Billo jamás cantó una canción en público que no fuera esta, todos lo que estaban en las fiestas dejaban de bailar para oírlo, disfrutar y después aplaudir con alborozo e inclusive vitorearlo con aclamaciones efusivas y entusiastas. Y es que Billo, que le compuso tantos temas a Caracas, no podía ocultar su admiración por el viejo Isidoro Cabrera; este señor fue cochero por casi sesenta años y falleció ejerciendo su oficio convirtiéndose en uno de los símbolos de la ciudad que no volverá.

Isidoro nació el 2 de enero de 1880, durante el segundo gobierno de Guzmán Blanco, en la casa numero 2 entre Teñidero y Chimborazo, Parroquia La Candelaria. Su padre fue Victorino Cabrera, también cochero de quien heredo la profesión de cochero.

Fue sin embargo la decisión de dedicarse a este oficio muy romántica, por no decir idealista, Caracas para finales del siglo XIX, era una ciudad a la que aún no había llegado el pavimento; una ciudad con las calles de tierra, salvo las principales que, al estar empedradas, los cascos de los caballos hacían saltar chispas y donde todo el transporte, tanto de personas como de mercancía se hacía a tracción de sangre, faetones, cabrioles, y pare usted de contar.

Asimismo, era la ciudad de las carretas y carretillas, de los arrieros y recuas de mulas que traían los productos agrícolas desde el este, por Petare, Chacaíto, Sabana Grande y calle real de Chapellín por donde existía otra entrada a la ciudad.

Ya Guzmán Blanco había comenzado a cambiar la cara de la ciudad, realizando cantidad de obra públicas, entre ellos el Capitolio, la plaza Bolívar, el alumbrado público a gas, la construcción de la vía férrea hacia el litoral guaireño y entre todo ello el transporte, tranvías tirados por caballos; después fueron sustituidos por eléctricos de los que aún se ven en algunas calles caraqueñas partes de los rieles.

Por lo tanto ya Isidoro tenía sus días contados como cochero, el tenía su parada entre las esquinas de Las Monjas y San Francisco, a veces en frente del Capitolio Nacional o la Plaza de Altagracia.

Algo curioso, Isidoro era el único cochero que no tenía apodo o sobrenombre, los demás cocheros eran “Padre Eterno” “Rabanito” “Monseñor” “Masca vidrios” “Tántalo” “El Elefante” entre otros.

En una ocasión el presidente Ignacio Andrade solicita los servicios de Isidoro, para que lo llevara a la Casa de Gobierno, conversando durante el trayecto el presidente le dijo al descender <<déjese ver mañana, que le tengo una sorpresa>> se trataba del regalo de un coche de lujo, nuevo, marca “Victoria” era un coche de caballos bajo, con entrada entre sus cuatro ruedas, caja de tablero, balaustres o mimbres con asiento para dos plazas y una cantidad de comodidades, totalmente moderno, tirado por dos caballos, este coche le duró mucho tiempo a Isidoro, ya que era sumamente celoso con el cuidado, con el mantenimiento.

Hacía recorrido turísticos hacia El Paraíso, donde quedaba El Hipódromo, al Calvario, a Paguita, Candelaria o Gamboa. Pero lo mejor era el transporte a los trasnochadores, quienes pagaban y daban jugosas propinas, entre ellos, está una historia del maestro Billo, paseaba a los novios y sus amigos que llevaban serenatas a sus prometidas.

“La Lechuza”, o coche nocturno era una viva estampa del ayer, ese iba a los nigth-clubs donde se encontraba buena clientela.

Se dice que Isidoro mantuvo una estrecha amistad con Don Julián Sabal, señor de figuración en los cuadros de la sociedad capitalina, cliente del prestigioso Club Venezuela, (que era bastante decir) hacia donde lo trasladaba y lo esperaba hasta su salida.

Se comenta que días antes de postrarse en el lecho Don Julián, sin que Isidoro lo sospechara, escribió de su puño y letra un párrafo en el cual dejaba su ropa, zapatos, sombrero, ropa interior, a Isidoro; así como también unos cuantos bolívares para que reformara su coche y renovara sus caballos. Isidoro Cabrera, el fiel y honesto cochero, trajeado todo de negro y los caballos enlutados, acompaño al cortejo fúnebre durante todo el recorrido.

Los coches halados por caballos comenzaron a desaparecer con la llegada del tranvía, Caracas estaba en cambio total, el tren, los automóviles y autobuses. Es por ello que: a Isidoro, por mantener su oficio hasta muy entrado el siglo XX, se le consideró el último cochero de Caracas, profesión que ejerció hasta el día de su muerte acaecida en el año 1963.

Luceroevelio@gmail.com

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