Relatos de la Justicia: Gracias a Directv
Sucedió en San Martín de Turumbán, para quien no conozca el lugar puedo decirles que es un pequeño poblado al este del estado Bolívar, en la zona limítrofe con Guyana o propiamente con la Zona en Reclamación. En criollo, es un poco más lejos que el lugar donde el diablo dejó los bóxers.
Hoy quizás por el incremento del tráfico producto de la explotación indiscriminada del oro pudiera parecer para algunos que está más cerca.
Esta historia se corresponde con uno de los primeros casos que me tocó investigar a mi llegada a la ciudad de Tumeremo, municipio Sifontes como fiscal.
Ocurrió que un ciudadano de nacionalidad brasilera en situación irregular ingresó al país a dedicarse a la explotación ilegal del oro (les decían garimpeiros, hoy simplemente mineros) y regresando un día de la mina en una de las tantas curiaras con las que surcan los infinitos ríos de la zona, le disparó con una escopeta a otros dos inmigrantes ilegales brasileros que también se dedicaban a lo mismo, resultando muertos de manera inmediata.
El homicida se dio a la fuga en la misma curiara en la que navegaban y no se supo más de él.
Se inició la investigación de rigor con el levantamiento de los cadáveres y se comenzó a indagar al respecto, pero aparece un primer obstáculo: todos los testigos del hecho son inmigrantes ilegales y se esfumaron como fantasmas. Solo teníamos a testigos referenciales que escucharon del hecho, pero ninguno vio de manera presencial los acontecimientos.
Estos daban parte de que incluso algunos testigos presenciales eran familiares de los asesinados, pero su miedo a ser procesados y deportados los hizo huir.
Otro gran obstáculo fue dar con la identidad plena del autor del doble crimen, su única identidad conocida era su apodo: el Prieto o simplemente Prieto.
Ya por lo menos sabíamos que a quien buscábamos no era rubio, pero sin una identidad cierta sería muy difícil conseguir de un juez una orden de aprehensión.
Era trabajo entonces de los pesquisas la ardua tarea de identificarlo y para ello debían ir tras su búsqueda. Pasaron meses sin tener certezas del paradero de el Prieto.
Un día recibo una llamada telefónica de alguien evidentemente brasilero por su claro «portuñol»; se trataba de uno de los testigos presenciales del hecho, el cual necesitaba para instruir mi investigación y lograr la captura del sospechoso.
Quien me llamaba por teléfono era nada más y nada menos que un hermano de uno de los asesinados, indicándome que por miedo no se quedó en el país y se regresó a Roraima de donde era oriundo.
Me informó que todos los testigos que yo necesitaba eran brasileros, incluyendo el lanchero, y que todos regresaron a Brasil por miedo.
Le pedí que viajará de regreso a Venezuela para tomarle una entrevista, pero se negó rotundamente en todas las oportunidades que se lo pedí. Era evidente que su miedo era mucho más que al simple hecho de ser deportado.
Resultó ser que el Prieto era también un peligroso delincuente en Brasil, dedicado a los famosos «tour del oro», modalidad que consistía en organizar excursiones de entre 10 y 20 personas, ingresarlas al país, específicamente a las minas, para explotar ilegalmente el oro durante meses y luego regresar cuando pagarán al organizador del tour con oro.
Pero aparte de eso, el Prieto tenía serias deudas con la Justicia brasilera, de aquel lado también era requerido por ser responsable del homicidio de cuatro personas dedicadas a la misma actividad ilícita que él.
Me manifestó el testigo antes de colgar la llamada que él dio parte a las autoridades de Brasil (Policía Federal) del homicidio de los dos brasileros ocurridos en suelo venezolano, por lo que probablemente estaríamos ante dos escenarios: o la extradición del Prieto o el juzgamiento previo en Venezuela por el doble homicidio.
Un día llegando yo al hotel donde me hospedaba, me dispuse a tomar café con mi amigo, el Turco dueño del hotel, y mientras conversábamos se nos acerca Manolito, el técnico de Directv de todo el pueblo, el que le arreglaba la vida a medio Tumeremo cuando se le iba la señal.
Este me pregunta: «¿Doctor, todavía no saben nada del Prieto?».
«No vale, a ese se lo tragó la selva», le respondí. Y él me vuelve a preguntar: ¿Doctor, usted no sabe el dicho de los mineros ahorita?».
Le contesto que no lo sabía y él me replica: «Minero son 2 bateas».
Sin embargo, ante mi cara de duda me explica: «Doctor, ahorita no hay minero que no cargue para dónde se mueva su batea de minero y su antena de Directv», haciendo alusión a que la antena satelital se asemeja a la forma de la batea con la que los mineros buscan en los ríos el material de oro.
Prosiguió Manolito en su explicación: «Seguro que donde esté el Prieto ahorita mismo tiene su televisor prendido».
«¿Y se puede rastrear la señal?», fue mi pregunta inmediata. «Bueno, no sé doctor, esas ya son palabras mayores, tendría que preguntarle a mi jefe a ver si eso es posible» alegó.
«Bueno te encomiendo esa misión», le dije en un apretón de manos. Luego de un par de días me dicen en el hotel que me está buscando Manolito, porque tenía una información importante que darme.
Lo mandé a traer y cuando llegó no lo dejé ni hablar y le dije en tono de humor: «Dime que me trajiste al Prieto».
«No doctor, ni que yo fuera McGiver», fue su respuesta.
Me dice: «Doctor, no se lo traje, pero le tengo algo mejor. Hace tiempo me contrataban muchos mineros por esa zona para que le calibrara las antenas, dejé de ir porque eso es muy lejos y muy peligroso; pero enseñé a un pana para que él se quedará con ese negocio y cuando me llaman a mí yo lo mando a él».
«Ajá y entonces», lo interrumpí. «Bueno, doctor, que ese pana hace como un mes le hizo un servicio al Prieto, pero él me dice que eso es lejísimo y que el no va a ir para allá otra vez ni obligado, pero el Prieto lo estafó y no le pagó completo el trabajo y hasta lo amenazó. Por eso el quiere colaborar con usted como informante, sin que salga su nombre».
«Muy bien, perfecto y ¿cómo piensa ayudarme?», le pregunté.
«Él le manda este papelito», contesta, entregándome un papel de cuaderno de rayas con lo que parecían ser unas coordenadas diciéndome: «El pana la primera vez que fue para allá usaba GPS, por si se perdía y ahí están las coordenadas, así que si el Prieto sigue en el mismo sitio y le sirve de algo ahí están las coordenadas».
Le di las gracias no sin antes decirle que estaba viendo muchas películas y que me parecía medio fantasioso eso de ubicar a alguien así. Sin embargo, guardé el papelito sigilosamente.
Varias semanas pasaron y me conseguí con un amigo inspector del Cicpc, jefe del Grupo Uri para la fecha, y me comenta que comenzarán a hacer unas incursiones en la selva por toda la zona sur del estado como ejercicios combinados con las Fuerzas Armadas, dada la proliferación de campamentos mineros, por lo que realizarían algunos ejercicios binacionales con la Policía Federal de Brasil.
Eso me hizo recordar de inmediato al Prieto y al papelito que guardaba celosamente en mi billetera.
Le consulté si era posible rastrear a alguien de esa manera y él me responde: «Claro que sí doctor, nosotros vamos con todos los juguetes, GPS incluidos».
Le doy las coordenadas, él las anotó y le advierto: «Probablemente ahí encontrarán al Prieto». «¡Vamos por él, doctor, cuente con eso!», exclamó.
Pasaron unos días y recibí una llamada, era un funcionario del Cicpc pidiéndome reunirse conmigo.
Al vernos sacó un teléfono satelital y al cabo de unos segundos al hilo telefónico mi amigo el inspector habla del otro lado de la comunicación: «Doctor, como quiere al Prieto, pa’llevar o pa’comer aquí».
Mi cara de sorpresa aún la tengo. Le pregunté si lo habían rastreado gracias a las coordenadas que le di y resulta que sí; le dije bueno eso es gracias a Directv y él me responde: «Más bien gracias al canal 469, que era el que estaba viendo cuando llegamos al campamento».
Nos reímos ambos y continuó: «Doctor, al final de este operativo nos vamos a reunir con los Federais en la selva, usted me dice, se lo entregamos o nos lo quedamos para nosotros». Le pedí unos minutos.
Debía tener cabeza fría para pensar, no tenía orden de aprehensión todavía, pues nunca se pudo identificar plenamente al Prieto, mis testigos presenciales todos estaban en Brasil y difícilmente vendrían al juicio.
Eso era una libertad segura, me pareció más correcto trabajar la entrega y luego por vía oficial enviar a la Fiscalía de Roraima el expediente certificado para que lo juzgaran también por el homicidio de sus dos paisanos y no quedaran impune.
Al cabo de unos minutos restablecimos comunicación y le di las instrucciones precisas para llevar a cabo la entrega.
A las semanas siguientes se enviaba expediente rumbo a Brasil de Norberto Dos Santos alias el Prieto, donde fue juzgado y condenado por todos sus crímenes.
Relatos de la Justicia se basa en las experiencias vividas por el autor durante el desempeño de su carrera en el ámbito judicial. Sus personajes y circunstancias son modificados y adaptados con un poco de ficción para su difusión en el diario PRIMICIA.
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