Opinión

… yo sí voto!

De manera pues, que la legitimidad de las personas elegidas para el ejercicio de poder a todo nivel, deriva de la autoridad que nosotros le otorgamos; la cual pueden perder durante su ejercicio.
lunes, 30 noviembre 2020

Los venezolanos, mayores de edad, inscritos en el Registro Electoral Permanente, estamos convocados este próximo 6 de Diciembre a ejercer el derecho de votar, para elegir a los y las integrantes de la Asamblea Nacional en la condición de representantes de todo el pueblo de Venezuela, con las facultades que le otorgan la Constitución y las demás leyes que correspondan al Poder Legislativo Nacional.

Les sugiero leer –ojalá así lo hicieran todos los candidatos presentados-, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, en el Título V (art 186 ss) relativo a la organización del poder público nacional y allí el Capítulo I, donde se establecen las importantes facultades de la Asamblea Nacional de la República, claves para intentar un funcionamiento balanceado del poder que contribuya al desarrollo de un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia hacia sus fines esenciales (art 2 y 3 CRBV).

En el art 5 se declara que “Los órganos del Estado emanan de la soberanía popular y a ella están sometidos”.

De manera pues, que la legitimidad de las personas elegidas para el ejercicio de poder a todo nivel, deriva de la autoridad que nosotros le otorgamos; la cual pueden perder durante su ejercicio.

La Autóritas opera no sólo en la función pública del poder político, también en los actos privados; por ejemplo, cuando vamos a un encuentro de salud con algún profesional de esa área, le elegimos por las referencias que tenemos acerca de su competencia en la disciplina científica y también, por la disposición que manifiesta tener para atendernos en nuestra necesidad; le damos autoridad para que nos pregunte y por tanto le respondemos sobre asuntos de nuestra intimidad y aceptamos sus órdenes para desvestirnos e incluso ser auscultados en la desnudez; escuchamos con interés el diagnóstico y prescripciones de sus apreciaciones y al tratamiento que nos señala; de modo que todo transcurre en su poder hacerlo, por nuestra aceptación voluntaria y consciente, derivada de la autoridad que le hemos otorgado.

En caso que observemos y hagamos consciencia que su tratamiento no nos propicia la recuperación de salud y derivadas afectaciones nos complican y deterioran; cuando nos determinan intervenciones de alta agresividad, amputaciones de partes u órganos del cuerpo; cuando percibimos incompetencia para servir a nuestra necesidad o sospechamos que el tratamiento y prescripciones están orientadas a afectar intereses de cualquier orden por encima de la salud, buscamos otra opinión y nuevas posibilidades.

Si perdemos la confianza, cortamos la relación y quitamos la autoridad y legitimidad que con ella le habíamos dado; buscamos elegir otros caminos para atender nuestra necesidad.

Elevamos la conciencia que nuestra salud es demasiado importante para nuestra vida y el modo como la vivimos; por lo tanto debemos hacernos cargo sin dejarla en otras manos; porque nuestra participación activa, con cambio de hábitos y constante atención al tratamiento y manifestaciones en nosotros mismos, son la mejor medicina; ser pacientes y actores, es necesaria tarea para tener salud.

El cuerpo social de una comunidad es mucho más complejo que el cuerpo de un individuo, y por supuesto atender la salud de ese cuerpo social, es tarea mucho más compleja.

Encontrarnos con los otros, conversar, involucrarnos, mejora la comprensión de las causas de nuestro bien-estar o mal-estar, de nuestras necesidades, limitaciones y potencialidades, la magnitud de las acechanzas, asedios, y peligros que amenazan la integridad, el desenvolvimiento y la permanencia en el sentido histórico de la sociedad donde vivimos; eleva nuestra conciencia de pertenencia, valoración, autoestima y responsabilidad con las nuevas generaciones, -quienes son y han de ser-, importante motivación en nuestro proyecto de vida.

Es necesario hacernos cargo del cuerpo social, con inteligencia y amplitud de mirada; la visión reduccionista no sabe hacer otra cosa que separar, romper lo complejo del mundo en pedazos disociados, fraccionar los problemas, reducir todo en unidimensionalidad; esa torpeza atrofia las posibilidades de comprensión y de reflexión, impide una visión a largo plazo y elimina las posibilidades al juicio correctivo.

Esa carencia de visión e inteligencia es uno de los problemas más graves que enfrentamos; cuanto más progresa la crisis mayor es la incapacidad para pensarla, cuanto más globales los problemas menos se piensa en ellos.

Con Edgar Morín, hago este juicio, “una inteligencia incapaz de encarar el contexto y el complejo global se vuelve ciega, inconsciente e irresponsable”. ¿hay alguna semejanza con nuestra situación política?

En efecto, el ejercicio de la política con sentido democrático requiere abrir espacios para desarrollar nuestro relativamente propio proyecto de vida con sentido humano y de respeto a la vida en su integridad y compleja diversidad; donde quepamos todos y podamos atender las contradicciones en nuestra con-vivencia, procurando armonías, comprometida lealtad de propósito y sentido histórico.

La construcción democrática de la sociedad es un largo y afanoso camino, nada fácil; nos reclama una constante y tenaz permanencia para insistir por encima del pesimismo que nos muestra la realidad.

La política no siempre es buena, pero su minimización o desprestigio resulta invariablemente un síntoma mucho peor; tampoco es un asunto banal que podemos dejar sólo en manos de las buenas promesas e intenciones, menos aun cuando el panorama político nos muestra una y otra banda en conductas propias de mercaderes asaltantes del poder, instalando cada uno en su parcela de intereses un desenfreno de apetitos y pasiones para satisfacer su concupiscencia a costas del sacrificio, empobrecimiento y desesperanza en un pueblo.

Estamos convencidos que la democracia es mucho más compleja que la exigencia de un voto y que los ciudadanos tienen el derecho y la necesidad de ir mucho más allá que votar; también es un hecho cierto que la situación actual del desempeño político en el país no se resuelve solamente con ir a ejercer ese voto en la jornada electoral.

Las políticas extremas han ido tensando de tal grado la emocionalidad colectiva con la consecuente incompetencia para escuchar y con el desarrollo de fanatismos que van anulando la capacidad de razonar; algunos de manera abierta desean y solicitan intervenciones con asedios asesinos y agresiones militares extranjeras, mientras desfalcan bienes de la República en el exterior; otros en la soberbia del poder interno hacen desmanes dentro de ella, sin considerar restricciones por causas éticas y de respeto a ecosistemas frágiles y la preservación del patrimonio nacional para las nuevas generaciones, mientras sueñan en confrontaciones -con participación de grandes potencias y hacen cálculos de victorias en batallas sobre nuestro territorio de aguas y tierra firme-, como si ese asunto fuera el tema de una película vespertina.

El grueso de la población en el país concentra sus esfuerzos en una cotidianidad crecientemente constrictiva y en silencio asume una situación de penurias, dolor y pérdida, apenas lo salva esa voluntad de resiliencia, capaz de hacer chistes en la escasez y hasta bailar “Jerusalema” en la larga espera por la gasolina.

Algunos políticos alinean sus batallones para copar el acto de votaciones, a conciencia que es un escenario de batalla, otros abren los ojos y disienten de los caminos erráticos en el abismo; algunos más, van concurriendo desde frentes dispersos para ofrecer alternativas hacia la recuperación del necesario y amplio debate; también hay otros, negados a la política en el espacio republicano interno, con megáfonos y directrices desde intereses externos, que llaman a no votar, descalificando el camino electoral y desestimulando a la población convocada para que no ejerza su derecho, mientras negocian afuera las monedas por la entrega del País.

Entre nosotros, desde finales del siglo pasado, dejó de ser obligatorio votar, de modo que no hacerlo tampoco acarrea sanción legal; la elección es válida y legítima con la votación emitida. Para estas elecciones se elevó el número de representantes que pueden ser elegidos por la distribución proporcional, lo que aumenta la posibilidad de multiplicar la presencia de opiniones activas y distintas en la Asamblea Nacional y representa una esperanza para los caminos democráticos.

Por eso yo si voto e invito a todos y todas para hacerlo; aunque pareciera evidente que –como en otros tiempos-, quien disponga mayor capacidad de movilización, lo hará al galope de sus batallones y proclamaría su triunfo en un continuo monólogo, lo que profundizaría nuestra crisis de pueblo en la búsqueda de libertad y justicia porque considero que sería una situación de negación a la política y que los atajos de la anti-política crecerían, para riesgo del pueblo llano quien al final paga sus errores y las perversidades de señoritos y señorones.

Una sociedad democrática demanda la elevación y ampliación de la conciencia política de los ciudadanos, el debate abierto de las ideas, problemas, propuestas y decisiones que nos afectan a todos; la Asamblea Nacional es el órgano constitucional para hacerlo públicamente; por eso yo si voto e invito a participar con tu voto en las elecciones parlamentarias de este 6 de Diciembre, con la claridad que ellas no resuelven la crisis, pero si abren una puerta hacia caminos de retorno a la política en la conciencia de los ciudadanos.
Este 6 de Diciembre, por esta nuestra amada Venezuela, por “este país, tu país, mi país”, ¡ yo si voto !

Casatalaya, Guayana noviembre 2020

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