Yo sí te creo
Cada vez son más y más las víctimas de estupro que se deciden a hacer públicas en las redes sociales sus denuncias contra sus abusadores, pero los hechos no se han centrado nada más en el estupro sino en actos que van más allá como situaciones donde se han cometido diversos delitos como acoso sexual, laboral, académico, violencia psicológica, amenaza, hostigamiento y hasta la violencia sexual.
Decenas han sido las víctimas, desde jóvenes adolescentes, mujeres adultas, varones e incluso personas que han confesado abiertamente en público haber sido víctimas de abusos sexuales desde niños y niñas.
Desde hace un buen tiempo hasta acá este tipo de denuncias o exposición en público de los abusadores, ha sido tendencia en varias oportunidades en las redes sociales, esta vez la connotación se la ha dado el hecho de que los abusadores expuestos han sido figuras públicas, actores, cantantes, músicos, escritores, periodistas, docentes y una larga lista de ocupaciones y profesiones que nos dan una idea del amplio mapa en el que se mueve la violencia.
Yo en lo personal desde mi aporte he venido escribiendo en amplitud sobre el flagelo de la violencia con todos sus matices, ello lo he asumido por la necesidad de visibilizar los hechos generadores de violencia que poseen un alto grado de normalidad debido a nuestra idiosincrasia, pasando muchas veces desapercibidos estos hechos por la colectividad.
Cientos son las organizaciones no gubernamentales las que hacemos nuestro trabajo de difusión, concienciación y preparación para lograr la erradicación de la violencia en todas sus manifestaciones, pero ninguna tendrá un efecto más poderoso que la mano del familiar o amigo que atiende a la víctima luego que decide dar el paso de la denuncia.
Pero no estamos preparados para estas situaciones, el machismo acendrado desde nuestra infancia llevándonos a ser criados con estereotipos que normalizan la seducción masculina sin importar la edad de la víctima, nos hacen en primer término cuestionar la legitimidad de la agresión, culpar a la víctima por inducir la situación y en un número de casos hasta justificar la acción del agresor y es allí donde nace el temor de las víctimas en dar el paso vital de denunciar, por temor a que su verdad sea minimizada y hasta repudiada, es también allí donde hemos fallado como sociedad, en normalizar la disponibilidad sexual masculina.
Recientemente escribí un tuit donde trato de allanar la idea de lo que hablo aprovechando la explosión de denuncias en las redes, decía así: “El pánico, la pena, la tristeza, el miedo a ser lastimada, la autodesvaloración, la despiadada culpa y otros demonios son los que impiden a las víctimas a denunciar a sus agresores en su momento. Seamos empáticos con todas aquellas que decidieron derribar el muro que las oprimía”.
No concluyo con ello que la sociedad sea responsable directamente de los hechos de violencia, pero sí tenemos una alta responsabilidad con el tratamiento de las víctimas, empecemos con ser más empáticos y así quizás muchas más denunciarán.
La exposición en masa de los abusadores seguramente propiciará un efecto en la disminución de la violencia mucho más potente que muchas normas penales, pero ello debe manejarse con sumo cuidado pues algunas de estas exposiciones pueden llevar otros añadidos que no necesariamente sea un clamor de justicia, las redes sociales han servido de tribunal de justicia implacable en el que en ocasiones han sido expuestas personas inocentes, produciéndose a consecuencia de esas inmisericordes exposiciones considerables daños colaterales que se tornan irreparables.
Pero volviendo la brújula hacia las víctimas, en materia de victimología el tratamiento post agresión es vital, es el equivalente a los primeros auxilios para pacientes graves, pero en el contexto de la violencia basada en género esos primeros auxilios no ocurren en lo inmediato motivado a muchos factores, entre ellos la normalización de las conductas violentas, especialmente en las propias víctimas, la falta de articulación del estado para darle prioridad a este tipo de afectaciones y hasta el desconocimiento de cómo brindar esa atención, son tan sólo algunos de los obstáculos que se presentan en torno al tema de atención de las víctimas. Es también en algunos de los casos esa desatención primaria, la que hará que la víctima guarde silencio de su agresión y en algunas ocasiones por toda una vida.
He escrito en artículos pasados sobre el trauma del silencio, ese que la psicología clínica ha demostrado con suficientes estudios en los cuales han demostrado que esos traumas han logrado ser sepultados en nuestras memorias como una forma de negación de ese hecho doloroso, estudios que además han servido para que la ciencia del derecho haya hecho mano de ellos y de una forma oportuna impedir la impunidad en este tipo de casos, en los que los abusos han sido cometidos muchos años atrás, por ello ha dispuesto nuestro máximo Tribunal de Justicia que en estos casos específicos, la prescripción de esos delitos no comenzarán a computarse sino desde la fecha en que la víctima adquiera la mayoría de edad.
La empatía juega un papel fundamental, debemos hacer un cambio de roles y analizar desde el sentir de las víctimas para luego emitir una opinión que edifique y construya un ambiente de superación del trauma, no debemos por el contrario juzgar a priori un hecho que desde nuestros contextos será imposible clarificar, pues al final de la ecuación quien juzga es porque ha debido tener pruebas suficientes y esa responsabilidad no nos corresponde.
Supe como Fiscal lo que sufren las víctimas de violencia y desde ese momento entendí, que las víctimas se refugian en el silencio porque hasta el hecho de denunciar hace que revivan sus traumas.
El perdón siempre será una buena opción, pero habrá casos en los que con solo perdonar no será suficiente para sanar las heridas emocionales y físicas de los abusos, hoy son cientos de mujeres y hombres que valientemente se han puesto de pie y han expuesto a sus abusadores, las autoridades tienen en consecuencia una titánica tarea, pero es también momento que nosotros como sociedad nos pongamos de pie junto a las víctimas y le apoyemos en el dramático proceso de exponer sus dolorosas verdades, pues la violencia no ha escatimado lugar para manifestarse y donde menos pensamos seguramente hay niños, jóvenes y hasta adultos siendo abusados frente a nuestra ceguera de género.
Al cierre de la edición de este artículo supe del dramático desenlace del caso donde exponían al escritor venezolano Willy Mckey, su suicidio dejó muchos argumentos, algunos no tan válidos, por ello considero que ninguna de sus víctimas puede sentirse reivindicada con ese trágico final, tampoco debe hacerlo la justicia.
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