Opinión

Vivir en la anomia

Pero ¿cómo concebimos ese respeto por la ley? Cuando observamos a los modeladores encarnados en las figuras de nuestros gobernantes irrespetarla sin consecuencias.
lunes, 19 octubre 2020

Soy de los creyentes de que sólo a través del respeto irrestricto de la ley es posible la convivencia ciudadana, pero antes de establecer las pautas para una sociedad organizada en leyes, debemos lograr alcanzar el título más importante que puede ostentar cualquier persona: el de ciudadano.

Para lograr dicho título debemos desarrollar el más primordial de los sentidos, que no es la vista, tampoco la audición, menos el olfato, me refiero el sentido común que paradójicamente es el menos común de los sentidos.

Hace días escuchaba en la cola para surtir combustible a unos señores de la tercera edad que conversaban amenamente sobre la precaria calidad de vida del venezolano y uno de ellos al final de la conversación sentenció: “Es que en Venezuela no hay ley”.

Como abogado a uno siempre le hace ruido esa sentencia, nos lleva incluso a épocas de estudios de pregrado en la universidad y a las cientos de veces que escuchamos de nuestros maestros, que las leyes sólo pierden su vigencia con la creación de nuevas leyes que las reemplacen, de manera que la ley no pierde su vigor ni aunque se le incumpla, porque tarde o temprano todo aquel que haya violado una norma debe ser compelido por fuerza de la misma ley, a cumplirla y en consecuencia ésta mantiene su vigor o vigencia.

Pero ¿cómo concebimos ese respeto por la ley? Cuando observamos a los modeladores encarnados en las figuras de nuestros gobernantes irrespetarla sin consecuencias.

Obviamente esa sensación le lleva a muchas personas a cuestionarse la existencia cierta de la ley y es ese desencuentro con el cumplimiento de las normas, lo que nos ha ido degradando nuestra condición de ciudadanos.

Una persona se convierte en ciudadano no sólo por adquirir la condición de persona, a saber, inscripción en el registro civil, nacionalidad, personería jurídica, contribuyente, etcétera.

Una persona se convierte en ciudadano cuando es capaz de reconocer el imperio de la ley y abandona sus hábitos personales para respetar aquellos usos y costumbres de una colectividad, haciéndolos suyos e inculcando entre sus iguales el respeto de éstos, de las normas que lo regulan, aún en los casos en que los principales llamados a respetar la ley la incumplan descaradamente.

Esta dicotomía me hace remontar al pasado y recordar también en clases de pregrado, esta vez en clases de Criminología, cuando de la mano de la Dra. Carmen María García de Mármol León, estudiábamos un concepto que tomábamos de las lecciones del sociólogo francés Emile Durkheim, me refiero a la anomia.

La anomia la podemos definir como ese estado en el que se aísla una persona por consecuencia de la desorganización de un estado producto de la desobediencia de la ley.

Este concepto quizás abone bastante a aquella sentencia del señor en la cola de: “En Venezuela no hay ley”, porque es exactamente el estado en que vivimos en el país, en estado de anomia.

Cada quien parece estar por su cuenta, nadie respeta el derecho del otro, vivimos como ya bien lo he manifestado en anteriores artículos “en modo supervivencia” o como lo describen algunos psicólogos, desarrollando conductas provenientes del “cerebro reptiliano”, es decir, de la manera más primitiva.

La certeza de que la ley es violada e incumplida sin consecuencias y no sólo eso, sino que estas violaciones son en ocasiones exhibidas grotescamente desde la cúspide del poder, le abre un enorme campo a la desobediencia pública, resultando este desorden en un suculento bocado a la corrupción.

Cada vez son más las veces que vemos a las personas incumpliendo más y más las normas por sencillas que sean, infracciones de tránsito a por doquier, irrespeto a normas de convivencia ciudadana, incumplimiento de la cuarentena social en esta época de restricciones a la libertad de tránsito, celebraciones de fiestas ostentosas aún y cuando están prohibidas por decreto, son tan solo algunos ejemplos de aquel concepto de anomia que estudiábamos en la universidad.

Personalmente, considero aunque para nada debe tomarse como justificación y que estas micro infracciones son sólo el acto reflejo que resulta de mayores violaciones a la norma por parte del poder.

Las más recientes violaciones a la Constitución que desde el Ejecutivo se han fraguado, dejan ver que el estado de anomia bien parece ser hasta un acto de inducción social, en donde el caos que esto genera sólo le sirve de piso a un régimen dictatorial para perpetuarse en el poder, a expensas de permitir que las personas cometan en menor grado vulneraciones de orden legal o social, convirtiéndonos lamentablemente en una sociedad de cómplices, no de iguales delitos, pero si del desmantelamiento del estado y de la convivencia ciudadana.

Desde la ciudadanía es mucho lo que podemos hacer para lograr que se mantenga la incolumidad constitucional, pues aunque no dependa de nosotros evitar que desde el poder se vulneren las leyes, si depende de nosotros de respetarlas en lo que nos corresponde, más aún cuando la propia Constitución establece los mecanismos para mantener su vigencia y encuentra en el ejercicio de la ciudadanía la herramienta fundamental para protegerla.

Quizás sonará grueso aquello que en su momento nos dijo nuestra maestra la Dra. García en el aula de clases cuando se refería a la anomia, pero en un Estado en el que la vigencia de la ley está constantemente comprometida, el hilo Constitucional puede comenzar a romperse hasta por el irrespeto de la luz de un semáforo.

Hagamos respetar las normas ciudadanas, ejerzamos ese título de ciudadano y dejemos de ser simples expectantes de los acontecimientos, dialoguemos entre nosotros para reencontrarnos, no participemos en actos que atropellen o vulneren los derechos de otros y veremos en el corto plazo como toda nuestra realidad ciudadana comienza a cambiar, porque aunque no lo veamos vivimos en la anomia y depende sólo y exclusivamente de nosotros dejar de vivir en ella.

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