Opinión

Tú, en mi vida

La fe que piensa.
jueves, 31 octubre 2019

Este domingo tendremos a Zaqueo como protagonista del evangelio. El nombre significa “puro”. El dato es curioso pues la vida que Zaqueo ha llevado es todo, salvo “pura”.
Sin exagerar en la interpretación, pienso que el episodio de “este” publicano —Zaqueo es jefe de los publicanos— se relaciona con el del que entró al templo a orar, junto con un fariseo, y, por haber reconocido su falta, salió reconciliado con Dios. Esto fue el domingo pasado.

La conexión no está en que se trate del mismo personaje, sino en que Lucas nos mantiene en su escuela de oración: a la oración pertinaz y humilde hay que sumarle la oración que supera todo límite. Nada puede impedir el encuentro con Jesús. La oración es para pedir auxilio a Dios, para hablar de nuestra verdad con Dios, porque es el espacio de encuentro liberador con Jesucristo.

Bajo de estatura
Zaqueo ha sabido de la presencia de Jesús en la ciudad; quiere ver a este hombre extraordinario. Cuanto oyó sobre Jesús captó su atención, azuzando su curiosidad. Sin pensarlo demasiado, se colocó en el sendero por donde pasaría el Señor, junto con la chusma él, jefe y rico. Al darse cuenta de la proximidad de Jesucristo se da cuenta de que no logrará verlo, pues esta cercanía divina le ha hecho entender que, a causa de la masa de personas, porque él es bajo de estatura.
Lo anterior podemos tomarlo al pie de la letra. Zaqueo sería un “rechoncho”. También podemos interpretarlo de otra forma: por su condición de traidor, ladrón y pecador público, cuya riqueza ha sido amasada con el timo descarado a su pueblo y al imperio dominador, Zaqueo “es bajo de estatura”. Zaqueo es un enano moral, su estatura espiritual es diminuta.

Zaqueo sin embargo no se detiene a considerar su “falta de altura”, sea física o espiritual, sino que reacciona brillantemente, al subirse a un árbol y así llamar la atención de Jesús, quien se autoinvita a la casa de este delincuente. La lección es meridianamente clara: nada en nosotros puede ser un obstáculo infranqueable, que nos impida vernos con Jesucristo.

Buscar lo perdido
Se pasa del camino polvoriento a la opulenta casa de Zaqueo, que ha dejado entrar al Señor no solo en su propiedad, sino fundamentalmente en su corazón. Y Zaqueo se convierte: devuelve lo robado. Ha descubierto “el Tesoro” por el cual se es capaz de dejar los demás tesoros.

Zaqueo no se amilana por su estatura; Jesús no se detiene ante las críticas insanas: Él es el buen Pastor que busca a la oveja perdida, y Zaqueo es uno de esos. Si el publicano de la semana pasada pedía misericordia, “éste” publicano la halló cuando Jesús entró en su vida, porque le abrió la puerta.

El reconocimiento de las propias faltas y su respectiva enmienda nos coloca en una onda celebrativa. Esa es la “cena”, una celebración de la llegada de la salvación a nuestras existencias. El perdón se celebra por todo lo alto. Así como el árbol “elevó” a Zaqueo, el perdón “eleva” su espíritu y lo hace magnánimo. Tú, Señor, en mi vida.

 

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