¡ Tierra !… ¡ Tierra !…
El marinero Rodrigo de Triana desde su ubicación en el “carajo” de la nave Santa María, fue el primero que divisó la tierra de la “ant-ilha” del mar de los Caribes en aquel viaje hacia el poniente de la mar océano que zarpó del Puerto de Palos, dos meses antes; de tal modo que su grito cerraba el episodio de “aventura incierta” en ese viaje y marcó el comienzo del torrente invasivo de la “Operación Nuevo Mundo”, con sus secuelas para la humanidad; tema sobre el cual habremos de conversar en otros momentos.
Tomamos ese grito en el sentido planetario que adquiere hoy, cuando hablamos de Tierra-Gaia, Pachamama, Tierra- sistema, Tierra- parcela cósmica, (“nuestra única y contaminada nave espacial” ¿lo recuerdan?). Tierra que nos pertenece en la medida que pertenecemos a ella, que es el modo como la vamos descubriendo en el asombro alegre que nos da esa conciencia de pertenencia planetaria al descubrirla. ¡ Tierra ! ¡ Tierra-Patria !, es hoy, grito de la humanidad en su nueva conciencia. El homo sapiens ya no debe intentar dominar la tierra sino preservarla y ordenarla en una dinámica de co-pilotear el mundo como nos plantea Edgar Morín.
Se impone el doble pilotaje Hombre/Naturaleza, tecnología/ecología, inteligencia consciente/ inteligencia inconsciente.
La Tierra debe dirigir por la vida, el hombre debe dirigir por la consciencia. Ya no se trata de señorear la tierra sino atenderla y entenderla, por eso el concepto del desarrollo, incluso bajo la forma atenuada de sostenible debe ser cuestionado.
Esta pandemia, junto a las crisis que cada día se manifiestan con mayores énfasis, muestra hasta dónde nos ha llevado la locura del homo sapiens/demens con su soberbia antropocéntrica y arrogancia tecnológica sobre el planeta, al punto que amenaza la vida, en especial la sobrevivencia de la especie humana; sin embargo también nos permite abrir oportunidades en la toma de conciencia que de ellas deriva.
Nos enseñan Edgar Morín y Anne Brigitte Kern en un libro de 1993, “Tierra-Patria”, (edit Kairós, Barcelona, 2005), que “hemos podido, casi simultáneamente, llegar a la posibilidad de varias tomas de conciencia complementarias. La toma de conciencia de la unidad de la Tierra (conciencia telúrica); la toma de conciencia de la unidad/diversidad de la biosfera (conciencia ecológica); la toma de conciencia de la unidad/diversidad del hombre en tanto ser humano (conciencia antropológica); la toma de conciencia de nuestro estatuto antropo- biofísico,… el hecho de “estar ahí” sin saber por qué se nos ha dado; la toma de conciencia de la era planetaria;… la toma de conciencia de nuestro destino terrestre”.
Esos autores nos expresan sobre el ser humano: “incapaz de dominar su propia naturaleza, cuya locura (demens) le impulsa a pretender dominar la naturaleza perdiendo el dominio de sí mismo”; “puede aniquilar algunos virus, pero está desarmado ante nuevos virus que se burlan de él, se transforman, se renuevan”; la humanidad, “incluso en lo concerniente a bacterias y virus, tiene y tendrá que negociar con la vida y con la naturaleza”.
Como humanos hoy tenemos que aprender a “estar ahí” (dasein) en el planeta. “Aprender a ser, es decir, aprender a vivir, a compartir, a comunicar, a comulgar; eso es lo que se aprendía en y por las culturas cerradas. En adelante tenemos que aprender a ser, a vivir, compartir, comunicar, comulgar como humanos del planeta Tierra. No sólo, a ser de una cultura, sino a ser terrenos”.
La Tierra no es solamente un pequeño planeta perdido en el espacio sideral, sino que es nuestra casa, nuestra matria, es nuestra Tierra-Patria, es nuestro refugio en la inmensidad cósmica, donde otros mundos, tórridos o helados, no ofrecen condiciones para vivir. “Aquí es nuestra casa, están nuestras plantas, nuestros animales, nuestros muertos, nuestras vidas, nuestros hijos. Es preciso salvar la Tierra-Patria”.
Las plurales crisis de nuestro tiempo y las tomas de conciencia a partir de ellas, nos permite apreciar en profundidad y amplitud la “comunidad de destino” humano sobre la Tierra; todos habitamos en esta casa común de la humanidad.
Todos los humanos somos arrastrados a la aventura común de la era planetaria; la conciencia que tengamos de ello, es la única posibilidad para salvar la permanencia de la especie humana; éste debe ser el propósito y la tarea primordial de este tiempo.
El deshielo en los polos inunda el hábitat de millones de personas; los incendios y las sequías son crecientes y con efectos catastróficos, al igual que las inundaciones; la acidificación de los mares y el cambio climático con altas temperaturas ya están aquí; las erupciones volcánicas de La Palma, se presentan en nuestros cielos como nubes azufradas. Estamos irremisiblemente obligados a vivir en nuestro común destino humano amenazado.
La realidad nos impone abandonar el proyecto conquistador que abrió aquel grito del 12 de 0ctubre de 1492, para descubrir la comunidad de destino hombre/naturaleza que le otorga al ser humano –individual y comunal–, responsabilidad telúrica; “cuidar a la Tierra enferma, habilitarla, acondicionarla, cultivarla”. En consecuencia: “Asumir la ciudadanía terrestre es asumir nuestra comunidad de destino”.
“Salir de la edad de hierro planetaria, salvar a la humanidad, co-pilotear la biosfera, civilizar (hominizar) la Tierra son cuatro términos vinculados en un círculo recursivo siendo cada uno de ellos necesario a los otros tres. La agonía planetaria se convertiría entonces en gestación para un nuevo nacimiento: podríamos pasar de especie humana a humanidad”. La política con visión de humanidad, podría efectuar un nuevo acto fundador: la lucha contra la extinción de la especie humana y la lucha por el nacimiento de la humanidad, que al final son la misma cosa.
La dominación y explotación han predominado sobre la solidaridad y ayuda mutua; el odio y el desprecio sobre la amistad y la comprensión; los sistemas de creencias, han aportado más odio e incomprensión que amor y fraternidad; los miedos y fobias inducidos en fanatismos, han traído furias e impiedad que han arrasado con la razón, la compasión y el sentido de lo humano. En el siglo pasado el nazi-fascismo barbarizó espacios de civilización; después de la guerra, la euforia de la liberación con la declaración de los derechos humanos en 1948 abrió esperanzas; pero la realidad política del mundo, ha ido propiciando nuevas fobias que amenazan renovadas barbaries sobre la geografía ampliada del mundo. El dolor humano, la angustia y la precariedad se han incrementado de manera significativa en este tramo inicial del milenio. La muerte agigantada amenaza la vida.
“¿Qué quiere decir civilizar la Tierra si la propia cultura y civilización son problemáticas? Quiere decir y eso nos devuelve a nuestro fundamental propósito, que la cultura y la civilización nos aportan la salvación, pero la civilización produce en la propia insatisfacción que sus satisfacciones aportan, el relanzamiento de la insatisfacción antropológica, es decir la prosecución de la hominización”. La insatisfacción, es lo que puede preparar la superación.
Debemos asumir la resistencia con los principios de la esperanza en medio de la desesperanza:
1) principio vital: al igual que todo lo que vive se auto-regenera en una incoercible tensión hacia su futuro, todo lo que es humano regenera la esperanza al regenerar su vivir; no es la esperanza lo que hace vivir, es el vivir lo que hace la esperanza, es decir: el vivir hace la esperanza que hace vivir.
2) principio de lo inconcebible: todas las grandes transformaciones o creaciones fueron impensables antes de haberse producido.
3) principio de lo improbable, todo lo afortunado que ha ocurrido en la historia fue siempre, a priori, improbable.
4) principio del topo, excava sus galerías subterráneas y transforma el subsuelo antes de que la superficie se vea afectada.
5) principio del salvamento por la toma de conciencia del peligro; “donde crece el peligro crece también lo que salva”.
6) principio antropológico, sabemos que el homo sapiens ha utilizado hasta hoy, sólo una pequeñísima parte de las posibilidades de su espíritu/cerebro.
Estamos lejos de agotar las posibilidades intelectuales, afectivas, intuitivas, culturales, sociales y políticas de la humanidad. Nuestra cultura actual corresponde a la prehistoria del espíritu humano; esto significa que, salvo una catástrofe, no estamos al final de las posibilidades cerebrales/espirituales del ser humano, de las posibilidades históricas de las sociedades, de las posibilidades antropológicas de la evolución humana.
Sin embargo, estos principios también son válidos para lo peor. El vivir puede encontrarse accidentalmente con la muerte. Lo inconcebible no sucede necesariamente. Lo improbable no es necesariamente afortunado. El topo puede arruinar lo que se quería conservar. La posibilidad de salvamento puede no estar a la altura del peligro.
La aventura sigue siendo desconocida. Tal vez la era planetaria se hunda antes de que haya podido florecer. Pero lo peor no es seguro todavía. No todo está todavía decidido. Ante lo que parece inevitable, sin que exista certidumbre o probabilidad, hay que buscar lo inesperado, la posibilidad para un porvenir mejor.
Es tarea inmensa e incierta. No podemos sustraernos a la desesperanza o a la esperanza. Debemos armarnos de una “ardorosa paciencia”. Estamos en las vísperas, no de la lucha final sino de la lucha inicial por la Tierra-Patria.
Casatalaya, caracas 10 octubre 2021
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