Su divina majestad
El Rey
San Ignacio de Loyola escribió un “recetario” conocido como Ejercicios Espirituales: este librito sugiere una serie de prácticas para llevar hasta la presencia de Dios a quien realiza el retiro espiritual. Una de esas prácticas es contemplar una parábola titulada “El Rey Eternal”. Ignacio busca con ese cuento desencadenar en el lector toda la generosidad posible, es decir, que todo cuanto se es y tiene, se ponga al servicio de este Rey. San Ignacio no persigue un vasallaje, sino la generosidad espiritual de las personas, para que se sumen a un proyecto bueno, positivo, grande.
El Año Litúrgico católico culmina con la Fiesta de Cristo Rey del Universo. Es la proclamación de que todo cuanto existe y conocemos, está hecho tomándolo a Él como modelo, y todo se encamina a Él como meta. Ahora bien, la Divina Majestad que es Jesús, se vive de un modo definitivamente diferente con relación a lo que solemos conocer u oír se comportan y son los reyes, antiguos y actuales. En el caso de Jesucristo, el poder que ejerce se da en términos de servicio. El que todo lo puede, se ciñe el vestido y se pone a servirnos con amor, humildad y eficacia. Y nos pide imitarlo en este aspecto.
Sálvate tú
El evangelio de san Lucas es curiosísimo. Para hablarnos de la realeza de Jesús nos coloca en su crucifixión. Toda una contradicción: el momento de mayor esplendor personal coincide con el momento de la derrota; es más, coincide con su muerte en cruz. En la versión lucana de la muerte de Cristo, magistrados, soldados y malhechores se mofan de Él, de su reinado y de la oferta de salvación que trajo consigo. Es burla, reclamo y tentación al mismo tiempo: “Si salvó a otros, que se salve a sí mismo”, “Si eres rey, sálvate”, “Sálvate a ti mismo, y a nosotros”.
La salvación divina consiste en que conozcamos lo que Dios desea de nosotros, y que lo llevemos a cabo. La salvación tiene que ver con vivir desde ya la fraternidad, porque aceptamos vivir según los designios de nuestro Padre, Dios. Ahora bien, lo que los demás esperan de Jesús tiene que ver con el comportamiento habitual de los mandatarios de turno: “usa el poder con te investimos para tu provecho personal”.
Sus súbditos
De lo anterior, descarto que, porque no ha habido un modelo alternativo de ejercicio del poder, es que aúpan al Señor a comportarse como cualquier otro; soy más proclive pensar que quien anima al uso del poder desnudo, es porque está dispuesto a soportarlo pero también a ejercerlo en su nivel y en sus espacios.
Jesucristo no cedió a esta tentación, sino que sufrió inclusive la muerte antes que hacer un uso inadecuado de su realeza. Esto es un buen ejemplo para quienes nos consideramos sus seguidores, sus súbditos: el poder conferido, la autoridad que nos acompaña, deben ser debidamente utilizados. Como dice san Agustín, “servir a Dios nuestro Señor, es reinar”. Le añado “servir a Dios y a nuestros hermanos”. Que así sea.
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